Los pobres niños pobres del capitalismo

Reconocido en diversas ocasiones por la UNESCO y otros organismos internacionales, Cuba es el único país de América Latina donde no existe desnutrición infantil. Si, además, no hay niños desamparados ni carentes de amparo filial y todos tienen su escuela, su maestro, su médico, en un sistema universal y gratuito de salud y educación, en un país donde la pobreza absoluta, es decir, la que sufren las familias que luchan por sobrevivir sin alimentos, sin techo, sin los servicios más elementales, no existe desde el triunfo de la Revolución en 1959, no puede haber otro razonamiento que el que nos lleve a concluir que la pobreza, tal como se entiende en otras partes del mundo, nada tiene que ver con las escaseces y dificultades económicas con las que tienen que lidiar las familias cubanas y que, es necesario insistir, se deben en su mayor parte a las consecuencias del bloqueo criminal impuesto a Cuba durante más de seis décadas.

La verdadera pobreza, la que impacta principalmente a los niños porque es el sector más vulnerable de la población, es la que existe en los países capitalistas. Esta pobreza involucra un conjunto complejo de factores de riesgo que afectan a los niños de múltiples maneras. Para el niño pobre (y no hablemos del que vive en la extrema miseria) su infancia transcurre sometido a un continuo estrés dentro de un ambiente inseguro y agresivo, tanto emocional como social, lo que casi inevitablemente conduce al deterioro de su salud física y mental, con manifestaciones de retraso cognoscitivo que, a su vez, determinan en la escuela (si tiene acceso a ella) un pobre desempeño y la consecuente deserción escolar.

Muchos son los factores de riesgo en el hogar (familias disfuncionales, disgenesias, enfermedades, accidentes, bajo nivel de escolaridad, desempleo, alcoholismo, drogadicción, etc.) y, generalmente, en el entorno de cada niño pobre, tanto en los países capitalistas desarrollados como en los del Tercer Mundo, aunque con consecuencias más devastadoras en estos últimos, concurren varios de estos factores y no es posible comprender su magnitud destructora si no se tiene en cuenta su carácter sinérgico, o sea, el reforzamiento de sus efectos debido a su entrelazamiento, el reforzamiento de unos con otros y su acción combinada. Cada problema creado por la pobreza origina otro que hace más doloroso al primero, y ambos, a su vez, engendran un tercero que refuerza el efecto destructor de los dos anteriores, y así sucesivamente. Pensemos, por ejemplo, en lo que sucede con una familia desalojada del hogar porque no pudo pagar la renta. La expresión popular "todas las desgracias vienen juntas" se refiere a esta cascada de infortunios aunque, por supuesto, no tienen su origen en la casualidad ni en la mala suerte.

Los niños cubanos, aún los de familias más humildes, son niños privilegiados, en primer lugar porque los factores de riesgo son relativamente pocos y actúan com menor intensidad y, en segundo lugar, porque nuestro sistema socialista rompe el sinergismo entre los factores. Un solo ejemplo bastará para ilustrar esta tesis. Supongamos que un niño pobre, por causa de un accidente como caer de una bicicleta, sufre un fuerte golpe en la cabeza y es llevado a la sala de urgencia del hospital más cercano. Si el accidente ocurre, digamos, en Miami, será llevado al "Jackson Memorial" donde, si tiene suerte y no lo hacen esperar varias horas, recibirá atención médica. Si carece de seguro médico, que es lo más probable, recibirá un tratamiento sintomático, es decir, que atiende principalmente a los síntomas sin profundizar en busca de un diagnóstico, y lo darán de alta en cuanto se restablezca la normalidad de sus signos vitales, que es lo único a que el hospital está obligado de acuerdo con la ley. Esto significa que el niño, si no se diagnostica correctamente y no se continúa su tratamiento, puede sufrir daños en las esferas emocional y cognoscitiva, y otras secuelas como trastornos psíquicos, depresión, problemas de la conducta, afectaciones en la visión, en la audición, etc., pues la ley no obliga al diagnóstico ni al tratamiento, ni a facilitar medicamentos, ni a realizar pruebas de laboratorio en prevención de secuelas, ni a sesiones de rehabilitación. No obstante, la familia quedará con una deuda impagable y el niño, cada vez con mayor incapacitación, será una nueva carga que arrastrará a la familia a la cascada infernal que conduce al desalojo y la desintegracin.

En Cuba, la situación es diametralmente distinta. Desde que el niño entra por la puerta de un hospital, de cualquier hospital, su recuperación total hasta donde sea humanamente posible, es responsabilidad de los servicios médicos del Estado, y nadie pensará en cobrarle un solo centavo. El desalojo, tran frecuente en Miami, en Cuba no se permite, excepto en casos aislados en que antisociales ocupan ilegalmente una vivienda. El niño, en el peor de los casos, tendrá siempre, también gratuitamente, una escuela especial y maestros especializados. Si un niño necesita un medicamento, un equipo o un tratamiento que no existe en el país, el sistema de salud cubano tratará de adquirirlo en cualquier parte del mundo donde lo fabriquen, no importa lo que cueste, porque, para orgullo nuestro, los niños en Cuba tienen prioridad absoluta.



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Salvador Capote


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