Los elementos más conservadores del oposicionismo organizados con vista a la conquista del poder político, y afanados en buscar medios y apoyo del imperialismo para derrocar a Chávez. No quieren aceptar que han perdido la partida, sólo conciben como forma de gobernar, la especulación, el agio y la esclavitud, como su medio de supervivencia. Estos conspiradores fascistas creen que con un golpe de audacia pueden derribar el Gobierno Revolucionario elegido popularmente. De suerte que la “intelligentsia” oposicionista se limita a ser un hecho aislado, artificial, extrasocial, aún cuando, los gérmenes de la conspiración subsisten. Este episodio demuestra, no solamente la incomprensión del problema y el desconocimiento de la psicología del pueblo.
El pueblo radicaliza y personaliza su acción de clase contra la burguesía, exige promesas más consistentes y un proyecto de país igualitario sin excluidos ni marginados. Por eso, si el oposicionismo es un arma dirigida contra la estructura ideológica del Proyecto Socialista, es un arma limitada de clase, sin raíces populares.
La insurrección militar de febrero de 1992 casi derribó al gobierno puntofijista y sus primeras sacudidas quebrantaron —sin demolerlo— el aparato estatal. Era aquél el momento propicio para que la Revolución relevase en el Poder a la burguesía IV republicana y destruir las posiciones económicas e ideológicas de la oligarquía y de la Iglesia Católica. La acción creciente de las masas populares posterior al estallido de febrero era signo de buscar mayor participación popular en la vida política del país. Pero para que la insurrección de febrero fuese algo más que una sacudida telúrica se precisaban más fuerzas capaces, orgánica e ideológicamente organizadas, de dirigir una verdadera revolución.
La llamada “exquisita izquierda democrática” carecía de lo más elemental: la tarea más idealista de recrear un patriotismo nuevo mediante la vigorización de un sistema corrompido y la edificación de una nueva cultura nacional.
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