Ante la inminencia de la tragedia, la norma universal de evacuación y salvamento indica con extremo rigor que los primeros en ponerse a buen resguardo deberán ser siempre las mujeres y los niños.
Sin embargo, según se conoce hoy, tal uso no deriva en modo alguno de la pretendida gallardía de los hombres en expectación del horroroso final que les espera en las situaciones de apremio definitivo, sino de la imperiosa urgencia de resolver el bochorno que ocasionaba desde siempre al género masculino el vergonzoso "¡sálvese quien pueda!" que prevaleció por siglos en tales circunstancias.
Hay incluso quienes sostienen (y no como un mal chiste) que el origen de la supuesta galantería no es sino una espantosa fórmula de aseguramiento de la supervivencia practicada por los más antiguos hombres de mar, quienes, según dicen, cuando el naufragio era ya inevitable, lanzaban primero al agua a los niños y a las mujeres para que al tocarle a ellos ya los tiburones no tuvieran hambre.
En todo caso, cada vez es más cierto que es la cobardía y no la caballerosidad o el sentido humanitario lo que mueve al individuo en situaciones extremas a ceder el privilegio de la exposición al incierto porvenir tanto a los más pequeños como a las damas. Algo así como; "Ve tú primero y después me cuentas".
Es decir, una especie de; "¡Atrévete!" Es por eso que el maniático empeño de la torpe dirigencia opositora venezolana, sumisa al inflexible designio del Departamento de Estado norteamericano de mandar por delante a las mujeres y a los cuatro niños ricos de las universidades privadas que se prestan fascinados para ese ridículo, no puede ser sino lamentable y hasta lastimoso.
Más aún, cuando esos líderes de la cobardía consideran que mandar muchachos babosos y actrices desvencijadas a pegar gritos en los eventos públicos del chavismo puede ocasionar alguna clase de daño o perturbación al indetenible proceso de cambios que ha emprendido el pueblo venezolano de la mano de su máximo líder y conductor.
Simple expresión del tradicional desespero humano, cuando sabe, como lo sabe hoy la oposición, que su barco se hunde cada vez más, de manera inexorable y para siempre.
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