Que el enemigo hegemónico nos lleve una morena en materia de comunicación y manipulación ideológica, es algo más que evidente. No de ahorita, sino desde hace muchísimo tiempo. Se trata de una preocupación permanente de todos los movimientos sociales y revolucionarios que pretenden cambiar, de forma radical, las estructuras de dominio económico sobre las cuales se erige ese poderío que domina las conciencias y las coloca a su servicio y reproducción.
Cuando nos toca revisar, enfrentar e intentar doblegar esa inmensa plataforma de la mediática, que marcha íntimamente ligada a las expresiones emocionales, simbólicas y al entretenimiento, surgen críticas, diagnósticos, desmontajes y análisis diseccionadores, cuya erudición espanta. Los resultados, en manos de expertos estrategas, auguran despliegues tácticos llenos de aciertos o políticas que lograrán vencer las enemigas. Se olvida, en un primer plano, que las ideas dominantes en toda sociedad, son siempre las ideas de la clase dominante. La tendencia es, pues, a reproducir y no a detener las mismas. Se olvida -también- que la comunicación de masas está diseñada bajo el molde de la alienación que nace de las relaciones de producción en esta sociedad capitalista que padecemos, donde la trabajadora o el trabajador, son convertidos en objetos que -a su vez- producen objetos y ambos se convierten en mercancías en un juego de ajenidades, de alienación, de no reconocimiento en lo que se produce ni en lo que se consume.
La comunicación de masas, en el capitalismo, es comunicación de alienaciones, de no verdades, de mentiras (que no siempre son mentiras, en tanto algunas de ellas pueden ser tangibles y descritas con “objetividad”). Y esas “no verdades” que se comunican, que se propagan, circulan por los diferentes medios (tecnológicos o no) como si fuesen verdades. De allí que desmontar esas “no verdades”, enfrentarlas, derrotarlas, es una tarea compleja, que sólo puede lograrse con la verdad verdadera: con la verdad de clase proletaria, la de los explotados, la de los históricamente llamados a hacer la revolución (de aquí nace la afirmación que califica a toda verdad como revolucionaria). La verdad es la verdad liberada, desalienada, de la igualdad que nace de producir según las capacidades individuales y consumir según las necesidades individuales.
Por eso, mi reiterado ejemplo del Metro, sus andenes y sus servicios complementarios, como el Metrobús, el Metrocable y el Bus Caracas (por referirnos sólo a Caracas, en el ejemplo), constituyen espacios para entender el complejo fenómeno comunicacional de los dominadores, en la calle, con una mezcla de comunicadores planificados y tarifados, junto a repetidores espontáneos, que terminan transmitiendo las “verdades hegemónicas” del capital, de la burguesía y de su imperio político y militar, regidos desde el Pentágono.
El despliegue mediático (en indiscutible guerra de “4a generación”) en el sistema Metro, debe ser revisado y estudiado con profundidad, desde una perspectiva marxista, proletaria, de clase. A la propagación constante de mentiras, convertidas en “verdades para el caos”, que se disparan contra la conciencia de quienes son usuarias y usuarios de ese sistema, se les debe atacar con fuerza contrahegemónica. No puede ser que a la voz dramática de “comunicadores” o propagadores pedigüeños, afligidos, miserabilizados y buhoneros, que venden crisis y caos al más bajo y masivo precio, la única respuesta que se ofrezca, sea una emisora transmitiendo largos e incomprensibles discursos que ni siquiera han sido diseñados para un formato de tránsito, efímero entre la efímera radiodifusión.
En nuestros debates sobre los temas comunicacionales y en las pretensiones de diseñar estrategias para la lucha contrahegemónica, desde la mediática, es importante volver sobre las reflexiones de Lenin y sus aciertos revolucionarios en materia de propaganda y agitación.