Aunque en oportunidades anteriores sostuve, que ganase quien ganase la presidencia de los Estados Unidos sería lo mismo para la suerte de sus ciudadanos y para el trato de los asuntos internacionales con las especificidades de los tiempos por venir (www.aporrea.org/internacionales/a236664.html), señalé además, amparado en lo que se cree la lógica electoral estadounidense (el manejo de las encuestas y el furor que difundían los medios, entre otros), que quien debería coronarse como presidenta era la señora Clinton.
Sin duda, al hacer esas consideraciones, la mayoría de quienes escribimos sobre este tema dimos cierto margen de credibilidad al sistema electoral, y en consecuencia al hecho de que el ciudadano norteamericano efectivamente tiene capacidad decisoria en el acto de elegir.
Desde esa óptica, candorosamente soslayamos algunos aspectos que tal parece, inclinaron la balanza a favor de Trump:
1) Invocación del nacionalismo por parte de Trump. Ese llamado exacerbado de volver a ser la gran nación levantó el ego estadounidense revitalizándolo en la certeza de que es posible el "Sueño Americano". Se ufanó de encarnarlo, ofreciendo así una simbología que en silencio unificó en su entorno el voto de los blancos conservadores que han visto opacado el concepto de "América para los americanos" a partir de la creciente participación de los inmigrantes en los asuntos políticos y sociales.
2) Concepto presidencialista machista. No es posible concebir en el imaginario de esa cultura a una mujer regentando la Casa Blanca; en altos cargo de gobierno solo como Secretaria de Estado en años recientes: Condoleezza Rice e Hiillary Clinton. Las únicas en toda la historia politica nortamericana.
3) Hillary como eje central encargado de interconectar a los elementos que gozan del poder real en EE.UU. De acuerdo con esta visión según la cual es ciudadano decide, la información sacada a la luz pública por Julián Assange, hizo que los votantes conservadores dieran la espalda a Hillary. Según el australiano la candidata, "es el punto central de las operaciones de un sistema manejado por grandes entidades bancarias como el Goldman Sachs, los mayores agentes de Wall Street, la inteligencia, el Departamento de Estado, los saudíes y más personas…"
Ahora bien, si ponemos bajo absoluta incredulidad al sistema electoral y partimos de la certeza que el aparato electoral estadounidense es un artilugio del sistema, manipulable para armonizar el statu quo, tendríamos que dudar de la victoria de Trump. Que sólo fue posible porque obedece a un remozamiento que las cabezas invisibles del poder, quieren dar a esa nación. Esto se funda en:
1) Lo inverosímil que luce "Que la víctima le dé el garrote a su verdugo". Cómo entender que en Florida, donde está la mayor votación de latinos, Trump con su discurso xenofóbico extremo haya ganado como se reseña.
2) La necesidad de la alternabilidad política para balancear la distribución de poder entre los grandes intereses, lo cual es una regla de oro en el sistema político norteamericano. El resultado del 8N responde a ese dictamen. Esa modalidad entre el partido republicano y demócrata data del siglo diecinueve, y en los últimos sesenta años se ha dado la mejor distribución equitativa del poder en el tiempo. Desde John F. Kennedy (1961-1963) hasta Barack Obama (2009-2017) se han repartido diez presidencias, cinco demócratas (28 años) y cinco republicanas (28 años) y ningún partido ha estado en el poder más de dos periodos consecutivos en ese lapso. Siguiendo esa metódica ahora les toca a los republicanos, así de sencillo.
Y es que tal como vemos ya los resultados definitivos de esas elecciones, no cabe la menor duda de ponerlas bajo absoluta sospecha. Es un resultado que se mofa de la participación de un pueblo y del mundo. Veamos: Clinton pierde y obtiene 59.600.327 votos, 47.7% (232 Delegados); Trump, gana con 59.389.590 votos, 47.5% (306 Delegados) ¿Contradictorio no?
Bueno, con un sistema electoral como ese, cualquier pronóstico se cae.