Todo el discurso del amo y señor de la Iglesia Católica de Venezuela y cipayo del imperialismo, vocero también de algunos grupos oposicionistas fascistas y de los estudiantes de manitos blancas, el cardenal Jorge Urosa Sabino, empieza por distinguir la sinonimia de las voces absolutismo, tiranía, despotismo, dictadura y cesarismo, que el pueblo, según él, confunde, y si realmente las confunde del todo, que lo dudo, no va del todo descaminado, por aquello de que son los mismos perros con distintos collares. El pueblo podrá no ver siempre las sutiles diferencias que aprecia el ojo de un teólogo, pero tiene un fino instinto para ver la unidad real bajo la variedad aparente. Esta primera parte del discurso tiene poco de notable, sólo veo en el un pasaje en que da a entender que la hipótesis tirana puede llegar a imponer la dictadura como un bien relativo. El señor cardenal desea se sustituya la soberanía nacional, por la autarquía. Pero, es el caso, que después de oír su discurso y aun no sabemos qué sea esa autarquía, gracias a la indecisión, vaguedad inconstancia de las ideas que andan por el tal discurso. Entra el señor Urosa por fin en terreno, nos dice que, incompatibles la filosofía y el derecho nuevo con el dogma de la caída del hombre, por la culpa primera, y del estrago que produjo en las potencias humanas, apenas se avienen a reconocer que la libertad sea pecable; nos dice también que la perfección y hermosura, como deíficas del hombre, constituyen la tesis, el postulado y el corolario de las metafísicas anticristianas que necesariamente han de trasladar a la humanidad los atributos divinos. Supónese, por una parte, que quien niega la caída paradisíaca debe quedarse en aquello de que el hombre antes de ella era perfecto; ¡ocurrencia singular! Ni sabemos dé donde saca el señor cardenal eso de que las metafísicas anticristianas han de trasladar al pueblo los atributos divinos.
De estas palabras se deduce que el señor cardenal cree que vivimos en pleno panteísmo y que todos los socialistas somos hegelianos al modo de Hegel. Y ni aun esto, porque debe saber de sobra que eso de que los panteístas hacen a todo Dios y dan al hombre atributos divinos no pasa de ser un juego de palabras basado en doble sentido del vocablo Dios, juego de palabras que ha procurado a los tratadistas neoescolásticos argumentos pueriles y ridículos, haciendo ver la contradicción que hay entre las cualidades humanas y los atributos del Dios personal, que no es de quien se trata. Pero el señor Urosa no se da por vencido, dice que todos los distingos y evasivas ideadas por la filosofía y el derecho naturalista para liberarse del colosal absurdo, el de la impecabilidad, han sido intentos vanos, y añade que, muchos sonrían de desdén, no es razón de ocultar que, a las alturas presentes de evolución racionalista, el problema del derecho natural se halla en el mismo estado, ¡Acabáramos! Todo esto sólo quiere decir que el señor cardenal no ha visto la evolución de entonces acá, ni se ha fijado un poco en el derecho nuevo. El señor Urosa no ve más salida al pacto social que doctrinarismo o la necesidad divina del panteísmo. ¡Como si no hubiera más necesidad que ésta! ¡Parece imposible que olvide tan pronto las doctrinas hoy más corrientes y que acaso conoce, respecto al origen de las sociedades, sean animales o humanas! El señor cardenal, no ve en la soberanía nacional el santo derecho del pueblo, el derecho de la fuerza que a la larga se identifica con la fuerza del derecho, el instinto ciego de la masa anónima que vale más que la razón del oligarca por lo mismo que es instinto. Los seres humanos se rigen principalmente por ideas, y creer lo contrario es el error de integristas y compañía que hacen consistir la moralidad en aceptar una fórmula muerta y suponen que las ideas religiosas hacen la conducta, y las políticas la marcha del pueblo, de donde se va a que las doctrinas fisiológicas nos hacen digerir; las gramaticales, hablar, y las astronómicas, voltear los mundos.
La ley de la evolución rige la historia, y así como hace instituciones y poderes, los deshace, y la misma historia que produjo esa Edad Media tan admirada por el señor Urosa produjo la revolución francesa y ha dado calor a una tradición nueva, tan tradición como la antigua. Y si hoy sufrimos las angustias de una crisis para llegar a la plena soberanía del socialismo, crisis sufrió la Edad Antigua para llegar a las instituciones tan admiradas por el señor cardenal Urosa, para pasar del cesarismo a la oligarquía. Las cosas cambian según la ley, y la ley misma según la cual cambian está sujeta a evolución. Bien se ve, señor Urosa, que es usted de los que llaman erudito y profundo a quien copia de los antiguos y plagiario y superficial a quien copia de los modernos. Esto viene a que usted no hace una porción de cosas porque tienen una sanción natural, porque usted sabe que no puede escapar de las leyes físicas y que tiene que someterse a ellas. No pierda usted el tiempo lastimosamente en toda esa necia monserga de los derechos anteriores a toda sociedad, los derechos metafísicos, y créame, no hay más derechos que los que del pueblo brotan.
Crea el señor Urosa que si el pueblo, ese pueblo odiado, ese pueblo de que con tanto desprecio ha hablado y hablan todos los burgueses como usted y los intelectualistas tarifados y simplistas, sí el pueblo ha conquistado el poder, es porque luchó por su libertad, y emancipación, y porque vale hoy tanto como los restos gastados de la oligarquía, restos que son pendejo de la sociedad y órganos atrofiados. ¡Ah! Señor cardenal; a priori no pueden hacerse más que hipótesis, las tesis las da la historia y lo que ustedes hacen de tomar su propia creación por tesis y la realidad por hipótesis pasajera, o es exceso de ceguera, o es exceso de soberbia y confianza en la propia razón. Mientras el señor Urosa acaba con tristeza en que no veremos el día de libertad porque las cosas no van por donde él cree debieran ir, cambie, si, de rumbo, siguiendo por el que va, en la conciencia del pueblo obtendrá la sanción. Cuando no se sabe, se puede o se quiere darles una dirección y sentido tal que se aproveche de ellos la mayor utilidad social posible, se los lleva a cabo de mala gana; pero el hecho tiene una significación y a la vez una justificación más honda. Y en nuestros días mismos, ¿qué es lo más poderoso, lo más eficaz, lo más duradero que ha producido el llamado integrismo? Una sola cosa, una frase: señor cardenal el socialismo es amor. La Iglesia, como es sabido, se opuso a la abolición de la esclavitud, mientras se atrevieron, y con unas pocas y sonadas excepciones, se oponen hoy a todo movimiento hacia la justicia económico- social. El Papa ha condenado oficialmente el socialismo. Todo lo demás es charla vana. ¡Pecado, pecado! El hallazgo de esa palabra es casi una obra de genio, crimen, herejía, delito... cualquier otra palabra o dice más o dice menos, el asunto está en pecado.
¡Ay, dime, dime, vagabundo! ¿Dónde está tu casa, en que parte del mundo?
¡Ay, que muy pronto tendrás tu merecido! Y cuando el solecito nos caliente, con un sueño profundo te quedarás dormido...
Salud Camaradas:
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialismo o Muerte.
¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net