Me gustan los estudiantes

Con motivo del referéndum para decidir la enmienda constitucional, uno de los varios mecanismos de desestabilización utilizados por el laboratorio social de los intereses hegemónicos y sus representantes en tierras latinoamericanas, ha sido el de activar nuevamente al espasmódico “movimiento estudiantil”, que viene siendo utilizado como caballito de batalla en Venezuela desde hace unos dos o tres años.

Otra vez los estudiantes de manos pintadas de blanco, de poses teatrales-circenses hechas a la medida para las cámaras de video y fotografía, y de verborrea vacía frente a los micrófonos, volvieron a aparecer en la cobertura mediática como “protagonistas” en la lucha por el NO a la enmienda constitucional.

Supongo que a todos aquellos que, como el que escribe, tuvimos la suerte (y el honor) de participar activamente en las luchas estudiantiles de fines de los 60; ver actuar a este “movimiento estudiantil” de la postmodernidad, nos produce por lo menos una revoltura de estómago. Tal como dice Eduardo Galeano, estamos viviendo en “el mundo al revés”.

Este es un movimiento estudiantil que:

Defiende al status quo (manifiesta a su favor)
No es masivo sino de elites (está constituido en su mayoría por los estudiantes privilegiados de las universidades privadas)
Tiene amplio apoyo de los medios (da hasta conferencias de prensa)
Sus dirigentes sufren de “pobreza ideológica” (sus reivindicaciones son balbuceantes apelaciones a conceptos vacíos o jingles infantiles)
No están dispuestos a ser tocados ni por el pétalo de una rosa (basta que las autoridades digan que se usará gas lacrimógeno, para que vociferen -por anticipado- por sus derechos humanos)

¡Qué lejos están de aquellos que tomábamos diariamente las calles para enfrentar al sistema dominante, sabiendo que arriesgábamos la vida cada vez que salíamos a manifestar! Los que nos sabíamos en cada ocasión, latinoamericanos herederos de la gloriosa tradición de la Córdoba de 1918, dónde nacieron las ideas de autonomía universitaria y cogobierno estudiantil. Los que fuimos protagonistas en 1968 de un movimiento universal (el primer síntoma de un mundo interdependiente) que hizo temblar y estremecerse a gobiernos y sistemas.

Y perdón por la nostalgia, pero cuándo vienen a mi memoria aquellos discursos de los líderes estudiantiles en Berkeley, en la Sorbona, en la Universidad de Montevideo, en la autónoma de México, sólidamente contestatarios, radicales, absolutamente críticos a las injusticias y al sistema dominante; o los estudiantes japoneses, creando en las calles una contra-cuña (con cascos de fútbol americano y bates de béisbol) para enfrentar la cuña formada por la policía antimotines, o cuándo recuerdo a cientos de miles de estudiantes marchando y gritando al unísono en las ciudades más importantes de Francia “todos somos judíos alemanes”, en el momento en que el gobierno francés quiso expulsar a los hermanos Cohn-Bendit (por judíos y alemanes); o cuándo suena en mis oídos aún el acento profundamente mexicano de aquel compañero que sobrevivió a la Plaza de las Tres Culturas, contándonos como avanzaban inexorablemente los tanques aplastando y matando sin cuartel; o aún cuándo -en la escala más modesta de mi Montevideo natal- miles de compañeros acompañamos, paralizando la ciudad, al cortejo que llevaba a Susana Pintos (asesinada por un escopetazo a quemarropa de la represión) a su última morada; entonces no puedo menos que sentir lo caricaturesco de este “movimiento estudiantil”.

Y ni que hablar de sus consignas. ¿Qué significado, que contenido conceptual puede mostrar “es-tu-dian-tes-plás-plás-plás”, frente a frases como “la imaginación al poder”, “seamos realistas, pidamos lo imposible”, “vamos a tomar el cielo por asalto”, o el “prohibido prohibir” tomado del cordobés precursor Deodoro Roca?

La indignación que todo esto produce es moderada al recurrir al análisis y percibir como este “movimiento estudiantil” es sólo un producto de laboratorio. Cómo su forma de actuar y hasta su simbología (las manos blancas) fueron programadas en algún think-tank para ser un factor de desestabilización. Cómo este “movimiento estudiantil” fue usado por primera vez en Ucrania, siendo uno de los factores de la “revolución naranja” promovida por los servicios de inteligencia occidentales, que derrocó un gobierno surgido de elecciones, por ser pro-ruso y no pro-occidental (en el siglo XXI post guerra fría), y cómo este mismo “movimiento estudiantil” sigue siendo una herramienta más en la creación de las nuevas “revoluciones de colores” promovidas por el poder hegemónico para derrocar a gobiernos progresistas que no respondan a sus intereses.

Así se explican, su carácter fundamentalmente mediático que crea “dirigentes estudiantiles” a partir de su aparición en los medios, sus “manifestaciones” que son cubiertas por la televisión en tomas cerradas para que no se vea el volumen de los manifestantes, los premios que reciben sus dirigentes (de hasta medio millón de dólares) de fundaciones norteamericanas por “promover la democracia” en nuestros países, y en definitiva sus características profundamente reaccionarias.

Y sólo queda agregar cómo la red internacional de las grandes cadenas mediáticas distribuye y genera como una verdad, la presencia de este “movimiento estudiantil” en aquellos procesos sociales dónde se está jugando la libertad y la independencia de los pueblos.

Prefiero por mi parte seguir perteneciendo (en cuerpo y alma) a aquellos mismos estudiantes que cantó Violeta Parra, los que “son –y serán- la levadura, del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura” y en cuyas manos sigue estando el futuro.


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Miguel Guaglianone

Comunicador, productor creativo, investigador, escritor. Jefe de Redacción del grupo de análisis social, político y cultural Barómetro Internacional.

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