El problema no es mostrar el cuerpo femenino en sus diferentes versiones, sino la actuación de empresas inescrupulosas que lucran con la sexualidad convirtiéndola en mercancía y exhibiéndola en espacios u horarios no indicados para tales fines como los que corresponden a la familia y a la recreación de niños, niñas y adolescentes.
Peor es que en el presente siglo exista comercialización no regulada de la sexualidad y que esta sea aplaudida como modalidad para conquistar fama y fortuna, bajo la rectoría y promoción de medios de comunicación y otras corporaciones. Por tal razón no es casualidad que buena parte de la población se declare fanática de estas extravagantes figuras. Las diosas del sexo (divas o bombas sexy) son las obreras de la industria farandulera machista cuyo patrón margina a cualquier dama que no cumpla requisitos de silicón más allá de contraindicación médica.
En este escenario aparece el Pran, a quien también se le conoce como Gánster. Él se convierte en “protector” de la diva y junto a ella acumula y disfruta de riquezas obtenidas mediante delitos múltiples, lo cual, lejos de causar repudio colectivo, parece embriagar de emoción a incautos que ven telenovelas importadas donde se reproducen estas retorcidas historias.
No cabe duda que si parte de la juventud se siente tentada a imitar a divas y pranes, ello exige la acción de gobiernos y ciudadanos en defensa de la salud pública para que la manifestación sana de la sexualidad y los buenos valores sociales triunfen por encima de invitaciones al lucro delictivo.