“Recuerdos”

El golpe adeco de 1945

El golpe de octubre restableció la tendencia liberaloide. Este encontró en los militares un equiparamiento de ambiciones de un idéntico estamento marginal de la sociedad. Pero era un liberalismo de alpargatas. No eran personas verdaderamente cultas y preparadas quienes iban a asumir el poder y sustituir a la vieja aristocracia. De estadistas no tenían un pelo y muy pronto lo demostraron con el fracaso durante el trienio de su primera gestión. La mordacidad de Laureano Vallenilla Lanz, hijo, hace su agosto al describir el primer gabinete: “Rómulo Betancourt es nulo como gobernante… Jamás ha trabajado para ganarse el sustento, si se exceptúa la época en que explotaba una frutería en Barranquilla… Raúl Leone no brilla más. Sus actividades profesionales apenas han producido para beber ron en bares baratos. Gonzalo Barrios es inteligente, con buenos modales, pero perezoso. Ignora todo de la administración pública. Luis Beltrán Prieto, torpe, con algunos conocimientos en materia educacional. Luis Lander no ha logrado reunir más de siete mil bolívares después de ejercer, durante una década, la ingeniería. Carlos D’Ascoli ha leído textos sobre temas fiscales, pero su cerebro asimila mal. Carece de ideas”. A partir del 24 de noviembre de 1948 los militares reaccionaron contra esa mediocridad y echaron mano de personas prominentes de la vida civil, de filiación marcadamente independiente. Gracias a ellos pudo revertirse la decadencia, pero no fue suficiente para formar una clase administradora destinada a sustituir a los militares y sus asociados civiles cuando llegara el momento. Por eso la administración pública volvió a quedar acéfala al huir Pérez Jiménez en 1957.

Antes de octubre de 1945 en Acción Democrática estaban inscritos menos de 20.000 miembros. El Partido gozaba de simpatía entre la clase obrera, especialmente en los campos petroleros del Zulia, donde Valmore Rodríguez había realizado una magnífica labor proselitista. Pero inscribirse en una organización política y sobre todo cotizar para ella, era algo novedoso a lo cual el pueblo no respondió con entusiasmo. Existía el temor de represalia patronal, y no teniendo los sindicatos fuerza suficiente para defender a sus afiliados, la mayoría de las personas preferían permanecer al margen de la actividad partidista.

Pero cuando a raíz de la insurgencia militar del 18 de octubre se supo que Acción Democrática formaba gobierno, sobraron las peticiones de afiliación. No existía un registro de miembros y las inscripciones empezaron a hacerse a todo lo ancho del país, en las casas donde funcionaba el comando partidista en cada ciudad, anotando los nombres en cuadernos escolares. El 19 se hizo un llamado por radio al pueblo para que acudiera a armarse en el cuartel San Carlos y el reparto de armas se convirtió en una rebatiña que costó la vida a muchos inocentes. Como por su lado los comunistas del líder obrero Miquilena también estaban armados, durante dos o tres días los francotiradores de lado y lado provocaban una tiramentazón que sin causar mayores bajas llenaron de zozobra a la ciudadanía. Por todas las estaciones de radio empezaron a trasmitirse mensajes personales anunciándoles a parientes y amigos que se estaba bien y “desde un principio con la Revolución”.

Desde los comienzos de su nueva función al frente del Estado, el Partido no fue hipócrita con respecto a la política sectaria que iba a caracterizarlo durante esos tres años. Aunque con ciertos eufemismos, se hizo del conocimiento de toda la población que quien no actuara con entusiasmo a favor de la “Revolución”, no se le daría cuartel. Los nuevos “libertadores” pensaron con razón que tratándose de una segunda “independencia” del pueblo venezolano, era lógico también la proclamación de un segundo “Decreto de Guerra a Muerte”. “Contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de Venezuela”. En una rebatiña impresionante jamás vista ni en el siglo XIX cuando una facción revolucionaria asaltaba el poder, empezó el reparto de cargos y prebendas entre los miembros del Partido, sin distinción de si eran nuevos o viejos miembros. Esto no podía controlarse por esa ausencia de registros mencionados, pero era credencial suficiente manifestar ahora la incondicional adhesión a los principios de la que de inmediato empezó a llamarse “Gloriosa Revolución”.

Había más puestos que adecos, y para poderlos colmar con gente afecta el reclutamiento indiscriminado era el procedimiento adecuado. Las oleadas de personas queriendo afiliarse a la “nueva esperanza de lucro” no pudo ser contenida ni regularizada sino hasta tres años más tarde, el 24 de noviembre de 1948, cuando se invirtió la dirección del impulso y aparecieron tiradas por las calles de las ciudades del país carnets y escarapelas adecas.

Durante esos años, haber servido a Medina o a López Contreras era un estigma. Jamás régimen alguno se comportó con tanta saña para cobrarle a los vencidos las presuntas afrentas recibidas.

¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los cuatro antiterroristas cubanos héroes de la Humanidad!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Patria socialista o Muerte!

¡Venceremos!


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Manuel Taibo


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