Las propias páginas del Diario Últimas Noticias hablan por sí solas. A la izquierda la página de opinión de las ediciones “regionales” (Altos Mirandinos, Vargas, etc.) y, a la derecha, la misma página de la edición “central” (Caracas). Como pueden observar el artículo “¿Qué hacemos con la inflación?” (16 de julio de 2016) fue “reemplazado” por un anuncio publicitario de “Tiendas Últimas Noticias”; movieron de lugar el artículo de Roberto Hernández Montoya y el artículo de Armando Briquet y la caricatura mantuvieron la diagramación original.
Unos 10 días antes, después de la publicación del artículo anterior “UPP 89: el sentido de la crítica” (del 02 de julio de 2016) había recibido del periódico un “llamado de atención” con relación al contenido de mis artículos, advertencia sobre la cual haré referencia en un próximo escrito.
Me explican periodistas amigos que las ediciones “regionales” (también llamadas “periféricas”) son las primeras en salir y, de última, sale la edición “central”. Esa “decisión de censura” ha debido tomarse sobre las 11 p.m. o poco más tarde, cuando ya sólo se podía “reemplazar” al artículo antes mencionado, por una pauta publicitaria del mismo periódico. Un acto, por cierto, por lo intempestivo, que demuestra una “inmensa soberbia” propia, de lo que podríamos calificar, de un “burócrata”.
Sobre los “burócratas revolucionarios” y el gran daño que le hacen a los procesos revolucionarios hablaremos también en ese próximo artículo. Sólo adelantaremos que sus actuaciones, en ningún caso, ni medida, le restan valor - significado y alcance - político, ético y humanista, a una revolución. Son solamente actuaciones “individuales” y son parte, usual y casi accidental, de la construcción compleja de cualquier proceso revolucionario.
Del resto, esta “censura” es un hecho irrelevante, frente al contexto económico que vive el país. Las mismas palabras finales del artículo “censurado” parecen ser aún más pertinentes: “… y la inflación sigue allí…”
Artículo “censurado”:
¿Qué hacemos con la inflación?
Reinaldo Quijada
Recuerdo haber leído, hace algunos años, una simpática propuesta ética del escritor español Juan Bonilla. En serio y en broma, criticando la superficialidad de los políticos, pedía que el “voto en blanco” sirviera como otra manera de elegir. Pudiendo también ampliarse a la abstención. Actualmente, el voto en blanco es válido pero no se cuenta, el 100% de los escaños se reparte entre los partidos. Imagínense que sucedería si el 30% de la población votará en blanco y se quedarán entonces 30% de las sillas de la AN vacías. Y durante 5 años. ¡Indudablemente sería algo muy aleccionador! Hoy vemos, de lado y lado, insultos y groserías. Quién los profiere dice que es “humor” y no lenguaje soez. Vemos una competencia de porcentajes de impopularidad entre el gobierno y la AN. Cada quién le endosa al otro mayores índices de rechazo. ¡Como los niños en las escuelas! ¡Más murmuro y comadreo que ideas! Y así sucesivamente, una absoluta falta de rigor en lo que se dice…
Mientras tanto hay unos índices de inflación mensual entre un 10% y un 20%, mes tras mes. ¿Qué hacemos con eso? Eso es lo concreto. Lo real. Y, por supuesto, las consecuencias que todos conocemos y que no tiene sentido enumerarlas más. ¿Qué hacemos con la inflación?
Nosotros, me refiero a la UPP 89 y al MEP originario (vale aclarar: el que fue ilegalizado, en pocas horas, por el TSJ), no estamos de acuerdo con el referéndum revocatorio, tampoco con la renuncia de Maduro. No vamos a ser partícipes de ello, ni coincidimos con una derecha sin autoridad democrática. No debemos ponerle “en bandeja de plata”, a la oposición, una salida que no lo es. Los problemas del país son otros. Las soluciones otras. Una de ellas, medular, recuperar la política en su dimensión moral. Y sobre ésta base empezar a construir. Ya hemos venido hablando de ello… Pero sigue la pregunta: ¿Qué hacemos con la inflación? Quizás sea necesario, en el marco del diálogo que se está proponiendo y la consecuente negociación en que debe concluirse, una “relegitimación de los poderes”, del ejecutivo nacional y de la asamblea nacional. De ambos. Abrir el espectro político. Es necesario romper el “juego trancado”, porque incluso la crítica misma pareciera servir ya para muy poco, y la inflación sigue allí...
Artículo “sobre el cual recibimos el llamado de atención”:
UPP 89: el sentido de la crítica
Reinaldo Quijada
Nos han escrito cuestionando algunas posiciones nuestras, del nuevo partido político UPP 89. Se nos reclama presumir tener “la hegemonía de la moral y la verdad”. Que no somos capaces de entender que nuestro destino actual es propio de “la historia del país que hemos heredado”. Que nos limitamos a la crítica y faltan las propuestas. También, indirectamente, que es “un acto de imperdonable ceguera” olvidarse de la “voracidad depredadora” del capitalismo y su “histórica posición desestabilizadora”.
No desconocemos el panorama mundial, ni la historia de saqueos y crímenes hacia nuestros pueblos. Y entendemos que toda obra auténtica de creación humana está llena de marchas y contramarchas. Lo hemos dicho, y repetido, todo proceso revolucionario tiene un “punto de partida moral” que ya, de por sí, lo justifica y puede excusar muchos de sus errores. Es decir, el hecho de enfrentar la exclusión social que caracterizó a la IV República, o la violencia del imperialismo, le da una dimensión moral superior a la Revolución Bolivariana.
¿Qué sostenemos? Que nuestra dirigencia ha demostrado una inmensa incapacidad para gobernar y se ha alejado del pueblo que dice defender. Que hace uso frecuente de la mentira para esconder sus inconsecuencias. El gobierno se ufana, por ejemplo, de no reducir las pensiones, las becas y todos los gastos de los programas sociales pero obvia decir que su financiamiento se ha realizado mediante la emisión desmedida de dinero inorgánico que ha generado una descomunal inflación. ¿No es esa acción demagógica una inmensa irresponsabilidad? ¿No genera hambre y miseria? ¿Debemos guardar silencio ante eso?
Nuestra crítica misma, decimos nosotros, es la propuesta. Particularmente cuando ella señala invariablemente que hay que recuperar el valor de la política, de la dimensión moral de ella. Que los principios y los valores no tienen un fin en sí mismos pero son ellos los que le dan una orientación – una unidad y un orden – a nuestras acciones. No se trata de creernos portadores de la verdad, ni garantes de la moral. Se trata de conectarnos con nosotros mismos y con la realidad. Asumir el camino de la responsabilidad personal. De la conciencia. Pensar libremente y actuar con dignidad. Sin miedo. Esa es la propuesta.