La maniática costumbre de la oposición de saltar al vacío sin paracaídas de respaldo, le lleva siempre a estrellarse de manera irremediable en su absurda pretensión de acorralar a Chávez a cada vuelta de esquina. La lista de derrotas electorales, aunada a sus estrepitosos fracasos políticos, se convierte así a la larga en un rosario de verdaderas penurias que lo que termina es por dar lástima.
El atrevimiento de increpar al Presidente de la República en medio del solemne acto de presentación de su memoria y cuenta, con señalamientos extraídos del guión de la farsa por el que se rigen, para tratar de convertir el magnífico Palacio Federal Legislativo en un vulgar set de reality show, no tuvo otro efecto que el de brindarle al primer mandatario la extraordinaria oportunidad de demostrar que todo cuanto venía sosteniendo en su discurso acerca de la necesidad de elevar el nivel del debate político es auténtica expresión de su condición de demócrata convencido. Los venezolanos confían en el liderazgo de su presidente, pero ese hecho en particular les permitió comprobar la sinceridad de su llamado al debate basado en el respeto al otro.
Inventos locos de la oposición que surten siempre el efecto contrario a su propósito, y que han llevado a la revolución a obtener logros históricos no previstos inicialmente en la agenda revolucionaria, como aquel disparate de intentar matar al pueblo de hambre con un criminal paro petrolero que terminó por impulsar la creación de la Misión Mercal, convertida hoy en verdadero emblema del proceso bolivariano.
Su retorno a la Asamblea Nacional, determinado por el fracaso de su intento de deslegitimar al gobierno bolivariano, se plantea así en un ambiente político totalmente contrario al del incendiario plan que evidentemente tenía preparado para tratar de reducir la significativa ventaja numérica de la bancada revolucionaria en el Parlamento, porque frente a un país entero vigilando la actuación de ambos sectores, va a resultarle muy cuesta arriba patear una vez más la mesa de la concordia que el Presidente ha servido, como tantas veces lo ha hecho en el pasado.
Una forma patética de quedar atrapados en su propia trampa, pero que le sirve al país para descansar un rato de las persistentes irresponsabilidades opositoras.
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