“Con mis joyas no te metas”

Constantemente se reclaman medidas contra la inseguridad y en el imaginario colectivo éstas se interpretan como una lucha contra “los malandros”, una categoría dentro de la cual suele excluirse, en ese mismo imaginario, a toda la cadena de cómplices –usualmente de cuello blanco- que hacen posible a aquéllos la comisión cotidiana de sus fechorías.

Las películas de Hollywood ayudan a esa visión parcial del problema. En sus escenas, los villanos habituales son latinos vinculados al tráfico de drogas. Pocas veces, por no decir nunca, se le coloca rostro a la red –se supone gigantesca- de gringos anglosajones sin los cuales sería imposible que en EEUU circulen, con puntualidad cibernética, más toneladas de drogas que en ninguna otra parte del mundo. Gracias a la industria del entretenimiento, los niños crecen creyendo que, a lo sumo, a los inmigrantes de estas tierras sólo los acompañan italianos, negros, japoneses o rusos en el tenebroso mundo del crimen organizado en el Norte. Los mafiosos de pura cepa estadounidense no son precisamente los más abundantes en el celuloide. Ni en las listas de “los más buscados” por narcotráfico. Difícilmente se exhiba una película que desnude el inmenso aparato logístico que se requiere para la distribución de las drogas dentro de EEUU o la telaraña financiera indispensable para blanquear miles de millones de dólares que se transan a diario, tanto al mayor como al detal, dentro de ese país. La “gente decente” queda, pues, a salvo de inconvenientes estigmas. Las “joyitas” son otros.

Compro oro, oro, euros, dólares…

La expropiación del edificio La Francia, y otros tres de valor patrimonial en las esquinas de la plaza Bolívar, permite poner el foco sobre un eslabón inconsciente o deliberadamente omitido por los medios y los expertos cuando abordan el tema de la inseguridad: la comercialización y “blanqueo” de bienes provenientes del delito.

De las cuatro edificaciones históricas en proceso de recuperación por parte del Estado, La Francia es la que mayor atención ha concitado, en parte por el morbo colectivo alrededor de la millonada inconmensurable en oro, plata y piedras preciosas que apenas conocida la medida comenzó a ser sacada velozmente de sus entrañas por empleados de 86 joyerías que por 40 años estuvieron operando allí.

Seguramente la mayoría de los comerciantes y trabajadores de esos locales son personas honestas, dedicadas a vender y comprar prendas legítimamente adquiridas con un margen - ¿cuantificable? ¿quién lo sabe?- de ganancia. Lo mismo cabe decir de sus colegas de otras joyerías ubicadas en el centro de Caracas. Gente decente, pues.

Valdría la pena investigar, sin embargo, a cuántos de esos locales, al igual que a numerosas joyerías y “casas de empeño” establecidas en la misma zona, suelen –o solían- ir a parar relojes, cadenas, zarcillos, esclavas y demás prendas de metales y piedras preciosas que a diario son arrebatadas a sus legítimos dueños en las calles de Caracas.

Contra la buena imagen de estos comerciantes opera como indicio la proliferación de personas, alrededor de sus negocios, dedicadas todo el santo día a susurrar a los transeúntes el estribillo: “compro oro, oro, dólares, euros…”, cuando no a vocearlo con absoluto desparpajo.
Todos estos personajes son gente humilde, por lo general de trato cordial, algunos de las cuales quizá se sientan partícipes de una actividad lícita, sin conciencia de que, por una parte, es ilegal el comercio de divisas en tiempos de control de cambios, ni de que, por la otra, su “compro oro” puede funcionar, en la práctica, como invitación a la comisión de delitos: “róbate una cadena y te la compro”. Su "trabajo" se desenvulve en un submundo callejero donde priva la sobrevivencia de corto plazo y se difuminan los límites entre lo legal o ilegal, lo ético y lo antiético. La Policía de Caracas acaba de detener a 19 de estos "tarjeteros" que pululan en el centro, una minoría del total, al tiempo que comienzan a aflorar denuncias sobre estafas de las que incautos han sido víctimas al ritmo del "compro oro, oro, dólares, euros...".

Comercio desregulado

Ni uno ni otro, malandro y comprador, pueden operar sin una red estable de comercialización de las “mercancías” que ambos manejan.

Si los estafadores y aguantadores son minoría, como imagino aseguran los comerciantes del ramo, conviene a la gente decente dedicada a ese negocio deslindarse de aquéllos con demostraciones claras de la licitud de sus actividades.

Por eso, más que mantener sus locales en La Francia, que al fin y al cabo muchos de ellos también disponen de tiendas en centros comerciales que se supone son bastante más seguros que el casco histórico de la ciudad, interesa a esos comerciantes que haya una regulación estricta de sus actividades para que no los confundan con una mafia de aguantadores, lavanderos y estafadores.

Un ámbito del comercio absolutamente desregulado, donde la Asamblea Nacional, ésta o la que viene, bien podría legislar para ponérsela más difícil al delincuente. Al de cuello negro y al de cuello blanco. Todo en beneficio de la mayoría abrumadora de los venezolanos, incluida gente decente que, mareada por el miedo, la solidaridad automática y los reflejos inducidos por la TV, anda en una de “con mis joyas no te metas”, así esa consigna esté emparentada con el sórdido susurro de “compro oro, oro, euros, dólares…”.


columnacontralacorriente@yahoo.es


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Ernesto Villegas Poljak

Periodista. Ministro del Poder Popular para la Comunicación e Información.

 @VillegasPoljakE

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