Medios y alienación

Los creadores de realidades

Hace tiempo que venimos intentando descifrar el nuevo rol que desempeña el sistema de medios de comunicación corporativos a nivel mundial. Estamos convencidos que este nuevo rol es de capital importancia para mantener las relaciones de poder existentes en nuestro globalizado planeta.

En otras oportunidades hemos tratado de desarrollar un modelo de interpretación que establezca y defina diferentes categorías del sistema de alienación1 que los medios constituyen. En este caso, interesa desarrollar aquí una de esas categorías: la creación de una realidad “virtual”

Los medios de comunicación no son -al contrario de lo que se intenta hacernos creer- unas neutras y “objetivas” ventanas que muestran la realidad. Su propia condición de “medios” (intermediarios) condiciona a que todo aquello que recibamos a través de ellos constituya una interpretación, o mejor dicho, una representación alusiva (o no) a la realidad que intentan transmitir.

Esto es bien conocido desde siempre por los profesionales. Ya a fines del siglo XIX los fotógrafos descubrieron que la cámara no era un “ojo” neutral. El ángulo de la toma, el enfoque y hasta el trabajo de laboratorio posterior daban imágenes de diferentes significados para la misma toma, según se modificaran algunas de estas variables. En el cine, los primeros teóricos del cine ruso descubrieron en la segunda década del siglo XX, que el fotograma anterior determina para el espectador el significado del siguiente. Aún en lo que debería ser la percepción más objetiva, la que tiene que ver con la fotografía o la imagen audiovisual científica, esta situación se mantiene. Según sea el científico que realice el relevamiento, éste tendrá diferentes características. Por esa razón es que Marshall Mc Luhan decía (y demostraba) a finales de la década de los 60 del siglo pasado, que “el medio es el mensaje”.

Si esto es así desde el principio, imagínense entonces que sucede cuando, como hoy, el discurso de los medios masivos de comunicación está determinado, estructurado y dispuesto por los intereses materiales directos (políticos, económicos, etc.) de sus propietarios o quienes los controlan.

El sistema de representación -para responder a esos intereses- puede ser manipulado, modificado, estirado, retorcido, hasta lograr mostrar a través de los medios, toda una seudo-realidad (aquella que llamamos realidad “virtual”).

Al respecto, ya varios ejemplos de ello se han constituido en clásicos. El primer bombardeo a Bagdad en la Guerra del Golfo, que todos pudimos “ver” por televisión (supuestamente en directo), quedó posteriormente al descubierto como un excelente montaje cinematográfico, muchas de cuyas más importantes escenas (que parecían ser parte de esa realidad) fueron colocadas y ordenadas en la edición. El ejemplo posterior fue más claro aún. Las tropas norteamericanas invadieron Somalia en el horario y en las condiciones geográficas pre-establecidas para que los medios masivos de comunicación pudieran lograr la cobertura ideal, que permitiera presentar esa invasión como el pulcro reality show que interesaba al Pentágono y el Departamento de Estado.

En nuestra Venezuela bolivariana, el caso de Puente Llaguno se convirtió en un ejemplo revelador de hasta que punto puede llegar la manipulación de imágenes y sonido para presentar un discurso preestablecido (lo que quedó totalmente claro sobre todo después de la divulgación de la extensa y detallada investigación audiovisual realizada por Ángel Palacios2).

El público vio como “tomas en vivo” de la televisión, un montaje excelentemente producido y editado, en el que gente que en realidad estaba defendiéndose del ataque a tiros de la Policía Metropolitana, aparecía como disparando contra una multitud inerme y dejando como saldo varios muertos. La investigación aludida fue el elemento final que probó fehacientemente como ese video fue un “producto” intencional que ocultaba, negaba y distorsionaba los sucesos acaecidos (producto que llegó hasta a ganar un “premio de periodismo” del gobierno del PP y Aznar).

En todos estos casos, el discurso audiovisual que se elabora va mucho más allá de ser meramente una información mentirosa o sesgada, nos encontramos frente a la creación de todo un contexto planificado e intencional, subordinado a los intereses de quien maneja el medio.

Esta creación de una realidad intencional no se limita a la parte noticiosa-informativa de los medios. Si estudiamos desapasionadamente la estructura de los comerciales de TV (las cuñas publicitarias) tanto a niveles locales como internacionales, descubrimos que el contexto en que la mayor parte de ellos se desarrollan, se presenta siempre mostrando un entorno y un modo de vida que no es precisamente el de la mayoría de los receptores. Es curioso evaluar, en estos tiempos de globalización, como la mayor parte de estos discursos publicitarios, que llegan aproximadamente a un porcentaje entre el 50% y el 60% de la población del planeta, muestran sin embargo una realidad que es, en el mejor de los casos, relativa o cercana a sólo algo así como un 18% del total de la humanidad.

Vemos entonces como el hecho de hacer cotidiana una realidad preestablecida a grandes masas humanas a través de los medios, constituye una forma de alienación que funciona -por su regularidad y persistencia y por lo totalizadora de la visión que transmite- como un sistema de educación continua que condiciona a los receptores a una cosmovisión hegemónica. No nos cansamos de repetirlo: La mejor forma de dominación es lograr que los dominados piensen y vean el mundo con los ojos de los dominadores.

Y no se vaya a creer que hay algo de paranoia en estas afirmaciones. Esta creación de realidad virtual ya se ha naturalizado totalmente, tanto para los medios que la generan como para los receptores. Posiblemente eso sea lo más grave, cuando el sistema de dominación se convierte en algo tan natural (y por lo tanto no percibible ni discutible) es cuando logra ser más efectivo. Tal como decía Mao Tse Tzung, por su naturalidad, el pez no puede percibir el agua en la que vive.

El caso del Metro de Caracas

Para mostrar un ejemplo concreto de cómo esta generación de realidad es un sistema institucionalizado que se ha vuelto habitual para los medios, vamos a ver un ejemplo concreto sucedido en estos días.

El sistema Metro de Caracas viene presentando hace ya algunos años (por múltiples razones que no viene al caso desarrollar aquí) un progresivo proceso de deterioro en sus instalaciones y la calidad de su servicio. Hace unos pocos meses, la oposición venezolana se percató de que podía aprovechar esto con un muy buen rendimiento político. A partir de allí se desató en los medios privados que son parte de esa oposición -tanto por prensa escrita como por radio y TV- una orquestada campaña orientada a mostrar la “gravedad” de la crisis del sistema Metro y a descalificar la actuación del gobierno al respecto.

A pesar de que recientemente el mismo gobierno había declarado que se haría cargo de solucionar los problemas del sistema Metro, cambiando sus directivos, adjudicado una importante suma de recursos para acelerar la disponibilidad de equipos e infraestructura y encomendando directamente al ministro respectivo la responsabilidad de rehabilitar el sistema; la campaña de la oposición no se ha debilitado sino que se ha incrementado, pasando a otro nivel.

El 12 de noviembre de 2010, grupos de oposición planearon y ejercieron una acción de fuerza en la estación Propatria de la linea 1 del Metro. Un grupo de ciudadanos (que luego fueron identificados como militantes de los partidos Acción Demócratica y Primero Justicia) no sólo provocó una manifestación dentro de la estación, sino que abordó y secuestró un tren con pasajeros y operarios del Metro dentro, provocando una congestión que llevó a la paralización del servicio.

Desde hace poco tiempo, la seguridad interna en el sistema Metro fue adjudicada a la nueva Policía Nacional. Esta policía, según una política de acción determinada hace ya tiempo, intentó primero dialogar y negociar con los manifestantes. Luego de más de una hora de esfuerzos infructuosos, la policía decidió arrestarlos.

Y aquí viene lo referente a la forma como los medios generan (o intentan hacerlo) un discurso intencional. En primer lugar, fuera de la estación estaba instalado un equipo de filmación de Radio Caracas Internacional (un canal de televisión prácticamente inexistente, ya que es el mismo al cual el estado decidió no renovar su concesión de señal abierta, y que se retiró del sistema de cable por no querer cumplir con la reglamentación inherente por ley a los canales de producción nacional). No era casualidad que ese equipo estuviera allí, en el lugar y el momento adecuados para registrar toda la acción de protesta.

Con algo que aparentemente no contaron fue con que no podrían filmar dentro del sistema, ya que desde su fundación es prácticamente imposible fotografiar o filmar dentro del Metro sin una negociación y autorización previa con sus autoridades. Su registro entonces se limitó a filmar desde el exterior de la estación, mientras la policía transportaba a automóviles y camionetas a los 33 detenidos por los sucesos.

Este registro fílmico fue usado casi de inmediato por la emisora Globovisión, que representa la más enconada atacante del gobierno. Por supuesto que las imágenes logradas fueron colocadas como importante noticia, (tanto en avance como dentro de los noticieros).

La Policía Nacional tuvo una actuación impecable, que recordaba a aquella mítica policía londinense de altos sombreros que no llevaba armas y trataba siempre con cortesía a todos (que ya está muy lejos en el pasado, hoy la policía londinense es una de las más represivas y mejor armadas del mundo, recordemos como mataron a tiros a un estudiante brasilero dentro del metro de Londres, por creerlo un terrorista). Ni una peinilla, ni un rolo, ni un bastón, ni un arma fueron usados para llevar a los detenidos hasta las patrullas. Incluso eran muy pocos de ellos los que estaban esposados, todo el esfuerzo físico policial se concretó en llevarlos hacia los transportes caminando o en volandas, en los casos que oponían resistencia.

Las imágenes que registraban esto no eran demasiadas, por lo cual Globovisión las colocó en bucle (loop) y ellas se fueron repitiendo mientras transcurría el relato de la noticia. Y entonces aparece lo más curioso, mientras las imágenes mostraban a la policía llevando a los detenidos casi con “el pétalo de una rosa”, el sonido consistía en reproducir a una abogada que colocaba en micrófono a supuestos familiares de los detenidos, que explicaban a gritos que éstos habían sido maltratados y golpeados en forma bestial por la policía mientras eran detenidos. Fue como un acto de realismo mágico. El audio, intentado generar la realidad virtual (el brutal comportamiento de la policía) contradecía abiertamente lo que las imágenes que se repetían al unísono mostraban.

En este caso entonces, el intento de crear a través de los medios una realidad acorde a las intenciones políticas, no logró ser totalmente exitoso (aunque es muy probable que algunos espectadores hayan visto allí una brutal represión, condicionados por el prejuicio y por el mismo confuso discurso). Aquí tenemos entonces un ejemplo bien concreto que apuntala el modelo teórico.

El uso de distorsión absoluta del registro (mucho más allá de su condición de representación) es un sistema habitual en los medios masivos y no es un fenómeno nuevo, ya a principios del siglo XX William Hearst, usando su cadena de periódicos creó una guerra entre los EE.UU. y Cuba. Lo que llega a ser hasta aterrador es el uso en forma habitual y cotidiana de este recurso, que sumado a la hegemonía comunicacional que detenta la red formada por un pequeño grupo de corporaciones transnacionales que dominan los medios masivos globales, forman un sistema de alienación, adoctrinamiento y condicionamiento que recuerda a la monstruosidad del “Big Brother” del 1984 de George Orwell.

Estudiar esto, entenderlo y denunciarlo es una forma de comenzar a combatirlo.


miguelguaglianone@gmail.com


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Miguel Guaglianone

Comunicador, productor creativo, investigador, escritor. Jefe de Redacción del grupo de análisis social, político y cultural Barómetro Internacional.

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