Por vez primera, ya viejo, tengo esta reacción hacia quienes juegan con la vida como si la muerte fuese la obra fundamental para conquistar sus objetivos sin medir ni tomar en consideración, absolutamente para nada, los dolores, los traumas, las sicosis y sufrimientos de los seres humanos. En la política se cometen muchos errores aunque nadie los planifique con la exactitud de las matemáticas. Los genocidas (nazis, imperialistas, sionistas, racistas y otros) los cometen, conscientes de sus actos, porque sobre ellos es que conquistan sus sueños de expoliación y exterminio de los demás. Por vez primera, busquen mis escritos en aporrea si desean verificarlo o no, escribo con un título tan personal y acusativo.
Viviendo los efectos desgarradores de las guarimbas y, además. prácticamente incapacitado para salir a la calle a protestar contra los guarimberos, he podido reflexionar por horas y horas que se me han hecho larguísimos crucigramas difíciles de resolver. Entiendo una guerra como comprendo una insurrección. Muchos venezolanos y venezolanos, actualmente vivos, han participado desde dentro y desde fuera en alguna de las dos y hasta en las dos. En ambas, es dificilísimo no cometer errores, no fallar en algunos episodios, no caer en actos incompatibles con la noción perfecta y armoniosa de un ideal redentor. No ha habido una sola guerra, una sola insurrección o una sola lucha política de clases de carácter conflictivo armado donde no se hayan cometido crímenes injustificables, de esos que luego del análisis terminan siendo condenados por los mismos que los cometieron. Los he vivido y los voy a contar para poder justificar lo que quiero decir del señor Leopoldo López.
La Revolución Proletaria en la Rusia de aquel Octubre de 1917, bajo la égida de los camaradas Lenin y Trotsky entre otros, pretendió ser un modelo -desde su inicio- de respeto a los derechos humanos y de humanismo solidario de la manera más inmaculada posible. Los enemigos no se lo permitieron y tuvo que recurrir a muchos actos violentos o de coerción para garantizar su existencia y sus derechos y deberes para con el proletariado ruso y el proletariado internacional. Una vez más se confirma que quienes quieran dar pruebas de un inmaculado comportamiento humano siempre chocarán con las barreras de las realidades y no escaparán a la posibilidad de cometer errores.
Los guarimberos, por lo general, no están en pleno acto de conciencia de lo que están haciendo. Los que sí están conscientes son -especialmente- Capriles Radonski, María Corina y Leopoldo López. Los alambres y guayas degolladores de seres humanos inocentes no tiene ni cómo concebirse ni como aceptarse como método de lucha en las manifestaciones callejeras. No sé si los criminales nazis las usaban contra los judíos y los comunistas. No he leído sobre ello. Tal vez esté en estado primitivo de ignorancia. Los francotiradores usados en las guarimbas indican la dimensión del objetivo ordenado desde fuera y obedecido ciegamente en lo interno por dirigentes de la extrema derecha como María Corina Machado y Leopoldo López. Las personas que murieron porque no les dieron paso para ser trasladadas a centros de salud indica la terrible insensibilidad social de los guarimberos. El uso desmedido de armas de la guerra por los guarimberos es prueba irrefutable de una logística con capacidad de alterar el orden público de forma extremadamente violenta. Crímenes o muertes horribles han generado las guarimbas de la Oposición encabezadas por Leopoldo y María Corina. Todo por una ambición desmedida de servir a leoninos intereses foráneos: a los del imperialismo estadounidense. No creo que hayan muerto ricos u oligarcas en las guarimbas. Ellos cuidan su pellejo con la misma pasión con que lo han hecho Capriles, Leopoldo Y María Corina. No acepto ningún cuento que quiera hacer ver que el camarada Gabriel Puerta ande detrás de esas guarimbas aunque mucha oposición manifieste contra el Gobierno del camarada Maduro. No es hora de inventar acusaciones sino de irnos al fondo de las realidades que son las únicas verdades capaces de derrotar a las mentiras. Lo que sí sé es que mi hijo y el camarada Richard, quienes en moto me hacían una diligencia para conseguirme una medicina, casi son víctimas del alambre degollador. ¿Cuál hubiese sido mi reacción si la trampa les hubiera quitado sus vidas? No lo sé... no lo sé pero de brazos cruzados jamás me hubiese quedado.
Decir que los comunistas no cometen tropelías en sus luchas sería como negar el agua y el aire para la vida humana. Pero esa no es la norma, no es la conducta del revolucionario. Este piensa y actúa buscando el bien para la humanidad y no el mal. No es perfecto, no se desenvuelve en una línea siempre recta. No, por imperfecto inventa y comete errores pero, si es un buen revolucionario, trata de rectificarlos a tiempo para errar menos e inventar más en favor de la humanidad. En mi caso, siendo mi vida una suma interminable de errores y desaciertos, pienso que en este momento en que me enfrento a un cáncer que trata de halarme hacia el más allá no debo mentir absolutamente a nadie como tampoco debo falsificar ni el pensamiento ni la obra absolutamente de nadie por muy enemigo que sea de la causa que profeso. He aprendido, en demasía, a respetar, a no humillar, a no desfigurar, a no burlarme absolutamente de ningún ser humano. Por eso, siempre trato de ser objetivo, respetuoso y consciente de mis opiniones.
Dije que lo iba a contar, es decir, narrar algunas vivencias que me permitan argumentos válidos para llegar a la conclusión de que el señor Leopoldo López es un asesino. No pido ni siquiera que me disculpen sus padres, su esposa, sus hijos ni sus seguidores. Simplemente, creo que estoy diciendo la verdad. Que ellos no la crean, lo respeto y nada digo al respecto.
En el año 1963, la insurgencia hacía toma de barrios. Lo primero que se hacía era pedirle a la gente que se protegiera, que no circulara en el área de la toma militar. Eran dos o tres horas de plomo limpio. La insurgencia disparaba contra la guardia y los policías y éstas disparaban contra los guerrilleros. Era, cono lo dice ese viejo roble y comandante de insurgentes en los años sesenta Jacobo, un combate sin paz ni cuartel. Nunca que recuerde salió muerto o herido alguna persona del pueblo en las tomas militares de barrios. Los muertos y los heridos salían de las filas de los militares y policías o de las filas de los revolucionarios. Independiente de los errores que cometía la insurgencia, tenía un gran concepto de humanismo, de respeto, de solidaridad y de consideración por la gente del pueblo. Que no hayan habido las condiciones objetivas necesarias para la lucha armada en la década de los sesenta, por ejemplo en Venezuela, es harina de otro costal. Por eso, los errores cometidos tienen relación directa con esa verdad histórica, ya que es un crimen llamar a la guerra si no están dadas las condiciones imprescindibles para ella como también lo sería no hacerlo cuando las condiciones justifican la violencia social revolucionaria.
Consecuencia de esa falta de condiciones, se podría decir que la insurgencia cometió hechos injustificables para la historia pero, esencialmente, por la dirigencia que llamó a la lucha armada sin haberse dado condiciones objetivas para su desarrollo. Los combatientes, sin que ello los exonere de culpas, sólo cumplían órdenes y punto. Dije que había vivido el crimen o el asesinato desde dentro y desde fuera. Vamos desde dentro y no es parea darse golpes de pecho sino expresar verdades irrefutables. Recuero que fue, un caso por ejemplo, en 1963 pero no recuerdo el mes. Dos unidades tácticas de combate del destacamento Alberto Trujillo del MIR fuimos a asaltar la Comandancia General de la Nación ubicada en una de las dos Torres del Centro Simón Bolívar. Entramos echando tiros. Cayó un soldado al suelo sin vida tan pronto pusimos un pies en el salón custodiado por dos soldados. El otro pegó un salto y salió corriendo y nosotros salimos corriendo detrás de él para matarlo y no lo logramos porque fue tan veloz o rápido que en un santiamén se nos perdió de vista. La operación se frustró por la plomazón y el soldado muerto pero se creyó que había sido un éxito total por haber demostrado que la insurgencia era capaz de acometer las acciones más arriesgadas y menos esperadas por el enemigo. Hoy, lo digo con sinceridad: participé en ese asesinato porque realmente no se justificaba desde el punto de vista de la ciencia política. Tal vez, sus padres ya no vivan, sus hermanos casi no lo recuerden, pero eso no nos exonera del crimen que cometimos. Ahora voy desde fuera: haciendo vida militante con el ELN de Colombia me correspondió pertenecer a un organismo de elaboración política, conformado por extraordinarios camaradas colombianos de una respetable formación doctrinaria. Nuestra misión era orientar incluso a organismos militares. Un día, me llamaron para preguntarme qué me parecía la muerte del señor Eutorgio Colmenares, director de un periódico en Cúcuta, creo que La Nación. Mi respuesta fue haber acusado al paramilitarismo de tal acción. El camarada me informó que había sido la organización y me preguntó si estaba o no de acuerdo con la acción. Le expresé que no. Me propuso asistiéramos a una reunión con el organismo militar y que yo fuese el vocero del organismo político para criticar el ajusticiamiento que habían hecho camaradas en nombre del ELN. Lo cierto es que nos reunimos y los camaradas del organismo militar sólo tenían una respuesta a cada uno de nuestros argumentos rechazando el asesinato inconsulto -además de injusto- del señor Colmenares: ''Si vuelve a nacer, lo volvemos a matar''. Eso trancó el serrucho y terminó de dar por concluida la reunión. Decidimos consultarlo al COCE -Comando Central del ELN-. Al poco tiempo vino la respuesta del comandante en jefe Manuel Pérez dando la razón al organismo político y criticando la acción del organismo militar. Sin duda, fue un asesinato injustificable, de esos que generan daños y no éxitos a una organización revolucionaria que tiene como línea política principal a la lucha armada.
Por todas las cosas que he dicho o escrito antes y donde reconozco que participé en el asesinato de un venezolano no teniendo elementos de causa que justificaran esa muerte, digo con toda sinceridad, sin que me quede nada por dentro, sin arrepentimiento de nada, sin ningún ápice de odio individual en mi corazón, que el señor Leopoldo López es un asesino y lo ha demostrado con sus actos irresponsables de convocar guarimbas caracterizadas por medios inhumanos y criminales que desdicen de una concepción de vida fundamentada en el respeto a los derechos humanos y en altos valores de la justicia social. Me parece una burla que el señor Leopoldo López esté dando condolencias por los muertos que han sido fruto de la convocatoria de guarimbas para derrocar por métodos atroces de violencia el Gobierno que preside el camarada Maduro y que cuenta con la mayoría de la población venezolana. Señor Leopoldo López: ¿Y los degollados qué? ¿Y los que murieron por no recibir asistencia médica a tiempo negada por los guarimberos? Creo que todos los responsables de crímenes deben pagar ante la justicia por sus actos. Es todo.