Rafael Correa y Alberto Acosta: Dos tipos audaces

Algunos trascienden por su estupidez y otros por su miedo a las transformaciones. También están los que trascienden por su capacidad de acomodarse a la situación y los que trascienden porque no tienen principios. Y están los que no trascienden.

De esos hay muchos en todas las actividades, pero particularmente en la política. Lamentablemente, la mediocridad es una rasgo esencial en buena parte de la política.

Pero también están los que trascienden por su audacia, por su capacidad de enfrentar los retos que les coloca la realidad.

Hay dos personas que, en la actualidad, trascienden por su audacia, dos personas con las cuales es fácil coincidir en muchas cosas y discrepar en otras tantas. Dos que marcan opinión, no se acomodan a la situación, no temen, o parecen no temer.

A uno lo conocí, creo, hace unos cinco años en un acto del quincenario Tintají en la Fundación Humanizarte de Quito, aunque ya había leído algunos textos suyos sobre la dolarización, sus cuestionamientos económicos al gobierno de Lucio Gutiérrez, algunos de los cuales publicados en ese periódico y otros expresados en conferencias. Manejaba las ideas vinculadas a los números con claridad y sin temor a decir lo que pensaba.

Al otro lo conocí hace ya 15 años en el diario Hoy, cuando los dos escribíamos en la página editorial. Eran tiempos en que los editoriales de ese periódico marcaban opinión a nivel político y cultural. Eran tiempos en que mucha gente, que algún día supuestamente fue de izquierda, había decido “modernizarse”, apoyar las privatizaciones y “abrirse” al mundo... Pero él no tranzaba con principios, sobre todo porque los números le pintaban que las cosas estaban mal y no se resolvían con modernidades efímeras o siguiendo la corriente.

De uno recuerdo su ironía para referirse a los economistas vinculados a la Banca, sus análisis certeros sobre el TLC y la actuación que lo proyectó al frente del Ministerio de Economía.

Del otro recuerdo los cuestionamientos a Alberto Dahik, casi un padre del neoliberalismo ecuatoriano; su defensa de la lucha ecuatoriana en el Cenepa, creo que hasta llegó a ponerse a disposición de las fuerzas armadas; su trabajo con el movimiento indígena y los movimientos sociales; sus trabajos sobre la realidad económica, su trayectoria, su frontalidad. Cierta vez le hicieron un juicio por difamación o algo así, debido a un comentario que hizo en Ecuavisa. Muchos nos solidarizamos con el “periodista” sin carnet, pero los gremios de periodistas ni se inmutaron.

Uno protagonizó un hecho que quedará marcado en la historia del Ecuador, primero reivindicando la dignidad ante el bombardeo colombiano, y luego denunciando sin temor la injerencia de la CIA en los servicios de inteligencia ecuatorianos. Fue audaz tocando resortes del poder oculto. Se jugó por una posición firme en el conflicto con Colombia y ante las fuerzas armadas, a pesar de lo mal asesorado que está en ambos temas, y de los errores que le han hecho cometer en esos temas. Asumió liderazgo y, sin duda, hay que apoyarlo.

El otro protagonizo un hecho de suma trascendencia para un gobierno que quiere ser de izquierda, cuando realizó una intervención magistral en defensa del mandato minero, mandato que significa un quiebre entre la larga noche neoliberal y una economía al servicio de la gente y la naturaleza. Fue audaz en defensa de los principios que siempre ha defendido. Se jugo, como debe ser, por el consentimiento expreso de las comunidades afectadas por la extracción de los recursos. Asumió liderazgo y, sin duda, hay que apoyarlo.

Uno y otro, con estilos diferentes, experiencias distintas y caminos recorridos disímiles, marcan la realidad política del Ecuador actual y del futuro.

Con uno y otro he tenido importantes discrepancias y buenos acuerdos, pero no se puede negar la trascendencia que tienen y el liderazgo que han asumido. Los dos tienen la audacia, la trascendencia y la credibilidad necesaria, pero no solo se necesita audacia en un proyecto de transformación, hay que ser transformadores, o sea revolucionarios. Y es necesario, sobre todo, que el proyecto político siempre esté muy claro, no naufrague en los intereses de pequeños grupos.

Más allá de las importantes discrepancias que puedan tener, y las que otros puedan provocar, el momento histórico los colocó ahí para que caminen juntos respetando sus identidades y sabiendo que la credibilidad de un proyecto al que todavía le falta asentarse, recae sobre sus espaldas, no sobre quienes tarde o temprano seguramente quedarán en el camino y en el olvido.

Uno es el Presidente de la República, Rafael Correa, el otro es el Presidente de la Asamblea Constituyente, Alberto Acosta. Ni uno ni otro tienen derecho a fallar... y eso es bastante en este momento histórico de América Latina.

kintto@yahoo.com


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Kintto Lucas


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