Según la vieja sentencia de Jorge Ruiz de Santayana, «los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla».
En Venezuela, por ejemplo, muy poca gente es dada a recordar el pasado como base de nuestro progreso como país. La improvisación marcó desde siempre el modelo de gerencia que prevaleció en la administración pública durante décadas, orientada las más de las veces por la aspiración del beneficio individual o político antes que por la búsqueda del perfeccionamiento de los procesos en función del desarrollo.
De allí el perverso hábito político cuarto republicano de asumir el rol de la oposición como un ejercicio de puro obstruccionismo al Ejecutivo, mediante la improbación de recursos económicos para programas y obras sociales o de infraestructura, o de la simple negación de quórum para la aprobación de leyes desde el antiguo congreso.
Por eso Venezuela tenía el raro privilegio de contar con obras postergadas o en proceso de construcción que databan de hasta treinta y cuarenta años, como la manida Autopista de Oriente, por citar solo un caso.
Invariablemente, los políticos de aquel entonces (adecos y copeyanos) anunciaban su terminación cuando eran gobierno y se dedicaban a boicotearla cuando eran oposición. El resultado: la autopista más cara y más postergada del mundo. De haberse construido cuando estaba programada, habría costado quizás una vigésima parte de lo que tendrá que costar hoy en día su culminación. De lo que se desprende que el dinero invertido ahora para terminarla hubiese podido usarse para construir por lo menos unas dos mil escuelas bolivarianas. Sin mencionar el inmenso desarrollo que su habilitación habría reportado al país y en particular a las regiones orientales a las cuales podría estar sirviendo esa vialidad desde hace años.
Es decir, construir íntegramente y terminar hoy el ferrocarril del Tuy no es lo mismo que anunciarlo o que iniciarlo siquiera.
Pero hay todavía quienes se niegan a recordar esto y siguen creyendo en políticos que encarnan ese pasado de ineptitud y de desprecio al país porque, al igual que ellos, consideran que trabajar por el pueblo (por los parásitos) es incorrecto.
Lo malo de Rosales no es sólo su ignorancia, sino todo lo que él representa.