En su empeño por hacer aparecer al presidente Chávez como responsable de todos los males habidos sobre la tierra, el oposicionismo (junto a su Iglesia) pretende hacer aparecer la revocatoria de la concesión de Rctv como un acto tiránico y despótico, ejercido por el Gobierno como una vulgar retaliación política supuestamente en contra de las libertades públicas.
Sesudos analistas comentan lo "delicado" de la medida, más como alerta hacia el Gobierno que hacia quienes hoy pretenden hacer con ese bien colectivo que es la frecuencia radioeléctrica lo que les da su real gana, apuntándose incluso vergonzosa y subrepticiamente como eventuales candidatos a "asesores de equilibrio y ponderación", como si en verdad hicieran falta.
Ninguno de ellos ha comentado para nada el daño que la programación de ese canal ejerce a diario, y desde hace décadas, contra la sociedad, ni ha advertido la obligación del Estado en la preservación de los intereses del colectivo. Una vez más se pliegan a los deseos de los poderosos en contra del pueblo, fundamentalmente porque suponen que de su acto de sumisión derivará la fortuna que persiguen.
Entre ellos y el inefable periodista matutino de Rctv (que en su insensata y ridícula arrogancia se ha propuesto acabar él sólo con Chávez y el chavismo todo; erigido a la vez en juez supremo, fiscal pugnaz y defensor universal ungido por la gracia divina más allá de todo saber humano), han acabado con la oportunidad que, por supuesto, ese canal tenía de seguir operando con la frecuencia que en algún momento le fue concedida por el Estado.
El torpe de Marcel Granier, en su terca obcecación antichavista, no se percató jamás del enorme costo de tener al aire a un oligofrénico bufando a diario, ni siquiera contra el Gobierno sino contra el Presidente más apreciado en toda nuestra historia.
Si de lo que se trata en el negocio de la televisión que él dice conocer es el "rating", entonces lo que hizo Granier fue una verdadera imbecilidad.
Atentar contra lo más querido por la mayoría de la población no es nada inteligente. De modo que su problema no es el socialismo, sino su ancestral ineficiencia gerencial y su pésimo gusto en programación.
Un lujo que puede darse porque, como se sabe, ese canal no le costó nada.
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