La “gente bien” tienen en el país aún un gran poder, aparte de la actividad económica: Tienen gobernaciones y alcaldías; dirigen y manipulan la educación privada, donde luchan, para mantener una hipocresía cristiana; presiden las organizaciones en lo relativo a los “problemas morales” y con ello han fomentado la gran profesión del consumo y tráfico de sustancias psicotrópicas; son propietarios de todas las ONG de derechos humanos que las utilizan al servicio de sus intereses; son los dueños de la mayoría de los medios de comunicación audio visuales e impresos que existen en el país; juran y perjuran que los flabistanes a su servicio expresan las “opiniones del pueblo” y de la “muy digna sociedad burguesa”, con lo que aumentan el alcance del estilo de tales flabistanes y la variedad de su imaginación psicológica. Mantienen vivos innumerables placeres que de otro modo habrían terminado en el hastío: por ejemplo, el placer de oír malas palabras en el escenario político y de ver en él una mayor cantidad de “vococes” de lo que se acostumbra. Especialmente, mantienen vivos los placeres de la caza y extermino de la fauna animal. En todos estos respectos, la caza de seres humanos es un deporte mucho mejor, pero si no fuera por la “gente bien”, sería difícil cazar seres humanos con la conciencia tranquila y sin la aplicación de la ley. Los condenados por la “gente bien” son la caza permitida; ante el grito del cazador, los cazadores se reúnen y la victima es perseguida hasta la cárcel o la muerte. Especialmente bueno es el deporte de la caza cuando la víctima es un chavista, ya que se satisfacen la envidia, el odio y el sadismo de la “gente bien”. Para los pluscualidos “gente bien”, los pobres pata en el suelo son una influencia moralmente degradante, aparte de que sólo los que pertenecen a las “redes populares” (no chavistas) “excepcionalmente virtuosos” tengan permiso de residir entre sus filas.
No hay que suponer que toda esa “gente bien”, donde hay muchos “pluscualidos bien”. Por ejemplo: defienden a los ladrones Manuel Rosales, al periodista del Táchira Azocar, al delincuente Carlos Blanco, los comisarios golpistas y asesinos de la Policía Metropolitana, los banqueros que han hecho una gran fortuna a costa de lo ajeno y ahora están refugiados en los Estados Unidos que gastan parte de lo robado en “obras conspirativas” para derrocar el Gobierno Bolivariano; los obispos y curas de la Iglesia Católica, que continuamente agreden a Chávez y a la inteligencia del pueblo; los magistrados de los distintos tribunales de justicia son también casi invariablemente “gente bien”, en los juicios fallan a favor de los delincuentes de cuello blanco y afines, (caso recién de la jueza Afiune) siempre y cuando les unten la mano con billetes verdes. La otra fauna que comprende la mafia de esta “gente bien” es la de los pulperos especuladores que remarcan los precios de las mercancías día a día, atentando a sabiendas, contra la seguridad del país. Sin embargo, no puede decirse que todos los defensores de la ley y el orden sean de “esa gente bien”.
Para ser una “persona bien” es necesario estar protegido de los rudos contactos con la realidad del pueblo, y los destinados a realizar la protección no pueden compartir lo que preservan con él. En general, “la gente bien” dejan la dirección de la política del país en manos de “asalariados”, porque piensan que ese trabajo no es propio de “una persona bien”. Sin embargo, hay un departamento que no delegan, el departamento de la difamación y el escándalo. La “gente bien” podría ser colocada en una jerarquía de “bondad” por el poder de su lengua. Ejemplo: Si A habla contra B y B habla contra A, se convendrá generalmente por “la gente bien” que uno de ellos está ejercitando un “deber público”, mientras que el otro se mueve por el despecho; el que ejercita el “deber público” es la “persona más bien de los dos”. Así, un pluscualido “es más bien” que un chavista. Una crítica “bien dirigida” puede quitar a su víctima los medios de vida, e incluso cuando no se logra este resultado extremo, puede convertir en paria a todo un pueblo. Es, por lo tanto, una gran fuerza y debemos estar alerta sobre estas manipulaciones de que dispone y tiene en sus manos la “gente bien”.
La principal característica de la “gente bien” es la costumbre laudable de “mejorar la realidad”. Dios hizo el mundo, pero la “gente bien” piensa que ellos podrían haberlo hecho mejor. Uno de los fines principales de la “gente bien” es recompensar esta “injusticia” indudablemente no intencionada. Tratan de asegurar que la forma de vegetación biológicamente ordenada se practique furtiva o frígidamente y que los que la practiquen furtivamente, al ser descubiertos, queden en poder de la “gente bien”, debido al daño que les puedan causar con el escándalo, tratan de conseguir que se sepa algo acerca del tema de un “modo decente”. Tratan de que el censor no prohíba la violación de las leyes de la República, los contenidos de violencia y pornografía que a diario lanzan a través de la televisión contra nuestros niños y adolescentes, y exigen que presenten el tema de un modo que no sea un motivo de malévola vergüenza; esto lo logran casi siempre porque todavía tienen en sus manos la ley y la justicia.
El que inventó la frase “la verdad desnuda” había percibido una importante relación. La verdad escandaliza a “la gente bien”. Cualesquiera que sean los intereses de uno, pronto se verá que la verdad es algo que “la gente bien” no admite en su conciencia. La verdad que penetra en la sala de un tribunal no es la verdad desnuda sino la verdad con toga, tapadas sus partes menos decentes. En los tribunales de justicia han perfeccionado el dominio casi invisible y semiinconsciente de todo lo desagradable mediante los sentimientos de decencia. Si se quiere mencionar en un tribunal cualquier hecho inasimilable, se hallará que el hacerlo es contrario a las leyes de la prueba y que, no sólo el juez y el abogado de la parte contraria, sino el propio abogado de la defensa evitarán que se mencione.
La misma clase de irrealidad invade la política oposicionista, debido a los sentimientos de “la gente bien”. Si se trata de convencer a “una persona bien” de que un político de su partido es un mortal ordinario, en nada mejor que el resto de los humanos, rechazará indignadamente la sugestión. Por consiguiente, los políticos que defienden los intereses de “la gente bien” necesitan aparecer inmaculados ante los electores. En la mayoría de las ocasiones, los políticos de todos los partidos propiedad de la “gente bien” se unen tácitamente para evitar que se sepa cualquier cosa que dañe la profesión de estos próceres, pues la diferencia de partido generalmente divide menos a los políticos de lo que los une la identidad de profesión. De esta manera, “la gente bien” puede conservar la pintura amable de los grandes hombres de la “gente bien”, y a los niños de la escuela se les puede hacer creer que la eminencia sólo se alcanza mediante “grandes virtudes”. En nuestros días, los comunistas, los chavistas y los sindicalistas de la UNETE están fuera del palio; ninguna corporación de “gente bien” les admira y, si se oponen al código convencional de “la gente bien”, no deben esperar merced. De este modo, las convicciones morales de “la gente bien” se unen en la defensa de su propiedad, y así prueban una vez más “su inestimable valor de honestidad”.
“La gente bien” mira con recelo el placer del pobre donde lo ve. Saben que el que aumentó la ciencia aumentó el dolor, y por lo tanto suponen que al aumentar el dolor se aumenta la ciencia. Por lo tanto, creen que al difundir el dolor difunden la sabiduría; como la sabiduría es más preciosa que el oro, se sienten justificados al pensar que realizan el bien cuando hacen esto. Por ejemplo, cuando construyen alguna obra de utilidad social con el fin de convencerse de que son filantrópicos, y luego imponen tantas regulaciones para su uso que ninguna persona del pueblo disfrutará allí de su utilidad. Me temo que se está acabando la época de “la gente bien”; dos cosas la matan. La primera es la creencia del pueblo de que no hay peligro de vivir en paz en socialismo; la segunda es el asco de la farsa montada por la “gente bien”, un asco tanto estético como moral. Ambas rebeldías fueron fomentadas por el odio, cuando “la gente bien del país” y en nombre de la más alta moralidad inducen al pueblo a matarse los unos a los otros. Nos preguntamos si las mentiras y las miserias inspiradas por el odio de “la gente bien” constituyen su más alta virtud.
Antes el pueblo Bolivariano, estaba sometido a la naturaleza humana, con respecto a los impulsos ciegos que le impulsaban a procrear y combatir. El sentimiento de impotencia resultante era utilizado por “la gente bien” para transformar el miedo en deber y la resignación en virtud. Los socialistas, tenemos un criterio diferente. El mundo paradisiaco y material que nos presenta “la gente bien”, sabemos que es la materia prima para la manipulación del pueblo. Lo que quizá no aprecia “la gente bien” es que ha comenzado un cambio esencial; se ha puesto en claro que, mientras el pueblo puede tener dificultad en alterar deliberadamente su carácter, “la gente bien”, si se la deja actuar, con la ayuda de los obispos de la Iglesia Católica y los medios de comunicación comerciales tratan de manipular a las masas con la misma libertad con que antiguamente lo hacían con sus esclavos. Hasta ahora, el pueblo ha sobrevivido porque, por muy necios que fueran sus propósitos, no tenían el conocimiento necesario para lograrlo. Ahora que dispone de tal conocimiento se está haciendo imperativo un mayor grado de sabiduría acerca de los fines de la vida y del socialismo. Más los nuevos conocimientos de nuestra época han sido lanzados tan rudamente en el mecanismo de la conducta del pueblo que las normas de “la gente bien” no pueden sobrevivir; se han hecho imperativas nuevas normas.
¡No Volverán¡
Salud Camaradas.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialista o Muerte.
¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net