Hablar de Colombia es hablar de violencia, de paramilitares, de narcotráfico, de guerrilla y de una sociedad de elites que se miente a si misma al decir que hay progreso en medio de la espantosa miseria en la que vive su pueblo. Esa es parte de la realidad que con la que se despierta y acuesta Colombia todos los días, donde la falsa democracia compra silencios y paga favores para convivir en medio de un país realmente prostituido. Lamentable decirlo, pero ese es el drama de la ingrata Colombia, que pareciera olvidarse de los lazos consanguíneos de la historia, de las solidaridades y la lucha por la libertad que sembró el Libertador Simón Bolívar en su propio territorio. Primera ingratitud
Se ha hablado siempre de Colombia como un Estado terrorista, que organizó y armó los denominados grupos de autodefensa o de exterminio, que luego se extendieron como un cáncer por todo el territorio nacional, inclusive exportándolo a Venezuela y otras naciones del continente. El paramilitarismo es hoy en día una fuerza irregular que tiene sus propios espacios de actuación. Según, estos grupos terroristas todavía cuentan con el apoyo del Estado y el estamento militar de ese país. Y así parece ser, porque casi nunca se ha escuchado ni ha habido ninguna información de cerco o de combate entre el ejército y estos grupos irregulares. Normalmente se habla de enfrentamiento con las FARC y el ELN. Segunda ingratitud.
La clase política de varias generaciones ha sido denunciada en su eterna relación con el narcotráfico, con las mafias y el paramilitarismo. De allí se han abiertos sendos procesos denominado “la parapolítica” y la “narcopolítica”, donde se han visto involucrados varios dirigentes políticos y funcionarios del gobierno. A pesar que algunas individualidades han sido condenadas política y penalmente, esa práctica no ha cesado y es parte de la política soterrada de esa clase. Inclusive, siempre se ha dicho que su actual presidente estuvo relacionado con los paramilitares. De eso se ha hecho silencio, olvido, borrón y cuenta nueva. Tercera ingratitud.
Como vemos, un estado que propicia el terrorismo y una clase política que navega el océano de los narcos. Se aparenta estabilidad, sosiego, democracia palaciega, de buena vecindad. Esa es la imagen que vende Colombia, pero la realidad es otra. Primero su realidad interna, dónde se simula tranquilidad, pero el país está ardiendo por dentro. Donde se habla que tienen el mejor del ejército para combatir la guerrilla y el narcotráfico. ¿Entonces qué sentido tienen las bases militares norteamericanas? Esa es una interrogante que queda allí, tal vez sin respuesta pero con el amargo sabor de la cuarta ingratitud.
Hermana Colombia, hermana república, que ingrata eres, te prostituiste, entregaste tu cuerpo y tu territorio a unos mercenarios, que quieren tu sangre, la sangre de nuestros pueblos. Venezuela, tal vez ingenua, siempre te quiso y te ha querido ayudar, pero tú le abres las puertas al ejército norteamericano, violador de pueblos, que aniquila y mata niños y mujeres.
Colombia, eres una mala hermana y cuando te des cuenta de todos tus actos de ingratitud ya será tarde, porque tu cuerpo y tu territorio ya estarán ultrajados por el ejército invasor.
(*)Politólogo.
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