Leopoldo era: simplemente Leopoldo... Y ahora es

Nada en este mundo debe o tiene que ser más autoritario que una revolución. Y si hubo personas que dudaran de tan verídica e irrefutable verdad, simplemente les bastó con tener un mínimo de conocimiento sobre la histórica, gloriosa y célebre Revolución Burguesa Francesa de 1789 para convencerse que es así y no de otra forma. Fue no sólo implacable con sus enemigos sino que llevó sus postulados y principios, por la vía de las armas de guerra, mucho más allá de todas las fronteras francesas. La historia no pudo hacer una contabilidad o suma exacta de todos los que fueron ajusticiados, fusilados, asesinados, guillotinados o muertos por las manos de la revolución capitalista en Francia. La burguesía, sin duda, ama la paz, esa que le garantiza la resignación de las clases explotadas para que le produzcan riqueza económica, pero ama la guerra cuando se trata de aplastar a los movimientos revolucionarios o insurgentes que pregonan la emancipación de todos los explotados y oprimidos.

La más grande y heroica de todas las revoluciones que se han producido en el planeta, la proletaria en octubre de 1917 en Rusia, no fue -por decir- inclemente con sus enemigos pero tampoco se hizo la vista gorda ante cada tropelía que cometían quienes querían hacerle sucumbir no más al nacer. La dirigencia de la revolución burguesa impuso a la sociedad una concepción individual de mundo mientras que la dirigencia de la revolución proletaria impuso a la sociedad una concepción colectiva con verdaderos rasgos de humanismo y de solidaridad. Una revolución es, por un lado, verdadera democracia política para la clase social con la cual identifica sus fundamentales intereses económicos y visión del mundo o de la vida humana y, por el otro, dictadura política contra todos los que se planteen -especialmente- violencia social para derrocarla. Tiene que ser así y no de otra manera. Por eso, aunque no le agrade a muchos o pocos, la dictadura del proletariado es indispensable para construir el socialismo que pregonaron los camaradas Marx y Engels y que, posteriormente, asumieron como su concepción científica de lucha política y de vida los camaradas Lenin, Trotsky y todos los que estén de acuerdo con la doctrina marxista.

En verdad, una revolución, sea burguesa o sea proletaria, no se puede dar el lujo de cerrar sus ojos y taponarse sus oídos y hacer lo del avestruz en agachar o esconder su cabeza para no darse cuenta de lo que acontece a su alrededor como tampoco andar con sus ojos más abiertos que lo permitido y sus oídos exagerados viendo y escuchando cosas que ciertamente no se producen; es decir, una revolución no puede darse el lujo de fusilar o matar a todos los que la adversen argumentando que son sus enemigos y que ese solo hecho los hace pensar en actividades contrarrevolucionarias para derrocarla. En fin: una revolución no puede sustentarse sobre el lema de disparar primero y averiguar después. Pero, igualmente, una revolución no se puede dar el lujo de ser magnánima contra todos los que realizan labores prácticas y teóricas de envergadura para derrocarla. No le está permitido a una revolución convertirse en una Iglesia para que desde allí lo único que se imparta, como política interior y exterior, sea el perdón con sólo hacer realidad la sentencia de un rezo del Credo y un Avemaría.

De la misma manera, debe decirse que ninguna revolución, ni de derecha ni de izquierda, es perfecta, es de comienzo a fin una secuencia de hechos y pensamientos inmaculados. Pero si algo diferencia a una Revolución Socialista de una Capitalista es que no debe, jamás y nunca, juzgar ni condenar absolutamente a nadie acusando al detenido o preso de cometer actos que no ha cometido, es decir, no falsifica acusaciones sino que se limita a los hechos tal como acontecen. La justicia para el comunista no parte de un concepto de castigar al que cometa un delito sino crear un sistema socioeconómico que evite se cometan los delitos. Eso sólo lo garantiza el socialismo propiamente dicho, es decir, avanzado, ese que ya prepara de manera irreversible el paso a la fase que Marx denominó comunista.

No pocas veces, un proceso revolucionario o una revolución deja que las aguas corran y hasta se convierte en trampolín propagandístico para hacerle líderes a sus propios enemigos. Pienso, sin desmérito de ningún género, que varios de los líderes de la Oposición han sido mucho más un fruto de tanto propagandismo salido del propio seno del proceso bolivariano que de luchas políticas de la Oposición. El señor Leopoldo López encuadra perfectamente en ese género de líderes. Esto no es un irrespeto ni una subestimación ni a sus cualidades ni a sus capacidades. También en el seno de la izquierda existen líderes de esa naturaleza. Eso es muy común en una sociedad capitalista donde pugnan tendencias políticas por el poder y que se caracterizan por representar intereses económicos diametralmente opuestos o antagónicos. En esas condiciones detrás de muchos corazones hay aspiraciones presidenciales y en no pocos casos vuelve loco a la gente por el excesivo desarrollo de su ambicionismo dentro y hasta fuera de su medio ambiente político. Pero vayamos al grano.

En cualquier lugar del planeta donde haya un Gobierno que emita constantemente palabras, frases y conceptos antiimperialistas y por el socialismo, habrá de forma latente la posibilidad de un golpe de Estado, de disturbios, de guarimbas, de desórdenes públicos, de reacciones anarquizadas y, especialmente, desesperadas. La desobediencia civil es una política diseñada en Estados Unidos para crear condiciones que permitan el derrocamiento forzado de un Gobierno que no le sea de su altísimo grado y servilismo. La han puesto en práctica en varias regiones del mundo con sus éxitos pero también con sus fracasos. En Cuba, por ejemplo, no les ha podido dar ningún resultado favorable en la lucha del capitalismo por derrocar al Gobierno revolucionario cubano.

La consigna de La salida propuesta -especialmente- por Leopoldo López y María Crina Machado es una expresión cabal de la política de desobediencia civil. Corresponde a un plan orquestado desde fuera, planificado más allá de nuestras fronteras venezolanas y que necesita de estimulantes internos para tratar de completar el medio y lograr el objetivo: un vastísimo movimiento de desobediencia civil que obligue al camarada Maduro a renunciar a la Presidencia con el argumento de evitar consecuencias mayores y sangrientas. Sería como ese momento de crisis política en que las mayoría de la población no quiere que le sigan gobernando como antes y el Gobierno no pueda seguir gobernando como antes. Y para ese plan se han prestado, muy conscientemente, dirigentes de la Oposición y, entre otros, Leopoldo López y María Corina Machado. El Gobierno dejó, tratando de evitar violencia, que la corriente avanzara y no pudo, posteriormente, evitar el desbordamiento de las aguas, que son esos desórdenes o protestas donde hay una alta dosis de irracionalidad no sólo política sino hasta sicológica. Una revolución, sea de la naturaleza que sea, no puede permitirse que los actos vandálicos le generen caos y desorientación social.

Que sea el imperialismo quien subsidie, con importantes sumas de dólares a líderes de la Oposición para desestabilizar el país y propiciar un golpe de Estado que derroque al camarada Maduro, no debe causarnos extrañeza y más bien, por el contrario, eso debe esperarse siempre de los enemigos. Si fuese la izquierda quien estuviese luchando contra una dictadura política de derecha, jamás debería negarse a recibir recursos económicos de organizaciones y gobiernos progresistas o revolucionarios. Es más, es un deber la aplicación del principio del internacionalismo revolucionario con todas las fuerzas que luchen para derrocar al imperialismo para construir el socialismo. Y el internacionalismo se manifiesta de diversas maneras: con hombres, con armas, con dinero, con informaciones; en fin, con logística de todo género. Arrecho es que el imperialismo subsidie a los comunistas para derrocar gobiernos capitalistas como también arrecho sería que gobiernos socialistas subsidien a movimientos de derecha para que derroquen a gobiernos progresistas o socialistas. Eso no es hacer llamado a la violencia sino, más bien, alertar sobre la necesidad de evitar la irracionalidad para que sea la racionalidad que se imponga en busca de un orden social beneficioso a la inmensa mayoría del pueblo venezolano.

A mi juicio, por ejemplo, al señor Leopoldo López se le dejó correr demasiado sin obstáculos; se le publicitó en mayúsculas sus actividades; se le presentó como líder de multitudes; se le destacó como el competidor del señor Capriles; se le ensalzaba como el más peligroso retador al candidato del proceso bolivariano a la Presidencia; en fin, se adornó -sin darnos cuenta- al señor Leopoldo López de las cualidades, actitudes y aptitudes ideales para convertirlo en el líder fundamental de la Oposición, aunque el señor Capriles y algunos allegados no querían darse por enterados. Bueno, nunca se le hizo una cita a Leopoldo López para que aclarara sus políticas de rebeldía contra el Gobierno mientras el Estado se desgastaba acusando a Capriles de hechos violentos sin consecuencia -hasta ahora- jurídica alguna. No nos dimos cuenta que Leopoldo volaba, tomaba para sí y sus seguidores las calles, iba dejando muy atrás a los otros políticos de la Oposición ambiciosos de llegar a la Presidencia por la vía electoral y le creaba serias y conflictivas situaciones al Gobierno Bolivariano.

Los últimos hechos de violencia suscitados en el país confirman, lo repito, el plan de desobediencia civil diseñado en Estados Unidos para propiciar la renuncia forzada del camarada Presidente Maduro. Y en ese plan, el vocero principal de la Oposición venezolana lo ha cumplido Leopoldo López que con su entrega -negociada o no- a las autoridades del Estado, para ser juzgado por un tribunal de justicia jurídica, se confirmó no sólo como el más importante líder del momento de las fuerzas opositoras sino, en algo que nunca debimos contribuir, en convertirlo en el héroe y el prócer de los movimientos políticos y fuerzas sociales que no comparten el socialismo ni la presencia en el poder del PSUV y sus aliados. Ahora, aunque nadie lo quiera creer ni entender, Leopoldo no es ya simplemente Leopoldo sino -también- López, capaz de retar al Estado en cualquier esfera de poder y con abundantes masas que siguen a sus llamados de desobediencia civil. Ahora sí hay que prestarle la atención debida a todo lo que diga y haga Leopoldo López porque, aunque no lo acepten otros dirigentes de la MUD, se transformó en el líder más carismático e influyente en las fuerzas políticas y sociales que adversan al Gobierno del camarada Maduro y al socialismo en cualquiera de sus expresiones. Y eso lo confirmó la cantidad de personas que manifestaron en el país en apoyo o solidaridad con Leopoldo López. Las contradicciones en la MUD se agudizan -especialmente- a nivel de la dirigencia, no hagamos nada los de izquierda para ayudarlos a que las superen y se unifiquen. Que se dividan. Eso es ganancia para el proceso bolivariano.

Por último, es imprescindible que el Gobierno y el Psuv -especialmente- reflexionen sobre la situación del país para que se haga lo que debe hacerse y deje de hacerse lo que no se debe hacer. La revolución es y será siempre un hecho colectivo, de protagonismo colectivo de análisis y conclusiones producto de colectivos. Aunque no se desee creer hay detrás de todo un problema económico que debe resolverse para desarmar a los manifestantes de argumentos objetivos. Es importante que inviten a la reflexión a las demás organizaciones que conforman el llamado Polo Patriótico, porque varias cabezas piensan -por lo general- más que una. La situación del país requiere de reflexiones y así lo exigen las reacciones internacionales en contra y a favor del Gobierno Bolivariano. El mundo no es estático: mientras el Papa se inclina hacia ideas de izquierda o de cuestionamiento crítico al capitalismo, los gobiernos imperialistas buscan dominar sin mayores obstáculos el mundo y para ello propician desobediencia civil para que las caídas de gobiernos progresistas o invocadores de socialismo no aparezcan como verdaderos golpes de Estado.

No sería raro que la misma extrema derecha política, en complicidad y obediencia a los dictámenes del imperialismo, se planteen asesinar a Leopoldo López para que se cree un bogotazo en Caracas y Venezuela y facilite la intervención de Estados Unidos alegando imponer de nuevo la democracia y la paz. Pelar el ojo no es ser agresivo sino precavido. La situación en el país es tensa. Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente. Prepararse para la violencia no es hacer la guerra sino estar en condiciones de hacer valer la paz. El bonapartismo en América Latina comienza a mostrar sus garras amparado en los dientes del nazismo que ondea banderas en el viejo continente: Europa. Vencer al nazismo y al bonapartismo es avanzar hacia la construcción de un nuevo mundo. El socialismo es la necesidad más importante de este siglo para poder salvar el mundo de hecatombes que pongan en destrucción la mayor parte de la faz de la Tierra.



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Freddy Yépez


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