Y es que ellos, en el fondo, no saben lo que hacen. Para ellos es una aventura. Ellos no son, en ningún sentido, revolucionarios de una causa. No, ellos son aventureros. Aventureros de una causa que desconocen. Su comportamiento titeresco es válvula de escape para las ansias de aventura. ¡Pero cuánto daño hacen en tan descabellada aventura!
No saben ellos que las piedras que lanzan, las tiran contra su propia clase. No son todos ellos, los “estudiantes”, ejemplares de la burguesía, mucho menos de la oligarquía. Son solo títeres sin clase, marionetas de una causa mayor, distante a ellos, incomprensible para esos rostros que se ocultan bajo capuchas de camisas baratas. Quizás han visto algún video del sub comandante Marcos, y hoy se creen él. Sin saber que a cada tranca, a cada madrugonazo, a cada molotov, se niegan a sí mismos, se ocultan ante la historia, borran y anulan cualquier posibilidad de su propia existencia.
Son ellos, los jóvenes que hoy buscan derrumbar un gobierno, elementos irreflexivos. Han sido atrapados bajos colores pasteles, a través de dulces olores, con la futura pero irrealizable promesa de un distante confort. Un discurso burlesco, una imagen “integradora” que desdobla en los sueños e intereses de esos transculturizados jóvenes, los ha atrapado y, a su vez, arrojado a una aventura golpista. Lo que no saben ellos, los jóvenes envejecidos que des-construyen a cada paso, es que su aventura es conservadora, vieja, y que se desplaza con todos los elementos constitutivos de la facho-reacción de los poderes más grandes y oscuros de la historia.
Son jóvenes, si, son jóvenes con razonamientos de infantes. Son mentes irreflexivas, elementos maleables, sujetos ciegos y protagonistas de su propia destrucción. Son hoy la carne de cañón de una guerra tan vieja como la utopía. Son los muertos de la antesala, la primera línea luego de subir el telón de tan cruel obra. Son piezas menores de la obra del saqueo, del despojo, de la negación de todo un pueblo ante los intereses de pequeñas minorías. Son martillos y taladros vivientes, que solo perforan su propia tierra para que el petróleo que de ella salga se la lleve el gordo de vestido rojo, blanco y azul, el gordo estrellado que se adueña de las cuerdas de la vida de los pueblos.
Jóvenes, enclenques jóvenes. De ellos no se espera nada. Están podridos por dentro. Vendieron su conciencia, la canjearon por no saben qué. No son ellos los llamados a construir la patria, no son ellos los llamados a erradicar la pobreza de los campos, de los barrios, no son ellos los que emprenderán las grandes tareas de crecimiento, de desarrollo de este hermoso pueblo latinoamericano.
Jóvenes. No, ni tan jóvenes. ¡Los jóvenes se empinan! Son un trozo muerto de carey, la petrificación de lo que pudo ser y nunca será, la cabeza baja del servilismo, de la alienación. Son ellos la antítesis de la vida. Son la pesadilla de un capitulo inconcluso, olvidado, lo que nunca más regresará a estas tierras de lucha y de paz.