No hay palabras más acertadas por el pre-retirado Julio Borges como es el de señalar a su oposición como un saco de gatos. El, la gatita especial. Rasguña y rasguña con delicadeza, mientras los otros zánganos gatos salvajes pelean, aúllan, se roban la carne de la mesa, se hacen pupo y piz por todos lados. Pero la gatita Borges, no. Muy bien vestido, delicado peinado, con un lasito azul en su gargantita. Es la gatita sin pulgas, sin garrapatas, sin aliento a ratón muerto porque como alimento especial para gatitos finos; esos de la alta sociedad, que juntarse con gatos tierruos sería un asunto muy arriesgado.
Saco de gatos; así Borges visualiza a los personeros que se oponen al gobierno bolivariano; el gato Ledezma, la gata Rosales, el miau miau Ojeda, la felina Cecilia Sosa, la casa ratones de Pablo Medina, y tantos más gatitos que andan buscando su ratonera.
Un concierto de gatos como tajada de perros, que vemos a diario por los medios de TV golpistas. Cansan, fastidian, molestan, inspiran a tirarle cuanto zapato o piedra se tenga a mano para tirarles cuando sobre nuestro techo se pelean. Si usted ha vivido en rancho, como yo lo viví, uno sabe a profundidad el escándalo que hacen un gato y una gata tratando de hacer gatitos. Todo el barrio se despierta.
Cómo será entonces meter a nueve de esos felinos en un saco, debe ser el caos y el nerviosismo a millón. Bueno, así misifú de Borges imaginó a sus congéneres de la oposición. Todos esos malcriados gatos metidos en el saco de la súper felina Malinche Machado. Gruñen, muerden, y hasta se matan. Mientras el felino de Borges lanza unas más que otros arañazos por los medios para diferenciarse de ese bochinche gatuno.