El quiebre de los dogmas y la hostilidad a lo no igual

Para quienes defienden el status quo (incluyendo a gente pobre, lamentablemente) el quiebre de los dogmas preponderantes representa una amenaza existencial intolerable al creer que forman parte de los grupos o sectores dominantes de la sociedad, lo que les impulsa a emitir mensajes cargados de odio, a tal punto que son capaces de asesinar sin remordimiento de conciencia a aquellos que son objeto de su rencor. En el fondo, tales individuos padecen una crisis de identidad, acentuada por los diferentes cambios que se producen en el entorno social, cultural, político y económico que son legitimados por leyes progresistas o revolucionarias, reconociendo derechos que, desde siglos, fueron negados sistemáticamente. Esto -aunque se haga increíble y, hasta, injustificado- es una comprobación de que las ideologías burguesas siempre han estado reinantes entre las mayorías, lo que obliga a plantearse una lucha cultural que contribuya a derribar y a reemplazar los paradigmas sobre los que se sostiene la hegemonía de las minorías económicas, políticas y sociales que dirigen el modelo civilizatorio actual. Para tal fin, es necesaria una visión dialéctica de la realidad circundante y no enfocarse solo en un factor o un elemento para explicar los detonantes de los acontecimientos que, de una u otra forma, determinan el curso de la historia contemporánea.
 
El mundo en que nacimos y moramos -o, más bien, el orden social- se halla organizado e interpretado según un conjunto variado de signos, mitos, rituales, símbolos, imágenes, narraciones, valores, normas, hábitos, gestos, tradiciones y costumbres que nos ordenan, nos ubican y nos clasifican; respondiendo de un modo general -muchas veces sin percibirlo- a los intereses y a la ideología de quienes se arrogan el ejercicio del poder; por lo que una grieta, es decir, un cambio en el mismo supone una transgresión, algo subversivo y, por tanto, algo que desestabiliza y pone en peligro el status que se ocupa, por muy miserable que éste sea. Para aquellos que viven conformes con este modelo civilizatorio un asomo de revolución socialista (capaz de producir una transformación estructural, como debiera hacerlo) implicará caer en una crisis del horizonte moral en que han sido educados, sin poder identificarse con el que se le está presentando, puesto que pone en tensión todas sus creencias, como si se les despojara de su sentido de pertenencia y de todo punto de referencia trascendente. Por eso, expresan hostilidad frente a lo no igual, a lo diferente, a lo excepcional, a lo heterogéneo, a lo extraño, activando, en cierta manera, lo que se podría catalogar de mecanismos de autodefensa. Y, de aceptarse, por cualquier motivo, sería bajo condiciones de segregación y sometimiento, similares a las aplicadas por el régimen nazi a comunistas, judíos, gitanos y homosexuales en Alemania, o a las aplicadas por el régimen sionista de Israel contra los palestinos, sometidos a un desprecio absoluto, privándoseles de su carácter humano. En la mayoría de las veces, sin remordimiento de conciencia, ya que si no hay culpa no hay ninguna moral que cuestione la acción de quien se siente amenazado por los cambios producidos.
 
Como lo determinó el físico teórico estadounidense Richard Feynman: «El problema no es que la gente carezca de educación. El problema es que las personas están lo suficientemente educadas para "creer" lo que se les ha enseñado, pero no están lo suficientemente educadas para "cuestionar" nada de lo que se les ha enseñado». Como efecto de ésto, es realmente un aberrante anacronismo seguir admitiendo como cosa normal que sectores minoritarios de la sociedad -básicamente a través de las redes de internet- ejerzan la potestad de censurar y decidir qué es moralmente aceptable, qué es ofensivo y qué no es apropiado, ya que esto coarta el ejercicio de una verdadera libertad de expresión, así como la pluralidad del pensamiento. 
 
Al decir de Antonio Gramsci: «La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad». El autoritarismo reaccionario surgido en los últimos años ha renovado la gramática fascistoide, implantando en la mente de muchas personas la creencia de que, bajo su liderazgo, todo será mejor que antes, aún cuando los cambios prometidos sólo beneficiarán las arcas de quienes dominan el mercado capitalista mundial, como ocurre en Estados Unidos. En función de este cometido, dicha gramática establece un individualismo extremo y un desmontaje supuestamente necesario de lo que ha sido el Estado de bienestar, con lo que se dejan desguarnecidos a los sectores más vulnerables, culpándolos, incluso, de su «mala» suerte. Esto exige un mayor esfuerzo intelectual entre quienes se ubican en lo que todavía se entiende como izquierda revolucionaria con el propósito de definir de mejor manera este autoritarismo reaccionario que amenaza a los pueblos del mundo; contribuyendo a determinar una contrapropuesta, elaborada colectivamente, como base para definir intereses comunes y formular estrategias que apunten al logro de la inclusión de los sectores marginados y a la transformación estructural del actual sistema-mundo; de manera que sirva de arriete para encarar la hostilidad desencadenada por los sectores dominantes hacia todo lo que no sea igual o sea heterogéneo.


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Homar Garcés


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