Un recorrido por los medios nos ofrece importante información sobre el clima social y emocional imperante en el país. Convive un tratamiento informativo que apela a la violencia, enemistad, desconfianza, desesperanza y la negación a asumir responsabilidades con la prédica del reconocimiento, la reconciliación y la paz.
La transición a un clima de paz y confianza no puede construirse sobre la base del agravio, la violencia y la impunidad. Quiérase o no, tal transición pasa obligatoriamente por la disposición a convivir y ¿perdonar? En esta dinámica juegan papel principalísimo los medios en calidad de mediadores, informadores, formadores de opinión pública y actores centrales de la comunicación política.
En tanto expresión de la situación de polarización en el país, se ha instalado en los medios la lógica política de la “guerra a muerte”. Sin lugar a dudas, los medios “refuncionalizados” se asumen y comportan como “"grupos de combate en la línea del frente", prestos y dispuestos a eliminar al contrario. En ambas partes imperan las acusaciones mutuas, la obsesión por la denuncia y la estrategia de erosionar y cuestionar la legitimidad del contrario.
En consecuencia, la agenda bélica define la selección y relevancia de los asuntos a reseñar desde los dos frentes de batalla: oposición y gobierno. Priva entonces en el manejo informativo una intencionalidad política que define y enfatiza significados y temas principales. Curiosamente la intencionalidad bélico-destructiva se funde y confunde con una cruzada moral emprendida por ambas partes, con miras a la salvación del país.
Los medios van entonces a la zaga de la agenda política y ello se refleja en el tratamiento dado a importante asuntos. Destaca la decisión del TSJ sobre los cupos OPSU interpretada como “autonomía bajo asedio”; las dos versiones del caso Polar; el clima pre-electoral que desde los sectores de oposición se tiñe de desconfianza, acusaciones de ventajismo, abuso oficial y “medios censurados “. Contrasta la afirmación de un vocero de gobierno sobre la “estructura de odio y fascismo” inculcadas en la oposición, con la denuncia noticiosa de un oficialismo que “tiene aterrorizada a la población venezolana”. A tal politización ni siquiera escapa el caso Guyana.
¿Queremos paz o queremos guerra?