Anotaciones sobre la mentira del periodismo profesional

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Es mentira que si usted estudia y se gradúa en una universidad es más inteligente, mejor formado, más decente, más importante para la sociedad o más "preparado" que quien no va a la universidad. En consecuencia, también es mentira que los periodistas que se graduaron en una escuela de Comunicación Social garantizan trabajos periodísticos más serios, responsables, respetables y de calidad que quienes no lo hicieron.

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Es mentira que el gremio venezolano de periodistas profesionales (el fulano Colegio Nacional) sea hoy una necesidad para que los periodistas se defiendan de la voracidad de los dueños de medios y corporaciones de la información. Si algo desnudó y evidenció el proceso chavista es que los periodistas de academia son aliados naturales (de clase) de los dueños de los medios, así que son sus esclavos instrumentales y además sus compañeros de lucha antipueblo.

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Es mentira que el rechazo a prácticas elitescas, burguesas y tiránicas como exigir títulos universitarios y membrecías obligatorias para poder ejercer el periodismo sea un ataque comunista o chavista contra la libertad de expresión. Lo que sí es amenaza contra la libertad de expresión es, precisamente, exigir títulos universitarios y membrecías obligatorias para poder ejercer el periodismo. Hasta la UNESCO así lo ha reconocido (Lea: UNESCO: Prácticas que amenazan la libertad de expresión). Pero en Venezuela, uno de los pocos países del mundo donde una Ley hace esas exigencias insólitas y medievales, ni los periodistas profesionales chavistas ni los otros se han dignado abrir esta discusión.

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Es mentira que el periodismo sirva para buscar y revelar la verdad. El periodismo es un ejercicio mediante el cual usted indaga en unos hechos, recoge puntos de vista disímiles y encontrados, arma con todo eso un paquete (trabajo) informativo, cuyo objeto es que el receptor se entere de lo que hay, de lo que opinan al respecto quienes han investigado antes sobre el objeto (hecho noticioso) a favor y en contra, y se forme una visión del tema. En Venezuela a los periodistas les importa dos tomates, tres pepinos y un ají que el receptor de noticias se forme una idea u opinión propia sobre nada: a unos les interesa que la gente se vuelva chavista y odie a los antichavistas, a los otros les interesa lo contrario. Así que eso no es periodismo sino propaganda. A algunos este hecho les espanta o les repugna; en lo personal, a mí no me parece ni bueno ni malo: me parece que es así, y hay que adaptarse a ello. Las otras opciones son meterse a ermitaño, pegarse un tiro o colgarse de un mecate.

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Es mentira que en Venezuela haya personas haciendo buen periodismo y otras haciendo mal periodismo. En Venezuela, quienes prestamos nuestros servicios como recabadores y difusores de información estamos haciendo propaganda al servicio de un proyecto de país, y del lado de allá los proburgueses están haciendo lo mismo pero en contra de ese proyecto de país. Ninguna de esas dos misiones (hacer propaganda a favor o en contra del proyecto llamado "bolivariano") califica como periodismo. En Venezuela hace rato no hay condiciones propicias ni voluntad ni tiempo para hacer periodismo. Aquí quien viene a estas alturas a jugar al equilibrio y a la neutralidad es porque no sabe qué está sucediendo en Venezuela y el mundo. Y alguien tan rejodidamente desubicado en el momento político del planeta no puede ser periodista.

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Reflexión desde mi ser individual: yo estoy consciente de estar haciendo propaganda a favor de una Revolución y de un pueblo en rebelión, no me importa que se me note y no me quita el sueño en lo absoluto. A mí me enorgullece ser una rara especie de propagandista que de vez en cuando le tira sus coñazos a los aliados que quieren mostrarse como revolucionarios sin abandonar su burguesía. A mí me sabe a mierda la etiqueta de "periodista veraz y objetivo" y eso no es desde ahora sino desde hace tiempo. Más o menos desde que, entre 1997 y 1999, me dediqué a denunciar casos de crímenes perpetrados por los cuerpos represivos del Estado y por otros entes poderosos. Esto lo hacía en el diario El Nacional y la sección era conocida como Guerra Nuestra (allí pueden leer varias de las 140 crónicas que escribí en esa época). Los periodistas profesionales entonces me querían y respetaban porque, al no profundizar en lo que yo estaba haciendo, creían que yo era tremendo periodista, que estaba haciendo un trabajo periodístico de alta calidad. Con el tiempo yo mismo fui  revelando y confesando un detalle de mis escritos: yo jamás jugué a la imparcialidad. Yo me puse siempre del lado del denunciante al que los pacos le jodieron la vida, le asesinaron un hijo, le despedazaron al esposo o esposa. Eso indica que lo que yo estaba haciendo no era periodismo sino política, propaganda contra la institución policial; para calificar como periodismo yo debí haber cumplido con un requisito: confrontar en igualdad de condiciones, importancia y jerarquización, la acusación de las víctimas y el derecho de los policías (los asesinos) a la defensa. Yo nunca hice esa mierda, porque siempre supe y sé lo que es un policía. Yo no iba a aponer a un paco a desmentir a la doña a quien le ametrallaron al hijo. Uno de mis orgullos personales es haber pateado esa norma universal del periodismo: confrontar y comprobar antes de publicar.
Pero los estudiosos y académicos, impresionados por mi forma de narrar y echar el buche, siguen mostrando mis trabajos en algunas escuelas de comunicación social, engañando a los pobres estudiantes con la mentira de que eso que yo hacía era periodismo. Pobrecitos.
Bueno, allá ellos. No es mi problema, no me afecta que se siga alimentando esa leyenda urbana. Total, este artículo trata sobre la gran mentira inherente al periodismo profesional.

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Es mentira que eso de poner a los periodistas profesionales en su sitio y gritarles en su cara que son ciudadanos comunes y corrientes y no seres especiales que merecen reverencia y sumisión sea una práctica tiránica. Tiránico es desconocer que llegó el tiempo de los pueblos y ciudadanos comunicadores, y seguir encerrado en las aulas universitarias en busca del periodista perfecto que se forma a punta de libritos y no de conocimiento presencial de los países, su historia y sus pueblos. Puede que este sea el Día del Licenciado en Comunicación Social, pero el tiempo que corre es el tiempo de la gente y sus muchas formas de expresarse y de difundir sus hechos vitales. El periodista de librito y escritorio mejor que empiece a mover ese culo si quiere sobrevivir en el tiempo de la multitud que ya no cree en vacas sagradas.


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José Roberto Duque


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