El presidente electo de los Estados Unidos del Norte, Joe Byden, ante las acciones abiertamente subversivas del presidente Trump, señaló públicamente que estaba en desarrollo un golpe de Estado en la nación norteamericana. ¿Un golpe contra él mismo que no ha asumido la presidencia? Eso suena raro por lo confuso, que lo deben explicar en algún momento los expertos norteamericanos en derecho. Sin desestimar esa grave afirmación, pienso que el problema es más profundo, es una crisis estructural que sacude y estremece la sociedad norteamericana, que se hace visible por la forma retadora y soberbia como actúa el presidente.
La conducta de Trump y del sector oligarca que él representa, ciertamente es un problema por la desmedida pretensión del control absoluto del poder político/económico del país, nacional e internacionalmente, hecho prácticamente inédito en la historia política de esa nación, que un presidente se aferre al poder, a sabiendas incluso que perdió las elecciones ante su rival.
Esa posición ha generado, mejor dicho, ha desatado o despertado las violentas y antagónicas contradicciones de clases y sociales que perviven en la sociedad norteamericana que, de entrada, nos muestra la toma extremadamente violenta del parlamento yanqui, donde en las dos Cámaras, se discutía la legitimación de la presidencia de Byden.
¿Qué sectores de las sociedad y las clases norteamericanas violentaron la sagrada institucionalidad burguesa de la sede de aquel parlamento, que por años ha aprobado agresiones militares a los pueblos del orbe, la injerencia y golpes de Estado en todos los países y legitimado las bárbaras decisiones de todos los presidentes de ese país, y ha legislado incluso contra los intereses y derechos de las clases desposeídas norteamericanas?
El hecho es contradictorio, porque parte de esa masa que asaltó y tomó por varias horas el parlamento norteamericano, fue convocada y movilizada por el propio presidente Trump, sus seguidores, para sabotear las discusiones de los parlamentarios demócratas que iban a ratificar el triunfo de Byden. Pero resulta que ese parlamento es uno de los símbolos más representativos del poder burgués norteamericano y los "tomistas", con su acción violenta, vulneraron, socavaron e hirieron de muerte, a nuestro juicio, esa falsa institucionalidad imperialista, esa falsa democracia, ese poder donde se enfrentaban sus propias clases dominantes.
Hubo destrozos de ventanas y puertas, de locales y oficinas, violencia contra la policía, guardiana del recinto. Muchos de los participantes se sentaron en las sillas de los parlamentarios, irreverentemente montaron los pies en los escritorios, hicieron pintas en las paredes del lujoso recinto, pusieron frases desde políticas hasta groseras. Es decir, el contenido odio de clases, se volcó en aquellas acciones violentas que iban más allá, a nuestro juicio, de lo que pretendía Trump, es decir, saltó del odio a los demócratas al odio a los símbolos del poder burgués.
Pero la violencia desatada no fue sólo el día de la toma del parlamento, ya semanas atrás se había producido una virtual insurrección de los ciudadanos negros y latinos por la conducta, –avalada por el presidente Trump–, racista y segregacionista de los policías que comenzaron a reprimir ciudadanos negros y latinos sin ton ni son. Pero el asesinato del ciudadano negro, Floyd, por un policía blanco fue la gota que rebasó el vaso, fue un grave error político que desató de inmediato la violencia entre los sectores negros, latinos, todos del movimiento popular en una virtual insurrección. Esa violencia callejera se extendió a casi todos los Estados de la Unión con una fuerza inusitada que fue creciendo día por día, con todo y pandemia del coronavirus. En dichas manifestaciones se expresaba a viva voz la denuncia y el rechazo a la discriminación y segregación racial, pero además a las políticas represivas del gobierno neo fascista de Donald Trump.
El estilo personal del presidente norteamericano, exageradamente conflictivo, peleón, atrabiliario, irreverente, prepotente, soberbio, supremacista, ha influido negativamente como explosivo componente de la crisis, que va sumando, como señalamos, a los otros de la crisis social, económica y política. Es una crisis multidimensional que apunta a un conflicto de mayores proporciones, a una posible guerra civil en los Estados Unidos del Norte.
Las recientes elecciones norteamericanas sirven, ante la crisis desatada por la insurgencia social, de telón de fondo y en una forma poco usual por parte de un sector de la oligarquía norteamericana, de negarse a dejar el poder, a desconocer de una manera descarada el triunfo del adversario, uniéndose cada vez más crisis social y crisis política, peligrosos detonantes para una guerra civil. Véase que muchísimos de los "tomistas" entraron armados a la sede parlamentaria, igual infinidad de manifestantes de ambos bandos, los que apoyan a Trump y los que apoyan a Byden. Pistolas, fusiles de grueso calibre y otros armamentos los mostraban sin el menor recato los manifestantes. Es decir, estamos en presencia de grupos paramilitares fuertemente armados y con intenciones no de jugar a los bandidos y a los ladrones.
¿A quién o quienes apuntan esas armas?
Trump se vió obligado a sacar las fuerzas militares para contener el frenesí de la masa desbordada, convocada por el propio presidente, que por poco tumban el sagrado parlamento, símbolo del poder imperial. Por otro lado, pareciera producirse un momentáneo repliegue en la confrontación, pero Trump juega al caos, a no reconocer a un Byden que luce débil y pusilánime para defender en la calle lo que ganó en las urnas electorales. El presidente Trump, a escasos días para, o la entrega del poder o la asunción formal de Byden al control de la presidencia, actúa prepotente. Finalmente los congresistas, tras los violentos sucesos ocurridos hace horas en el parlamento donde la policía asesinó a cuatro personas, aprobaron lo que todos sabían, que Byden había ganado la presidencia.
Pero Trump busca sacar réditos de la crisis que él mismo ha creado y amenaza con desarrollar una oposición a fondo a los nuevos gobernantes demócratas, oposición que él va a liderar con el supuesto apoyo de los 17 millones votantes que le dieron su voto en las elecciones. Pero lo cierto es que se puso en evidencia una crisis de enormes proporciones en la compleja sociedad norteamericana, crisis en ebullición que no se resuelve con el cambio de presidente y donde se podrían repetir aquella frase que una vez dijo Fidel Castro refiriéndose a los candidatos demócratas o republicanos: "Lo mismo da Juana que su hermana".
La lucha de clases, con sus indiscutibles peculiaridades, se aviva cada vez más en los decadentes Estados Unidos del Norte. Todo india que no va a imperar la paz sino la violencia, Esperemos.