Rosales, el cargador

Los margariteños, en particular los adecos que sobreviven en
la Isla, están acostumbrados a iniciar las visitas de sus candidatos
presidenciales bebiendo caña. Ésta incluye cerveza y ³caballito frenao² para
los activistas, hasta el whisky 18 años que descorchan en cada actividad de
la agenda, desde el desayuno hasta que el candidato se acueste o sea
escoltado al aeropuerto por compañeros impregnados de entusiasmo etílico.

El programa oficial de cada aspirante presidencial contemplará
la visita a la Virgen del Valle y un sancocho de pescado que consumirá en el
mercado, en una ranchería de pescadores o en un restaurante de lujo, de
acuerdo a las conveniencias y al presupuesto. En algún momento alguien le
obsequiará un sombrero de cogollo que el candidato usará el menor tiempo
posible (salvo si se trata de Er Conde del Guácharo). Luego se produce la
rueda de prensa donde le preguntarán qué hará con los servicios públicos,
cómo reducirá la delincuencia y cuáles son sus proyectos para atraer
turistas.

A lo largo del recorrido habrá tiradera de cohetes y un
profuso despliegue de pancartas, banderas y pendones.

Las antiguas tradiciones adecas incluían un comité de damas
que escoltaba a la querida del candidato, llevándola a las mejores tiendas
del Puerto Libre y a los bodegones más exclusivos.

Las costumbres, sin embargo, están cambiando hasta para los
adecos, o su versión actualizada en este nuevo tiempo. En efecto, Manuel
Rosales cumplió con los ritos candidaturales. Ignoro tan solo si probó un
sancocho y, en tal caso, dónde. Por lo demás, acudió a la Basílica de la
Virgen, se caló el sombrero de cogollo, realizó el mitin y respondió las
consabidas preguntas en rueda de prensa.

Lo novedoso fue que estuvo con su esposa, cuyas dotes
oratorias han sido una revelación, y su bebita, además de una señora
trigueña que yo juraba era la cargadora, pero resulta que es la imagen de
³Mi Negra², es decir, la tarjeta color petróleo.

Durante los actos públicos la bebita se dedicó a encaramarse
sobre su papá, sin que la esposa o los acompañantes la mantuvieran
tranquila. Cada vez que el candidato se libraba de ella no pasaban dos
minutos sin que volvieran a ponérsela encima.

La bebita hacía gorgoritos, agarraba los micrófonos y tenía a
todo el mundo en vilo, menos a su papá, que recitaba los parlamentos de
memoria, sin chuleta ni nada parecido.

El espectáculo fue enternecedor. En la próxima campaña lo
ideal sería que Rosales cargue a la bebita mientras su esposa, en plan de
candidata, da los discursos y las entrevistas.

augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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