En Venezuela hemos sido testigos de muchas situaciones que conocimos en algún momento en el pasado, pero que hoy se nos presentan en forma mayor o incluso cualitativamente diferente a como las conocimos. Ante estas sorpresas usualmente comentamos que "creíamos haberlo visto todo". Sin embargo, nunca podremos afirmar que lo hemos visto todo. La realidad es cambiante, sea ésta social, política, biológica o sideral. Nuestra práctica diaria nos enseña que el cambio es lo único constante y permanente, de manera que casi todo es novedoso, aunque no nos demos cuenta. Y como de lo que se trata es de ver, palpar, oír, gustar y oler los acontecimientos, como primera aproximación al conocimiento del objeto de estudio, y como éste está en cambio permanente, nunca tendremos la posibilidad de haberlo visto todo. Y este año 2020 nos lo ratifica en forma muy manifiesta y constante.
Hemos sido testigos presenciales y actores de la pandemia mundial de la Covid-19: un nuevo virus agresor, altamente contagiosos, meses de cuarentena, muertes de amigos y familiares, ausencia de tratamiento específico, colapso de los sistemas de salud, uso de la pandemia como forma de control humano y con motivaciones políticas nacionales e internacionales. Aparece la segunda ola pandémica y nos asombra la susceptibilidad de los países desarrollados. Pero nada de esto significa que ya lo vimos todo al respecto. Aún nos falta… Ahora es que nos falta por ver. Así mismo, presenciamos unas presidenciales en EEUU particularmente beligerantes, tomadas por muchos como definitorias de lo que políticamente ocurriría en Venezuela. Vimos con asombro el gran fanatismo venezolano que generaron. Nunca creímos que veríamos tanta insensatez visceral ni tanta estupidez humana junta.
Pero nos faltaba por ver y aún nos falta. En la última semana, el asombro nos desbordó. Trump, el Presidente del país más poderoso del mundo, denuncia que le hicieron fraude, lo que significa que en EEUU el fraude se le hace a quien gobierna, algo totalmente contrario a lo que ocurre en el resto del mundo. Al parecer no había condiciones electorales para que Trump participara. Comenzó incluso a decirlo en las últimas semanas, en la medida que las encuestas daban ganador a Biden, cada vez con mayor diferencia de votos. La juntica con Guaidó parece haberlo contagiado, pero no del coronavirus sino de suicidio politiquero. Casi llama a la abstención por falta de condiciones, para luego convocar a una consulta nacional que prorrogue su mandato, mientras se pone orden en el funcionamiento del correo, en las acciones de las grandes empresas de Internet y en la actitud de los gobernadores, todos coludidos para desfavorecerlo.
Ha debido llamar a Almagro para que éste declarara que hubo fraude, como lo ha hecho consuetudinariamente en Venezuela y como lo hizo con desparpajo en Bolivia, y que la OEA desconociera a cualquiera distinto de Trump. Y si todo falla, pues irse a una plaza y auto juramentarse como Presidente de EEUU. Con seguridad obtendrá de inmediato el reconocimiento de Colombia, Brasil, el grupo de Lima, Su Majestad Elizabeth II, la entidad sionista que llaman Israel, la Casa de Saúd, Corea del Sur, Japón y cuidado si hasta el apoyo de algunos países que muchos no nos imaginamos. Trump es un desquiciado, que pretende ganar sí o sí. Es como aquella ayuda humanitaria que entraría desde Colombia sí o sí. De nuevo: esa juntica con Guaidó le ha hecho mucho mal. Se está quedando sólo con su familia, pues sus acusaciones carecen totalmente de base, pero es un adversario con poder y aparentemente dispuesto a todo.
Trump le ha hecho un gran daño a la credibilidad del sistema electoral gringo, el cual hoy aparece como muy ineficaz, poco oportuno y vulnerable. Y aún estamos por presenciar las acciones de los colectivos de Trump. Sí. Colectivos mucho mejor armados y organizados que los de Maduro y que sólo esperaban la orden de su Comandante en Jefe Donald Trump, para actuar en consecuencia y aplastar cualquier resistencia que pudiera aparecer.