Hablamos de Trump, pero no del imperialismo

En medio de la confusa multiplicidad de la realidad que es el mundo contemporáneo, donde la moral no significa prácticamente nada y el odio y la intolerancia son propagados como valores morales a seguir por quienes controlan el poder político y el poder económico como fórmulas de dominación de las masas, no podría sorprender que un personaje disparatado como Donald John Trump, el extravagante y supremacista multimillonario, se haya convertido en el 47º presidente de Estados Unidos, quien, además, no ha dejado de ser noticia desde que asumiera su mandato el 20 de enero de 2025, con su serie de órdenes ejecutivas anti LGBTQ+ y antiinmigrantes, la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París y de la Organización Mundial de la Salud, la imposición de aranceles a naciones «amigas» (Canadá y México) y «enemigas» (China), las sanciones a la Corte Penal Internacional (CPI), acusándola de "acciones ilegítimas e infundadas contra Estados Unidos y nuestro aliado cercano Israel", entre otras, que han alarmado a medio mundo y han hecho creer a muchos que el presidente tiene delirios de grandeza, tanto o más que su lejano paisano Adolf Hitler, exhibiendo una conducta a todas luces sin escrúpulos.

Todo lo anterior es parte de la experiencia adquirida haciendo negocios. Con sus amenazas, Trump busca obtener ventajas y lograr que acepten lo que él quiere que se haga. Lo sucedido con los gobiernos de Canadá, Colombia, Panamá y México es un ejemplo. Con esta actitud adopta una política exterior agresiva, sin desechar la posibilidad de desencadenar aventuras bélicas que aumenten las tensiones internacionales y acaben con la paz relativa de que «goza» actualmente el mundo. A simple vista, todo indica que el nuevo gobierno de Trump persigue revivir en un cien por ciento la «vieja» diplomacia del garrote que aplicara en su tiempo Theodore Roosevelt con una dosis sin ambages de chantaje. La conjunción de la personalidad y las acciones del inquilino de la Casa Blanca y la necesidad de Estados Unidos de recuperar, sin que ninguna nación le haga sombra, la hegemonía ejercida sobre gran parte del planeta no es mera casualidad y así debiera interpretarse, evitando cualquier simplificación al respecto. Ello ha derivado en creer que si existe un imperialismo este sería democrático o humanitario, dedicado a proteger los derechos humanos; en una convergencia con la propaganda interesada de Washington y de los grupos derechistas locales.

Quizá para muchos desencantados del pensamiento marxista y de otros que, simplemente, no lo admiten de ninguna manera, la categoría de imperialismo suene obsoleta, como algo que precisó Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, en su obra de 1916 «El imperialismo, fase superior del capitalismo» y que, según sus puntos de vista, no tendría ningún espacio, salvo teórico o académico, en el mundo contemporáneo. Como efecto, algunos analistas proponen centrarse en el estudio de una teoría del capitalismo global en vez del imperialismo. Sin embargo, el capitalismo global requiere para su subsistencia la vigencia del imperialismo yanqui en su papel de gendarme de la Tierra, por lo que es inevitable referirse a él, aún con la confusión que causa el hecho de que China rivaliza con él en poder económico, tecnológico y militar, dando cabida a la conjetura de que se ha convertido también en una potencia imperialista.

En «La nueva negación del imperialismo en la izquierda», John Bellamy Foster, profesor universitario de sociología de Estados Unidos, concluye: «En la actualidad, el sistema imperialista mundial está intensificando la explotación mundial y, al mismo tiempo, nos está llevando al borde de la aniquilación global a través de una emergencia ecológica planetaria y de la creciente probabilidad de una guerra termonuclear sin límites. Para los pensadores de izquierda, en estas circunstancias, sostener que el antiimperialismo es el enemigo es votar a favor del imperialismo, la barbarie y el exterminio. Como dijo Mariátegui: "Somos antiimperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo", y porque defendemos a la humanidad mundial en su conjunto». No tendrá sentido, además, defender el derecho a la autodeterminación de los pueblos si se acepta pasivamente el autoatribuido derecho de Estados Unidos de desempeñar su papel hegemonista sobre el resto de las naciones; cuestión que le sirve de plataforma para emprender sus agresiones imperialistas más que el poderío militar que ostenta desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

El futuro del sistema multilateral que se fue conformando en estas tres décadas del siglo XXI depende en gran manera de la disposición y de la acción unitaria de pueblos y gobiernos del mundo para defender sus derechos y enfrentar las disposiciones del imperialismo yanqui para dominarlos individual y colectivamente. Los gobiernos y los actores políticos de la extrema derecha, definidos en sus discursos y conductas como autoritarios, sólo defienden los valores que ellos consideran universales, ajustados a su óptica particular (anglosajona y eurocéntrica), por lo que poco les podría importar si esa defensa implica el exterminio de un amplio porcentaje de seres humanos (como sucede con los palestinos a manos del sionismo), la violación del derecho internacional (en los casos de Cuba, Irán y Venezuela) que sus antecesores le impusieron al resto de los países o el desconocimiento absoluto de la soberanía implícita en el ejercicio de la democracia liberal (imponiendo presidentes más afines o subyugados a sus intereses). Existe, por consiguiente, un fuerte contraste entre aquellos que se inclinan ante el dominio imperialista y quienes se le oponen; y entre éstos y los sustentadores del imperialismo gringo. El proceso de derechización política, de hegemonismo geopolítico y de reafirmación oligárquica que se está presentando en Estados Unidos servirá de base para lo que hará el imperialismo gringo a nivel global (haciendo lo mismo dentro de sus propias fronteras), por lo que enfocarse solamente en las extravagancias y la prepotencia dictatorial del presidente Trump no hará más que desentendernos, o para desviar nuestra atención -para nuestra desgracia común- de las nuevas agresiones imperialistas que ya se asoman en el horizonte.



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Homar Garcés


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