Donald Trump será reelegido este 3 de noviembre como Presidente de Estados Unidos, a pesar de los pronósticos de la mayoría de las encuestadoras. Tal como aconteció en 2016, cuando auguramos la victoria del magnate yanqui en la carrera a la Casa Blanca, las compañías de sondeos hicieron el papelón de la centuria al perfilar como vencedora a Hillary Clinton, la abanderada del Partido Demócrata. Como si estas empresas de demoscopia no hubiesen aprendido la arrolladora lección de hace casi un lustro, en la actualidad vuelven a brindar la delantera al partido azul en sus estudios de opinión y omiten varios factores dentro de la disputa comicial. Los medios de comunicación, para los cuales Trump no es santo de su devoción, propalan con gusto los guarismos que favorecen a Joe Biden por un margen de 10 puntos porcentuales (y hasta más), mientras minimizan o escamotean las cifras que puedan ser beneficiosas para el candidato republicano.
Todos estamos de acuerdo en que Donald Trump es un personaje impresentable: es políticamente incorrecto, altanero, vanidoso, mendaz, manipulador y con un profundo desprecio por las minorías étnicas dentro del país norteamericano, sin contar la aberrante xenofobia que exhibe al referirse a los hermanos mexicanos, verbigracia. No obstante, Trump es un hombre mediático, por ende, su discurso supremacista incendiario ha resultado atractivo para millones de estadounidenses y eso no se puede tapar con un dedo; la postura de Trump en temas como la economía y su propuesta -de 2016- de que empresas como Apple retornasen con sus fábricas a EEUU, es sensata y muy tentadora para una clase obrera que ha sido golpeada -en los últimos tres decenios- por la desindustrialización provocada por los acuerdos de libre comercio rubricados por el Distrito de Columbia. En asuntos como la inmigración, Trump arremete contra los foráneos al enunciar sintagmas muy "musicales" para una masa agobiada por una devastadora depresión que no se atisbaba desde 1929. No olvidemos que la pandemia del novel coronavirus ha ahondado la crisis económica en EEUU, la cual se remonta a los tiempos de la explosión de la burbuja inmobiliaria en 2007 y la caída de Lehman Brothers, en 2008.
Hay muchas razones por las que los medios y una considerable tajada de la dirigencia estadounidense, no traga a Trump: no es un político de carrera, es un "paracaidista" en un partido del "establishment", es impertinente y muy belicoso. Su enfrentamiento con empresas como CNN -a la que mienta "Fake News" (noticias falsas)- es de antología, por lo tanto, los medios y -en consecuencia- las encuestadoras albergan un espinoso "problema personal" con Trump y toda lectura que estas fuentes de "información" ofrezcan sobre él, tendrá -en mayor o menor escala- una considerable dosis de animadversión hacia el personaje de marras. En 2016 era manifiesto el apoyo de CNN y sus compinches a Hillary Clinton, lo que influía en la recopilación y sistematización de los datos de aprobación de los contendientes. Para nada sería disparatado cavilar que la pretérita dupla (medios y encuestadoras) haya alterado a su antojo las muestras demoscópicas con el fin de perjudicar a Trump en 2016. Además, antes y ahora, las encuestadoras han estado obviando en sus registros un elemento clave: el "voto oculto" por el inquilino de la Casa Blanca. Se especula que 14% de los votantes no revelaría su intención de sufragar por Trump a una empresa de demoscopia y este número no es descabellado. En 2016, 16 de cada 100 personas que habían sido consultadas vía telefónica antes de las presidenciales de ese año y que no habían mostrado afinidad por Trump, confesaron haber respaldado al republicano en las urnas cuando éstas fueron interpeladas de nuevo jornadas después de las elecciones (*). Si antes reseñamos que la supuesta ventaja de Biden a Trump es de unos 10 puntos porcentuales, al restar un tentativo 14% del "voto oculto" -tomando como indicio el 16% "agazapado" de 2016- quedaríamos con una ventaja a favor del republicano de cuatro puntos o un probable escenario de "empate técnico". En el contexto de firmas como Trafalgar Group, con base en Georgia, que previó con precisión el desenlace de las presidenciales gringas de 2016, el factor del "voto oculto" es más apabullante: 77% de los simpatizantes de Trump no develaría ni a familiares ni amigos la determinación de sufragar por éste. (**). Voilá!
Ahora bien, ¿por qué a muchos no les gusta admitir que Trump es su opción preferida? Es evidente que reconocer simpatía por alguien como él puede ser embarazoso para bastante gente: a algunos no les agradaría aceptar en público que son apologistas de la discriminación étnica, o que detestan a los inmigrantes o -peor aún- que comulgan con el supremacismo WASP y el Ku Klux Klan, por ejemplo. Muchos no se sinceran por bochorno o por miedo: no son pocos los episodios en los que personas han sido despedidas de sus empleos o han tenido dramáticos conflictos familiares, por haber revelado su apoyo a Trump. C'est-á-dire, al contrario de los seguidores de Biden, que no tendrán ningún tipo de empacho en ventilar sus intenciones en las urnas, los que respaldan a Trump no son tan visibles en el radar y ello contribuye a abultar el margen de error de los sondeos. Desde luego, la jugada de los medios y las encuestadoras persigue la salida, a como dé lugar, del actual huésped de la Maison Blanche; el Estado Profundo (Deep State) tampoco se siente a gusto con Trump, ya que éste no pertenece a la tradicional cúpula bipartidista. No obstante, un sector del "establishment" lo considera "el hombre correcto en el momento correcto": la reelección de Trump no sólo cumple a cabalidad con la pautada "alternancia" de ocho años en la Oficina Oval para cada partido político (republicano y demócrata), sino que él es el fantoche necesario para asumir el costo político de la depresión más bárbara que se haya vivido en EEUU desde hace más de nueve décadas. Al no ser de la cantera de ninguna de las dos organizaciones dominantes, Trump sería señalado como el único responsable de la debacle económica y social que se avecina, por lo que rojos y azules se lavarían las manos como Pilatos. La trampa demoscópica es cantar fraude por adelantado y hacer aún más complejo el segundo mandato del polémico republicano. Verbigracia, estados como California podrían poner en cuestión la legitimidad de la elección del próximo 3 de noviembre y desconocer el triunfo de Trump, lo que coadyuvaría a una secesión de este territorio y una virtual declaración de "independencia". Esto último tendría consecuencias inestimables en el país norteño.
LAS PROMESAS DE TRUMP, LA DEBACLE DEMÓCRATA Y LA NUEVA GUERRA CIVIL ESTADOUNIDENSE
Trump hizo muchas promesas en 2016 y no las ha cumplido: defendía una auditoría de la Reserva Federal (banco central) y no ha hecho nada al respecto; estaba en desacuerdo con las guerras de Washington en Siria, Irak y Afganistán, pero prosigue con las intervenciones imperialistas en todo el orbe y; atacaba a Barack Obama por el crecimiento de la deuda federal y él ha elevado esas obligaciones en casi ocho billones de dólares. Sin embargo, lo que más ha crecido en la era Trump es la burbuja de Wall Street (52,63% en el Dow Jones) y el "crack" del 16/03 ha sido el colapso en puntos más abismal en la historia de la bolsa neoyorkina (3.000 puntos en una fecha). A causa de la pandemia, el desempleo ha alcanzado estadísticas inéditas (26,9%) de acuerdo con el portal Shadowstats (***). Otras ofertas electorales que han "mordido el polvo" en estos cuatros años de Trump, han sido la eliminación del Obamacare y la construcción del infame muro fronterizo; para más inri, su gestión en la contención del nuevo coronavirus ha sido un auténtico fiasco. A su favor, el republicano puede anotarse como éxito -en el ámbito internacional- la cumbre con el líder norcoreano Kim Jong-un y la distensión de la situación en dicha región asiática. La retirada de Washington del Tratado de Libre Comercio Transpacífico (TPP) y la renegociación del TLC con Canadá y México, son acciones que reafirman a Trump en su narrativa "proteccionista" frente a sus seguidores. A lo interno, el nombramiento de una buena cantidad de jueces en la Corte Suprema de EEUU, es otro estandarte del que puede presumir el actual presidente. El recrudecimiento de las criminales agresiones económicas a Cuba y la intensificación del bloqueo a Venezuela, son medidas que indican la entera subordinación de Trump a los halcones y, al mismo tiempo, son un coqueteo a los votantes latinos más recalcitrantes del sur de la Florida (****).
En el campo demócrata, la derrota de Hillary Clinton, en 2016, ha dejado al partido azul en las ruinas: el patético Joe Biden no es ni la sombra de lo que alguna vez fue la organización política que tuvo a un John F. Kennedy de aspirante a la Casa Blanca; con serios problemas de salud que saltan a la vista y alocuciones plagadas de trastabilladas, el antiguo vicepresidente de la era Obama se ha disparado en un pie, en el último debate presidencial, cuando platicó de la "transición" de los combustibles fósiles a las energías renovables, algo que Trump supo aprovechar para acusar a Biden de querer "matar la industria petrolera". Con toda certitud, lo pretérito costará al demócrata el estado de Texas, por ejemplo, un terruño productor de hidrocarburos por excelencia. En ídem dirección, las revelaciones contenidas en el disco duro de la computadora portátil de Hunter Biden, vástago de Joe Biden, han causado revuelo en EEUU y casi podrían compararse con un Watergate II por sus repercusiones. Este "affaire" ha sido proscrito en redes como Twitter y entre los "trapitos" que han salido a la luz pública, están: la "afición" de Hunter Biden por las adolescentes, mensajes de texto de contenido explícito acerca de las aventuras sexuales de éste con menores de 18 años, su adicción al "crack" y la descripción de una trama internacional de tráfico de influencias de la cual él formaba parte cuando su padre era el número dos del gobierno yanqui. Nada de ello ha sido publicado por medios como CNN, como era de esperarse, porque estos deben cuidar -al extremo- a su candidato favorito. Tal vez ésta sea una de las operaciones de encubrimiento informativo más aberrantes en la historia de EEUU.
Igualmente, las contradicciones sociales y étnicas en la nación norteamericana interpretan un rol crucial en la lucha de poder entre republicanos y demócratas (la ficción bipartidista): Trump ha sabido explotar el descontento de amplia porción de la población por los saqueos y destrozos provocados por grupos de infiltrados en el movimiento Black Lives Matter (BLM) y también ha brindado apoyo implícito a los grupos armados que han defendido a los pequeños y medianos comerciantes de los citados alborotadores. Por el contrario, Biden ha dado un espaldarazo al movimiento afroestadounidense contra la violencia policial y ha sido satanizado por ello, debido a que esto equivaldría -a los ojos de muchos ciudadanos- a convalidar el vandalismo de algunos saboteadores en BLM. Para hacer honor a la verdad, las élites republicanas y demócratas han sido cómplices del aparato represivo del Estado burgués controlado por el complejo militar-industrial. Lo alarmante es que este esquema de confrontación se halla en una escalada peligrosa que podría desembocar en una nueva guerra civil estadounidense: el caos y la destrucción se adueñarían de las rúas del país y éste se haría ingobernable. Una economía deprimida en el marco de una sociedad enferma y fracturada, es el pasaporte directo a una conflagración fratricida de dimensiones insondables. ¿Ley marcial en puertas?
La evento comicial que tendrá lugar este venidero 3 de noviembre en EEUU, confirmará el veredicto de los últimos decenios en relación con las elecciones presidenciales yanquis: cada partido dominante se turna por períodos de ocho años en la Oficina Oval. En los últimos 43 años, sólo dos presidentes han gobernado por un término: Jimmy Carter (demócrata) y George H. Bush (republicano). El primero (Carter) pagó un alto precio por la crisis de rehenes en la embajada de Washington en Teherán -la toma duró 444 días- y el segundo (Bush padre) completó 12 años de mandatos republicanos, ya que Ronald Reagan -su predecesor- había estado desde 1981 hasta 1989. Además, nos guste o no, millones creen en Trump y su verborrea supremacista, aunque muchos se lo callan para evitar el escarnio público u otro tipo de retaliaciones. Es que por él no sólo votarán los del KKK y las bandas paramilitares que pululan en el territorio gringo, sino gente muy "normal" de las capas medias, la clase obrera y campesina. Las encuestadoras, con o sin intención, han estado soslayando lo que hemos denominado el "voto oculto" por Trump y éstas podrían llevarse una estridente sorpresa este martes. ¿Fenecerá una manera de hacer demoscopia? ¡Amanecerá y veremos!
P.D. El escándalo del primer mandato de Trump ha sido la publicación de su declaración de impuestos, en la que se evidencia que sólo ha pagado 750 dólares en dos años (2016 y 2017) y esto luce muy inverosímil de cara al patrimonio que podría ostentar como multimillonario. A pesar de ello, este tipo de filtraciones parecen no tener mucho impacto en los simpatizantes duros del republicano; de hecho, Trump sabe muy bien que será reelegido a la luz de la lógica de la "dictadura compartida" (entre rojos y azules) que hay en EEUU. La denuncia anticipada de Trump de un latente fraude electoral en su contra, algo que es factible en la nación norteamericana, tiene más la motivación de movilizar a sus adeptos y rebajar los índices de abstención en las filas conservadoras, mas en ese país el voto popular no decide elecciones sino el dictamen de los Colegios Electorales. Por ende, estamos platicando de un proceso de segundo grado: quizás Trump no se haga de una mayoría en el sufragio de las masas, pero sí recolectaría -al menos- 275 votos de los "grandes electores" y se haría de Florida y Texas, entre otros estados primordiales.
(***) http://www.shadowstats.com/alternate_data/unemployment-charts
(****) En relación con la economía nacional, es mayor la expectativa de los seguidores de Trump sobre lo que éste pueda emprender en dicha área -en los próximos cuatro años-, que lo realizado por él en la práctica en este término que culmina. Partiendo de la premisa de que las cifras macroeconómicas de EEUU están maquilladas hasta el delirio, no hay información oficial fiable para ponderar la gestión de ningún presidente en este aspecto.