Ante la inminencia de la derrota, cantar fraude arrulla como una serenata, transporta y provoca éxtasis. La puede usted escuchar en la intimidad de su hogar ejecutada las 24 horas del día por el huésped alienante, disfrutarla en un lugar abierto –la plaza Altamira, por ejemplo- o en los corrillos de alguna ciudad lejana del lugar de los hechos como Miami.
Toda serenata lleva al pie de tu ventana y a la pata de tu oreja un solista y su coro, este último para que repita y propague el mensaje. Es imprescindible que la canción tenga su estribillo, de modo que sea repetida como un tarareo, en forma inconsciente e interminable hasta lo soportable. Cuando usted escucha a gente canturreando fraude por las escaleras mecánicas, en los saunas, las antesalas médicas, el cine o la intimidad amorosa, la serenata ha logrado su objetivo.
Antes de que Chávez se convirtiera en el mejor hombre del mundo para la oposición doméstica y foránea (esto ocurrió a partir del 5 de marzo de 2013), la canción del fraude fue una constante durante los 14 años de su mandato. Las primeras notas de esta interminable serenata las lanzaron en el referéndum de 2004, que se pretendió revocatorio y terminó siendo abrumadoramente reafirmatorio. Desde entonces, los desafinados violines del fraude no han dejado de gemir su melodía.
Pero además de una canción, el fraude es también una teoría. Por eso quienes la pregonan, para darle soporte conceptual, hacen desfilar por los medios una pléyade de Aristóteles del siglo XXI, no se sabe si con títulos, pero sí con mirada de magister y Phd que impresionan a los espíritu más descreídos. Estos post doctores son capaces de convencerte de que el humo blanco que anunció la consagración de Francisco I es más dudoso que la tinta indeleble que usa el CNE para empatucarte del dedo el día de la estafa.
Por cierto, las actuales autoridades de la Universidad Central de Venezuela se dedican más al antichavismo que a la academia. El estacionamiento de su gremio profesoral lo corona una valla gigante de Capriles Radonski. Desde la Cuarta República, su Facultad de Ciencias suministra la tinta indeleble que se usa en todas las elecciones. Pues bien, en aras de la teoría del fraude, sus promulgadores han puesto en duda la calidad de la tinta que ellos mismo hacen y así ofenden al equipo rectoral ucevista, no tanto en su condición académica, lo que sería soportable, sino en su antichavismo visceral a todo prueba, lo cual es histéricamente inaceptable.
El comandante Chávez derrotó a la derecha en 16 elecciones. Partió a la eternidad en olor de tempestad, como dice José Vicente Rangel, y en fragancia de victoria, como agrega el pueblo. Triunfó en las elecciones presidenciales del 7-O y en las estadales del 16D. Ausente físicamente, la vocera de Estados Unidos, Roberta Jacobson, pone en duda la transparencia de los comicios del 14 abril y los caprilistas salen a las calles a hacerle el coro y a cantar fraude. Las serenatas en el amor preanuncian un despecho y en la política una derrota. He pasado acoquinado por ambas experiencias y no se las deseo a nadie.
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