"Creo que en el mundo no hay odio mayor, que aquel de la ignorancia contra el conocimiento" – Galileo Galilei.
Por esta época se cumplen 75 años de la caída del Tercer Reich y 77 años del denominado "Levantamiento del gueto de Varsovia" (gueto era denominado el barrio o localidad en que eran confinados los judíos durante la época del Holocausto, muy comunes en ciudades de Polonia, Italia y algunas otras del centro de Europa), hecho acaecido entre el 19 de abril y el 16 de mayo de 1943. El saldo de muertos y prisioneros judíos alcanzó la cifra de unos cuarenta mil. Este acontecimiento demostró ante la historia el arraigo antisemita de la Schutzstaffel o Escuadrones de Protección, conocidas universalmente como las SS, compuesta por hombres denominados "la elite racial" del futuro nazi.
Adolf Hitler, nacido en 1889 en Braunau am Inn, una población austriaca ubicada en la frontera con Alemania, redactaría a partir de 1920 su obra constituida no solo en su filosofía de vida, también contentiva de los fundamentos del Nacionalsocialismo: Mein Kampf (Mi lucha), la cual es publicada cinco años más tarde. Como todos bien sabemos el odio al judío fue el pilar sobre la que se sustentó la doctrina nazi, sus reflexiones al respecto transversaliza la obra, con énfasis en los capítulos: "Mis estudios y lucha en Viena", " La Revolución", "Los síntomas presagiadores del derrumbe del antiguo imperio" y "Nación y Raza", ubicados en la primera parte del libro, siguiendo su análisis en la segunda parte en los capítulos: "La farsa del federalismo" y "la política alemana de la alianza después de la guerra".
Ese odio al judío parecía ser cosa intrínseca en quién fuera a los inicios de su vida un soldado del ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial, un frustrado pintor que incluso, al salir de su ciudad natal, practicó una temporal vida bohemia mientras ordenaba las fachosas ideas a ser plasmadas en su obra literaria, hasta posteriormente convertirse en el orador que dominaba con maestría a las masas, teniendo la gran habilidad de orientar su discurso, de acuerdo con la respuesta que observase en el público, hasta lograr la aclamación de multitudes llevándolos a una sociedad totalitaria que vino a desencadenar el mayor conflicto bélico que la historia haya conocido.
Tenemos conocimientos adquiridos en nuestros estudios académicos formales, en cuanto a que las finales controversias del Führer contra la Unión Soviética y las ideologías socialista y comunista solo se basaban en su apetecible ansia de poder por controlar a toda Europa y por ende al mundo; sin embargo, existen cosas más allá de tal apreciación, y es que Hitler contenía un profundo sentimiento antimarxista, lo cual también refiere en el Mein Kampf, muy especialmente en capítulos como: "La personalidad y el concepto del Estado Nacional" y " La lucha con la fuerzas rojas", asegurando que en la profundización de sus estudios antisemitas encontró en el marxismo una fuente de sustento poderosa para el Judaísmo, para él, el judío abrazaba la obra de Marx por lo que al respecto señaló: "La doctrina marxista rechazaba el principio aristocrático de la naturaleza, y en lugar del eterno privilegio de la fuerza y la energía, coloca su montón y su peso muerto de números. De esta suerte niega el valor del individuo entre los hombres y combate la importancia de la nacionalidad y de la raza, privando así a la humanidad de todo lo que significa su existencia y su cultura". Sostenía además que "si el judío conquistara con la ayuda del credo marxista, las naciones de este mundo, su corona sería la guirnalda fúnebre de la raza humana."
Para Hitler "el judío" Carlos Marx, no era más que "un usurpador" y que tras de su obra científica, asiento para la creación de la ideología de la clase obrera en el mundo, solo se fundamentaban las bases para que los judíos se apropiasen de "…el verdadero capital internacional de los financieros y la Bolsa del Comercio". Intentaba Hitler desmontar los fundamentos marxistas catalogándolos de antinaturales como por ejemplo el concepto de igualdad (Marx y Engels sustentaban este principio, a partir de la oportunidad para todos los hombres y mujeres del mundo a contar con una correspondencia de oportunidades, para acceder a las condiciones espirituales y materiales que permitiesen desplegar su personalidad y tener un medio de vida sin carencia alguna para su desarrollo), considerando esa igualdad marxista "un exabrupto" como el creer que todo ser humano se considerase integrante de la raza aria. Tales apreciaciones se ilustraban en el diario que hacer de sus desprecios hacia los bolcheviques.
A pesar de ello, el 23 de agosto de 1939 se firma en Moscú el famoso pacto de No Agresión, entre la Unión Soviética y Alemania, conocido históricamente como Pacto Ribbentrop-Mólotov. Dicho acuerdo estableció compromisos destinados a la solución pacífica de las controversias entre ambas naciones, la no agresión alemana a las regiones de Europa Oriental (enclave estratégico para Moscú), así como la intención de estrechar vínculos económicos y comerciales, incluso el impedimento para Alemania y la URSS de integrar alianzas políticas o militares contrarias al otro, por lo que la Unión Soviética no podía agregarse a cualquier bloque destinado a combatir al Tercer Reich.
La piedra "angular" de la teoría del nacionalsocialismo estaba determinada por "el lebensraum" o la expansión territorial del odio; justificación agresora, pero también la retroexcavadora que socavó la tumba del III Reich (El proyecto expansionista de Hitler también alcanzaba a la URSS, según lo describe en el Mein Kampf y deducible es que Stalin estaba consciente de ello).
El Pacto Ribbentrop-Mólotov comienza a hacer aguas poco menos de un mes después. El 23 de septiembre Hitler invade Polonia; la respuesta soviética fue una invasión similar, el ataque a Finlandia y la anexión de los territorios de Estonia, Lituania y Letonia, justo en los momentos en que las tropas nazis invadían a Francia. Las relaciones entre ambos gobiernos se volvieron hieráticas, nada de diplomacia de micrófono o de protestas bilaterales. Cualquier provocación nazi Stalin la trataba con sumo cuidado; no eran tiempos aun para que el Ejército Rojo manifestara a Berlín una definitiva acción Bélica.
El lebensraum seguía siendo el encumbrado propósito del Führer. El 18 de diciembre de 1940, Hitler rubrica "La Operación Barba Roja" (así se denominó la campaña alemana para atacar a la URSS) y en junio de 1941 se emprende la invasión a territorios soviéticos. Comenzaban así los años más oprobiosos para Europa con el inicio formal de la Segunda Guerra Mundial y la estela de horror y dolor que iban dejando el nazismo y el fascismo a su paso, pero también el resultado de la acumulación de errores por los frentes que abría el Führer en todos sus ángulos. Su lápida: menospreciar la capacidad del Ejército Rojo; congraciarse de la victoria al ocupar Leningrado y plantearse un ataque a Moscú en la fase más recalcitrante del invierno, todas sus estrategias se vinieron al suelo. En occidente, concretamente el 26 de junio de 1944 los aliados occidentales encabezados por los EE.UU, Gran Bretaña y Canadá emprendían la Operación Overlord, liberando a los territorios de Europa Occidental ocupados por los nazis; ese día se ejecuta lo que se ha dado en conocer como el Desembarco de Normandía y comienzan a apagarse paulatinamente las estrafalarias luces del imperio de Adolf Hitler.
Los repliegues "tácticos" del ejército alemán, como consecuencia de la portentosa contraofensiva del Ejército Rojo en el este y de los aliados en occidente lo traslada a sus territorios originales. Llegaba la hora de Stalingrado y de Stalin. Se inicia la ofensiva desde esos suburbios y de los de Moscú hasta la puerta de Brandemburgo el 16 de abril de 1945, para propinar a la invencible máquina de combate alemana la contundente derrota que entierra al nazismo en el simbólico bunker de la Wilhelmstrasse, quedando entre su simbología histórica la inmortal gráfica del fotógrafo Yevgeny Jaldéi que captó a los soldados soviéticos posando la bandera roja sobre el Reichstag alemán en la Berlín en ruinas; fue la mejor hora de Stalin y de la Unión soviética dijo Winston Churchill. Quedaba así enterrada la desesperada y cínica prédica del ministro de propaganda del Tercer Reich, Josef Goebbles en febrero de 1945: "Si vamos a desaparecer toda la tierra temblará… Esta no es solamente la derrota militar del Tercer Reich, es toda una concepción del mundo la que se desploma".