No nos ocupemos de la televisión nacional de los países subdesarrollados, en vías de desarrollo o llamados también del tercer mundo como tampoco de la de muchos países capitalistas con un respetable nivel de desarrollo, pero que no llegan a la categoría de imperialismo. Ocupémonos simplemente de esos monopolios de medios de comunicación de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania que llegan a todas partes del mundo, en varios idiomas, para dar la noticia, la información de hechos que tratan de moldear la conciencia de la mayor parte de la población del planeta en su favor. Se cree, por algunos especialistas en comunicación, que el internet ha desplazado a la televisión y eso no es cierto. Pudiera decirse que por cada persona que navega en internet unas 5000 ó 10000 mil ven la televisión. Por ejemplo; millones de personas ven sus novelas (90% chabacanas y degeneradoras de la conciencia y hasta animal) mientras que es rarísimo que alguien navegue en internet para ocuparse de una telenovela o llamada, por esa parte de pueblo con criterio sobre la concepción de la cultura, teleculebras. Millones de millones de personas, otro ejemplo, aún no saben cómo navegar en internet o no tienen acceso fácil a él mientras que por un solo televisor en un mostrador de un negocio centenas de personas pueden ver las noticias y escuchar los sonidos en que son narradas por periodistas al servicio de los monopolios de los medios de comunicación y del capitalismo.
No es nuevo eso del recurso de la mentira como esencia de la política informativa (mejor dicho: desinformativa) de los poderosos medios de la comunicación social para alienar, enajenar, engañar y moldear la conciencia de la audiencia en dirección y provecho de los intereses económicos de la más rancia oligarquía burguesa que domina la economía del planeta. La mentira es, para el capitalismo, una imperiosa necesidad y no hace más que reflejar las condiciones sociales del medio en que vive el mundo dominado por una clase que requiere que la mayor ganancia posible de la riqueza social quede en manos de una minoría para que la menor cantidad posible sea repartida (muy desproporcionalmente por cierto) entre la mayoría, y que es, entre otras cosas, lo que se conoce como una expresión de la miseria social. Emile Zola (el famoso autor de “Yo acuso” en defensa de Dreyfus en 1898, injustamente condenado por espía francés a favor de Alemania sin serlo)) dijo de la prensa financiera francesa (creo que aún no existía la televisión), que ésta se dividía en la venal y la “incorruptible”, es decir, de acuerdo a la interpretación que hace Trotsky de esa palabra, la que sólo se vendía en casos muy especiales y por mucho dinero. Trotsky dice: “La prensa amarilla de cafetín miente constantemente, sin reparos ni miramientos de ninguna clase. En cambio, periódicos del corte de Times o Le Temps dicen la verdad en los asuntos triviales e indiferentes para, de este modo, conquistarse el derecho de engañar a la opinión pública en los asuntos grandes con la suficiente autoridad”.
La televisión, como sistema de transmisión de imágenes y sonidos por cable o por ondas radioeléctricas, no puede darse el lujo y el descaro, para mentir o desinformar, con la frecuencia y la facultad con que lo hacen la prensa escrita y la radio. La televisión, de alguna manera, debe presentar imágenes de los hechos lo cual le permite al televidente una percepción de los mismos, como un paso necesario para la búsqueda de la verdad verdadera de causas, razones o motivos que impulsan su producción. Su esencia, su facultad para mentir está, fundamentalmente, en la explicación de los hechos sabiendo poner a un victimario como la víctima y viceversa. Cuando necesitan desinformar complementamente sobre el hecho, recurren al montaje, pero siempre correrán el riesgo que algunos medios de comunicación no poderosos se los desmonten y eso, quieran o no los desinformadores, los desprestigia y les reduce el espacio de la credibilidad. Vayamos a un ejemplo reciente de importancia mundial: el golpe de Estado en Honduras. Para todos los ojos del mundo, incluso para los del gobierno estadounidense, en Honduras se produjo un golpe de Estado que rompió el hilo constitucional de la democracia hondureña. Fue unánime, por lo menos en casi todo el planeta, la condena al golpe. La televisión poderosa e imperialista pasó imágenes del mismo, porque no hubo manera inmediata de montajes o patrañas para, por medio de ellas, desinformar a la opinión pública. Sin embargo, esos mismos medios, que son pocos pero influyentes y tienen alcance mundial en varios idiomas, iniciaron su proceso de mentiras, de desinformación y engaños para justificar el golpe de Estado, señalando que éste que no había sido un golpe a la democracia, a la constitución, sino la continuidad de éstas por otros medios previstos, precisamente, en la Carta Magna de Honduras, porque fue el Congreso, con aval del Tribunal Supremo, quien destituyó al Presidente legítimo y constitucional (debido a casos jurídicos pendientes) y eligió a su sustituto mientras se produce un nuevo proceso electoral que elija al nuevo Presidente constitucional. Lo que ha acontecido en Honduras (el golpe de Estado contra Manuel Zelaya y la expulsión de los medios de comunicación que estaban reseñando los hechos tal como acontecen en la realidad, Telesur por ejemplo) no hace más que confirmar nuevamente que la democracia no responde a principios de soberanía, sino a las necesidades de la clase oligárquica o gobernante. Por eso, cuando un medio de comunicación, sea de la naturaleza que sea, le dice al público que es independiente, no hace más que mentir con descaro, alevosía y premeditación.
Si la imprenta es la artillería del pensamiento en manos de los revolucionarios, la televisión es la aviación de la ideología capitalista disparando bombas de destrucción masiva de conciencia en manos de la oligarquía. Y no hablemos ni escribamos de la radio que es capaz de llegar donde la mente humana ni siquiera se imagina la existencia de un oasis o de un alma perdida en la inmensidad del mar o profundidad de una estepa verde sin necesidad de la electricidad.