1Generalmente en política, cuando no se tienen temas de importancia que tratar, se suele recurrir a la magnificación de aquellos que no la tienen. La estratagema consiste en desviar la atención de la opinión pública. Con la oposición venezolana, carente de iniciativas y credibilidad, siempre se da esa situación. Un sector político que cuenta con material suficiente, extraído de la realidad para hacer oposición de verdad y dar una contribución crítica al país, ignora esa cantera y opta por lo que carece de relevancia. Pero esa característica, innata en la oposición forjada al calor del odio y el desprecio hacia el chavismo, tiene otro componente que conviene destacar. En su entresijo siempre está presente el propósito de socavar a las instituciones y crear condiciones para desestabilizar; para acumular tensiones que faciliten el objetivo de esa política, que no es otro que el derrocamiento del presidente Maduro.
2Y no es que uno vea fantasmas en todo. Que se recurra al argumento del golpe de Estado para acosar a la oposición. Sino que cuando se analizan los hechos, a partir del acceso de Chávez a la presidencia en 1999, uno se encuentra con el oculto propósito de dar al traste con el proceso bolivariano como sea. Esa oposición deslegitimada está siempre a la caza de temas que le faciliten una especulación mediática que impacte a la colectividad. No importa su contenido. Su finalidad no es el cuestionamiento dirigido a fortalecer el sistema democrático, sino a debilitarlo; por eso, su interés en satanizar. Un caso concreto, que facilita la comprensión de lo que está detrás de ciertas campañas en boga, es el de los colectivos populares.
3La satanización de la participación popular -que en el caso que abordo desarrolle lo que consagra la Constitución del 99- tiene precedentes en Venezuela. Igual ocurrió durante el trieno 1945-48, durante el gobierno de la Junta Revolucionaria presidida por Betancourt, cuando la derecha desató una ofensiva basada en la versión de que las "milicias de Acción Democrática" pretendían sustituir a la Fuerza Armada. El argumento caló en la institución y fue determinante en el golpe del 24 de noviembre de 1948 contra Gallegos. En otro momento histórico, ya en el proceso bolivariano, la víctima de la satanización por la oposición fueron los círculos bolivarianos. ¡Qué no se dijo de ellos! Que eran grupos armados para atacar al adversario, bandas chavistas cuyo papel consistía en rivalizar con la institución militar. La campaña se expandió, tocó a militares y en general motivó a la oposición. En las fechas previas y posteriores al 11 de abril de 2002, el argumento fue utilizado para justificar el golpe y otras aventuras.
4Ahora retorna el empleo de ese recurso con una agresividad que ciertos medios potencian dándole cabida a declaraciones de personajes que se mueven en la cuerda floja de la legalidad y la ilegalidad. Los colectivos están en la mira. Se desprecia el papel que cumplen en el desarrollo de la organización social y los servicios que prestan a la comunidad. Lo que se destaca es que están armados. Razón tuvo el jefe de la delegación venezolana, Rangel Avalos, que asistió a la inefable reunión de Ginebra donde se pretendió sentar en el banquillo a Venezuela, al sostener que "es posible que haya gente armada en los colectivos, como la hay en la oposición". ¿O es que los guarimberos que mantuvieron en zozobra al país por más de tres meses, ocasionando la muerte de más de 40 venezolanos, incendiando preescolares, universidades, centros asistenciales, estaciones del Metro y otros actos de salvajismo, no disponían de armas, fusiles con mira telescópica, explosivos y hasta guayas de acero para degollar motorizados?
5Los colectivos son parte del poder popular, defensores de la revolución y servidores de la comunidad. Que haya infiltrados con otros propósitos es algo que no los define. Pero es lo que pretende la derecha con la satanización de cualquier tipo de organización de la colectividad democrática. Acurrucado tras esta política de la derecha, presto a dar el zarpazo en cualquier momento, está la intención de acabar con el orden constitucional y democrático. De ahí la importancia de no caer en la trampa de solidarizar -o hacerse eco- con la campaña contra los colectivos populares.
Suelo leer la columna de Elías Pino Iturrieta en El Nacional. Lo hago porque se trata de un intelectual valioso y polémico. La mayoría de las veces no estoy de acuerdo con lo que afirma, pero reconozco que siempre toca temas de actualidad…
Hecha esta introducción, debo decir que su último artículo, "El ultraje de Ramo Verde" (9/11/2014), me decepcionó porque pretendió envolver con argumentos rebuscados algo que supuestamente ocurrió en esa prisión. Cito la aseveración del columnista: "En Ramo Verde, a unos presos políticos les echaron unas bolsas de mierda que nadaban en orines". ¿Es cierto el hecho? Si sucedió, lo condeno de manera categórica, terminante. Con la autoridad que me da que desde que ingresé a la política abracé la causa de los derechos humanos y jamás he guardado silencio ante los atropellos acaecidos durante gobiernos como el de la Junta Revolucionaria de Betancourt; la dictadura de Pérez Jiménez; la Cuarta República, e, incluso la Quinta. Si se dio tan vergonzosa agresión a unos presos, quienes la permitieron deben ser sancionados con rigor…
Pero la argumentación de Pino Iturrieta sobre el caso es deplorable, ya que, dada la circunstancia de que el autor también es historiador, manipula situaciones pasadas y presentes con el único propósito de atacar al gobierno de Maduro…
Por ejemplo, al hacer el recuento de la sombría historia carcelaria venezolana, se remonta a los tiempos de Juan Vicente Gómez y a una emblemática figura de ese submundo de antivalores, el torturador Nereo Pacheco, para luego rematar su recorrido con el gobierno de Maduro. Lo cual hace con esta afirmación: "Aquí y en otros lugares me he cansado de decir que la historia no se repite, pero si comparo a los verdugos del gomecismo con los del madurismo espero no caer en una extralimitación…". Sin duda que el historiador cae en una grotesca extralimitación porque la visión sectaria que tiene hoy de la política lo lleva a incurrir en semejante exabrupto, ya que equiparar al "madurismo" al "gomecismo" es más que una extralimitación: es una falta de respeto del historiador consigo mismo…
Pero quizá lo más sorprendente del artículo es el salto -¿olímpico?- que da el autor cuando repasa la historia de la violación de los derechos humanos en el país. En su crónica hay dos momentos: el gomecismo y la Quinta República (o "madurismo", término que emplea), con lo cual se salta el más cruel de todos: 40 años de puntofijismo, período en que fueron torturados miles de ciudadanos y se expulsó del país a otros tantos; se crearon los Teatros de Operaciones (TO) donde no existía el Estado de derecho; se rehabilitó la Isla del Burro para convertirla en campo de concentración; fueron desaparecidos y asesinados unos tres mil venezolanos y se consumaron masacres como Cantaura, Yumare y El Amparo…
En efecto, hay que condenar la vileza de lanzarles a unos presos "bolsas de mierda nadando en orines". Pero no es posible callar el terrorismo de Estado que se practicó en democracia, etapa en la cual muchos que hoy defienden los derechos humanos silenciaron lo que entonces pasaba, y lo que es peor: ahora insisten en borrar de nuestra historia -y nuestra memoria- aquel oprobio que vivió Venezuela.