El opositor de a pie, el que ni siquiera alcanza el rango de militante, se anima con el evento electoral porque encuentra en el voto la fórmula de realización de la aspiración más sublime de su vida, incluidas las ansias de fortunas y de placeres, que no es otra que salir de Chávez.
Su voto no es por propuesta programática de ningún tipo, o a favor de un candidato en particular en virtud de su eventual capacidad para la administración pública, sino contra el hombre al que los medios de la oligarquía le han enseñado a odiar hasta la muerte.
Trasponiendo la norma básica del voto, que es votar para vivir mejor, el opositor común venezolano no elige sino que concursa en un torneo en el que desea ganar cada vez con mayor frenesí, en la medida en que sus derrotas se acumulan y su frustración crece, con lo cual su odio al triunfador se acrecienta de manera exponencial convirtiéndole su empeño en verdadera enfermedad del alma, asaz irreversible e incurable.
Por eso el escuálido común, como ellos mismos gustan denominarse, no se detiene para nada en la observación del disparate que representa votar contra quien mayor bienestar ha aportado en toda nuestra historia a los llamados sectores medios de la población, en los cuales por lo general se reúne esta gente, y no encuentra contrariedad alguna en votar reiteradamente por candidatos comprobadamente mediocres e incapaces, al extremo de odiarlos casi más que al mismísimo "Esteban", pero copartidarios al fin de sus mismas inconsistencias y dislates.
El opositor vota convencido de que en el acto electoral contra Chávez se define la historia y se tuerce el rumbo del destino, sin importar si la elección es para concejales, para alcaldes o para diputados, y se abalanza sobre las mesas electorales como si eso decidiera la titánica contienda frente a un Goliat descomunal, pero que con su modesto voto supuestamente se convertirá en mantequilla.
De ahí que le resbale por completo el respaldo que le brinda hoy el Gobierno Bolivariano asegurándole la protección del Estado en los intentos de estafa por parte de los poderosos sectores privados que todavía persisten en su afán de lucrar sin trabajar sino robando a la gente… a su propia gente.
Un voto doloroso y triste en verdad. Y nadie los obliga, que es lo peor.
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