“Rambo se suicida porque, no busquen otra causa, su degradación es el resultado de violentar la naturaleza humana dentro de una horrible maquinaria de destrucción y muerte al servicio del complejo militar-industrial y de la élite imperial gobernante.”
Hace aproximadamente diez años escribí y publiqué un artículo, ampliamente difundido en varios idiomas, con el título “El suicidio de Rambo”, que terminaba con el párrafo anterior y en el cual advertía que el suicidio de militares en activo en EE.UU. estaba aumentando de manera alarmante, hasta el punto de que ya el número de bajas por autoeliminación era superior a la cifra de los que morían en combate. Una situación similar o peor se producía también entre los veteranos. El entonces Secretario de Defensa León Panetta afirmó angustiado que Estados Unidos se enfrentaba a una “epidemia” de suicidios entre militares. Una década después, a pesar de los ingentes recursos utilizados para paliar la crisis, la epidemia de suicidios castrenses se mantiene y empeora. Un promedio de 20 veteranos de guerra se suicidan diariamente en los Estados Unidos.
En realidad, el problema de los traumas psicológicos que conducen a conductas suicidas en miembros en activo o veteranos de las fuerzas armadas de Estados Unidos es de larga data. Puede rastrearse su origen hasta los primeros años posteriores a la Primera Guerra Mundial. Lo que hoy se conoce como Síndrome del Estrés Postraumático (“Post-traumatic Stress Disorder”) o PTSD por sus siglas en inglés, se conocía por aquel tiempo como Neurosis de Guerra (“Shell Shock” o “Battle Fatigue”), pero hasta finales de la década de 1990 la información pública al respecto, en particular la cifra de suicidios, se manejaba con mucha discreción, fue muy limitada y la terapia se reducía practicamente a la administración de píldoras y pastillas con efectos calmantes.
Dar muerte a un ser humano es en todos los casos una experiencia traumatizante, Si el que mata lo hace motivado por la defensa de valores fundamentales como los relacionados con la familia, la patria, la independencia, la soberanía, la libertad, es posible superar el trauma y regresar a una vida normal; pero si se mata por otras motivaciones o sin motivo alguno y, aún más, se ha sido testigo o partícipe de horrores de la guerra como torturas, violaciones, asesinatos de civiles y prisioneros, bombardeos masivos de ciudades indefensas, utilización de armas prohibidas, masacres y genocidios, el regreso a una normalidad emocional es pco menos que imposible. Por eso, el violentar la naturaleza humana, causa fundamental que conduce a todos los demás desórdenes, que tuvo lugar masivamente en Vietnam y en las todavía más crueles e inhumanas guerras interminables comenzadas por George W. Bush en Afganistán e Irak, el problema del estrés postraumático y las consiguientes conductas suicidas fueron ganando en dimensión hasta adquirir las proporciones de una verdadera epidemia.
De acuerdo con investigaciones realizadas por el “National Center for Veteran Studios” de la Universidad de Utah, y el “Rudd Institute for Veteran Military Suicide Prevention” de la Universidad de Memphis, el 20 % de los soldados que regresan de una primera misión de combate, presentan síntomas de desadaptación postraumática. Esta tasa se eleva al 45 % después de cumplir una segunda misión y alcanza cerca del 90 % después de una tercera. Podemos imaginar facilmente lo que sucede con aquellos que participan múltiples veces en operaciones especiales en las que se ignoran las consideraciones éticas y abiertamente se violan todos los derechos humanos.
El 12.9 % de los veteranos estadounidenses han sido diagnosticados con PTSD (cifra del año 2017), y un 30 % de los veteranos de Vietnam han padecido el síndrome. Hay que tener en cuenta, además, que el PTSD se acompaña con frecuencia de otros males, como alcoholismo, drogadicción, depresión, acciones delictivas, etc., y que ejerce una influencia nefasta sobre la familia y sobre todos los que se mueven en el entorno del que lo sufre. En general, no sólo el paciente de PTSD necesita ayuda sino también sus familiares. El costo humano y material es incalculable y se añade al ya de por sí colosal de las guerras imperiales.
Ciertamente, el futuro no es halagüeño. No se puede enviar un soldado a guerras de rapiña y pretender que regrese sin graves afectaciones en su mente y en su conducta. Ni éste puede evitar que, con demasiada frecuencia, al dejar de ser útil, los mismos que lo enviaron a la guerra lo consideren un objeto desechable.
¡Triste ocaso de los guerreros que un día salieron arrogantes a destruir países que ni siquiera eran capaces de ubicar correctamente en un mapa!.