Cuenta la fábula la tragedia del hombre al que el mundo entero le olía mal. Todo cuanto olfateaba expelía el desagradable olor del excremento y su desespero ante tal calamidad, antes que apaciguarse con el tiempo se incrementaba al mismo ritmo de su creciente repugnancia, inevitable por más que se moviera de lugar, sin encontrar jamás alivio a su tormento, para finalmente descubrir que no era el mundo sino su propia nariz la que estaba completamente embadurnada de bosta.
Exactamente igual que la oposición venezolana (o lo que pueda quedar por ahí de ella).
Para el opositor excremental, muy en consonancia con el modelo Disney World de país al que ellos aspiran, si algo en el gobierno no funciona, así sea un bombillo en una apartada bodeguita fronteriza, nada en el país funciona.
De ahí en adelante, su reclamo se hace ira, rabia, furia indetenible y finalmente grito libertario, que los lleva a implorar por una invasión norteamericana que ellos consideran salvadora, o por una simple anexión de nuestro país a Colombia.
Del deseo de salir de Chávez, pasaron a la necesidad de verlo muerto.
De las ganas de frenar la revolución mediante los votos, llegan hoy al suicidio colectivo en eso que tan fraudulenta como jactanciosamente denominan “Mesa Unitaria”, ante el convencimiento de sus pobrísimas posibilidades electorales. Sin embargo, siguen empeñados en apuntar hacia fuera; ya desempolvan de nuevo por ahí los vetustos y ridículos expedientes del fraude electoral atribuido al chavismo, según la alarma de alguien que “descubrió” que el general Medina Angarita y sus ministros (los primeros venezolanos en sacar la cédula de identidad, por allá a principios de los años cuarenta) aparecen inscritos todavía en el registro. Es, una vez más, la “inteligentzia” opositora en acción.
Ese, el opositor excremental, es quien mira siempre la paja en el ojo ajeno pero no la cabilla en el suyo propio. Ahora, por ejemplo, les ha dado por insultar al chavismo de la manera más soez y pestilente a través de eso que ellos de manera tan pueril consideran un “novedoso instrumento de lucha” (cuando en el mundo entero se le conoce desde hace más de veinte años como Internet), pero que ponen el grito en el cielo (despavoridos de horror cual Hermanas del Perpetuo Socorro ante la satánica presencia de Fidel Castro) cuando a uno de le ocurre la audacia de responderles con algún verbo medianamente subido de tono. Se descolocan. Las teclas se les atropellan y entran en crisis disléxica ante lo que denominan falta de capacidad para el “debate ideológico”.
Por eso, según ellos, el país entero está en crisis. Lo peor del chavismo es, no sólo que denuncia sus inconsistencias y sus tropelías golpistas, sino que sabe poner en evidencia sus bochornosas torpezas con fuerza y sin tapujos. De ahí su odio irracional y descabellado.
Ahora, como expresión extrema de esta irracionalidad, los voceros de ese sector se presentan en cuanto programa de opinión de los canales golpistas aparezca, despotricando de sus copartidarios como si de un enemigo peor que el chavismo para ellos se tratara. En cada una de sus declaraciones, sus propios líderes destrozan sistemáticamente a la oposición por su carácter: antidemocrático, sectario, manipulador, tramposo, fraudulento, etc., como casi ni siquiera Chávez alcanza a hacer hoy en día, y ninguno se percata en lo más mínimo del soberano dislate que ello comprende.
Ridículo es que insistan en presentarse como propuesta “unitaria” después de diez años de fracasos, retrocesos e ineptitud, basados precisamente en esa confrontación acérrima entre ellos mismos.
Por la sola incompetencia de tan ignara y escasa oposición, el tiempo aquel donde todo lo chavista era decadente, ineficiente y hasta diabólico, colocado como contraparte de una clase social bella, sabia, glamorosa y simpática, que sería el escualidismo, se acabó de repente.
Para ellos, igual que para el hombre de la fábula, ahora en Venezuela absolutamente nada sirve… ¡ni siquiera ellos mismos!
Solo que por su proverbial imbecilidad no perciben dónde está ubicado en verdad el excremento.
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