Los grandes consorcios mediáticos del mundo han terminado por moldear en gran escala los deseos, las emociones y, hasta, los sentimientos de mucha gente, según sus caprichos e intereses, creando una fantasía apocalíptica que le haga ver como enemigos (reales o potenciales) que debe combatir hasta exterminarlos a grupos comunitarios y sectores sociales, étnico-culturales (musulmanes, indígenas y afrodescendientes) y políticos (básicamente, de izquierda revolucionaria, anarquistas y comunistas) considerados contrarios o diferentes a los parámetros de la moral imperante, que es decir, la ideología que ella representa y defiende. Existe, en consecuencia, una tendencia a instaurar una especie de absolutismo reaccionario, étnico y cultural en el cual no tendría cabida alguna la pluralidad garantizada por cualquier sistema democrático y el amor fraternal que suelen difundir las religiones, en especial las cristianas. La segregación aplicada durante siglos por la civilización liberal (contradiciendo sus propios postulados) y que, paulatinamente, había dado paso a cierta reducción o eliminación legal de su práctica en muchos países durante el siglo XX, incluyendo a Estados Unidos y Sudáfrica, en el presente ha sido reformulada, llegando a ser algo común y fuera de todo debate, pese a las graves consecuencias que ello tiene para el equilibrio social en general.
Pero esto no tendría ninguna efectividad si los propósitos de los propietarios de estos grandes consorcios mediáticos estuvieran regulados o controlados por los Estados, algo que, aparentemente, resulta dificultoso. Éstos «con el enorme poder de su riqueza y manipulación de la información y los usuarios de redes sociales, se oponen ferozmente a cualquier regulación de sus actividades. Por ello pretenden hacer aparecer cualquier forma de revisión independiente o supervisión pública como censura, cuando el verdadero y urgente problema es el rol extraordinariamente nocivo que las titanes tecnológicas tienen en la definición de discursos públicos parciales y basados en la discriminación y el odio, al tiempo que controlan cada vez más sectores industriales y también aspectos tecnológicos claves que les aseguran cada vez más dependencia de los propios gobiernos», como lo describe la periodista uruguaya Silvia Ribeiro en su artículo «La meta real de Facebook».
Del mismo modo, citando lo escrito en un artículo anterior de mi autoría («El linchamiento mediático y la adoración de la imbecilidad»), afirmo: «No es nada descabellado ni extravagante aceptar que está en marcha una gran maquinaria inhibitoria y, por añadidura, creadora de falsedades que se multiplican sin comprobación alguna a través de mensajes, noticias e imágenes, con las cuales se imponen diversas matrices de opinión a escala mundial con el propósito de defender intereses específicos -siempre en beneficio de la hegemonía política y económica de Estados Unidos y de sus aliados regionales-, orientadas en contra de todo aquello que represente una opción emancipatoria, alternativa y contraria al dominio capitalista». Esta acción multiplicada se ha visto matizada por una política descaradamente agresiva, irracional e irresponsable, cuyos representantes más emblemáticos (por ahora, Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei, Narendra Modi, Viktor Orbán, Giorgia Meloni, Santiago Abascal, Daniel Noboa y María Corina Machado, entre otros) destacan por sus mensajes ultrareaccionarios, el que es acatado por sus correligionarios sin cuestionamiento alguno, seguros de su confiabilidad. En muchos de ellos se refleja un escenario de conspiraciones planeadas por los grupos e individuos que atacan, apelando al resentimiento y a las frustraciones de quienes los siguen, leen u oyen, alentando la violencia y la crueldad, sin distinción, contra sus «enemigos», a quienes procuran deshumanizar y desmoralizar.
Considerando las implicaciones derivadas de la dependencia de muchas personas en relación con el uso de las redes sociales y la aceptación de la información recibida como verdadera, Byung-Chul Han, filósofo coreano-alemán, ha descrito cómo se ha producido una crisis de comunidad gracias al auge de la digitalización y la atomización de la información. En su reflexión, expone que en un tiempo los valores compartidos y las narrativas comunes servían de puentes entre las personas, contribuyendo a la existencia de una cohesión social, cosa que ha sido reemplazada por una sobrecarga informativa (básicamente, basura informativa o, como se dice actualmente, ”fake news") que divide la sociedad; ocasionando que surjan algunas especies de fundamentalismos que no admiten ninguna verdad distinta a la suya, por muy extravagante e irracional que esta sea. Trasladada esta crisis de comunidad al ámbito político se verá que sus efectos son más peligrosos que los observados en otros, incluso los de estirpe religiosa.
A pesar de ser lo más resaltante, el poder de la censura selectiva no se limita únicamente a las expresiones y a los contenidos propagados vía internet. Aunque es motivo de una creciente preocupación entre muchos alrededor del planeta. No se puede pasar por alto el hecho de que el mismo también se encuentra integrado al habla cotidiana, a los púlpitos, a las aulas, a las oficinas empresariales y estatales, en la publicación de artículos de opinión y obras literarias, y en el cine; algunas veces, de una manera sutil o imperceptible, pero en otras, de manera manifiesta, sin ningún tipo de disimulo. Quienes lo hacen son personas que no admiten, bajo ninguna circunstancia, la posibilidad mínima de un análisis coherente y veraz respecto a la realidad que atacan, dada su nula disposición en aceptar que su percepción de las cosas es errónea y, menos, la eventualidad de un nivel de empatía, reconociendo así la necesidad de llegar a algún consenso en beneficio de todos. Como contramedida, habrá que abrir espacios de debates sin sesgo ni dogma alguno, críticos y en permanente revisión de lo que en ellos se discuta y difunda; lo que hará posible una conciencia más abierta a la realidad circundante y mejor dispuesta para defender el pluralismo, la libertad, la igualdad y la democracia a que todos los seres humanos tenemos derecho.