El poder de la idea y una idea del poder

En espera de la ya anunciada cadena nacional de nuestro comandante en jefe Hugo Chávez Frías, desde la Habana, que seguramente marcará el comienzo de su nueva ofensiva antes de regresar a estar al frente de la celebración bicentenaria, insisto en dar la batalla de las ideas ante la estructurada campaña que se monta para vendernos a Chávez como  claudicante, que gira a la derecha y traiciona el destino de la revolución. Lo hago porque tengo conciencia del momento histórico y entiendo lo importante de no perder la fortaleza ni la claridad del objetivo fundamental que debemos tener: obtener la próxima victoria electoral que garantice seis años más para esta etapa de transición, imponer la conducción de este trecho a las manos de su creador: nuestro comandante presidente. Priorizar este objetivo cuesta que seamos catalogados de aduladores y cultivadores de personalidades, de ser contrarios al debate y a la crítica. En absoluto. La revolución es de todos y para todos, es una construcción social y por supuesto que en este proceso se debe debatir y criticar las fallas, pero cuando éste proceso crítico es proclive a desestabilizar y confundir, a generar pérdida de poder en el mando que hemos logrado, hay que actuar con la conciencia estratégica de preservar lo más importante y necesario. 

No hay que buscar mucho para leer a los profetas del desastre, a los analistas que distorsionan situaciones específicas para lograr sembrar confusión y pesimismo, esta señal sola, ya debe ser un gran alerta para todas y todos los que estamos comprometidos en este proceso. Es uno de los grandes peligros de un proceso como el nuestro en el que conviven las dos fuerzas que se enfrentan, es entonces donde la “libertad de expresión” por nuestra parte debe tener bien claro las prioridades, ¿o es que vamos a contribuir con quienes están demonizando a Chávez y apostando a la derrota de la revolución bolivariana? A costa de seguir siendo hostigado con epítetos descalificantes por quienes ven en mis palabras el alerta necesario, insistiré en los tiempos y su importancia dentro del proceso que vivimos. Los trapos sucios muchas veces se deben lavar en casa, pues de lo contrario, ese deber de criticarnos y corregirnos termina siendo un arma para nuestros enemigos. Aquí lo más importante es avanzar. Es tener claro y hacer que los demás tengan claro, que no hay ningún cambio de rumbo, que desde el comienzo se han mantenido los lineamientos  que hoy siguen vigentes: un proceso revolucionario que se gesta desde un triunfo revolucionario que nos da el poder político y desde el cual debemos desarmar las estructuras del poder político burgués para reconstruir la sociedad en todos sus órdenes bajo la visión socialista, todo dentro del marco de la legalidad democrática existente, que seguramente no es expresión de la sociedad que soñamos, pero son las normas dentro de las que logramos el poder y que romperlas de forma drástica implicaría un suicidio histórico que nos haría perder todo lo logrado. 

La impaciencia y la angustia tonta, el yaismo desesperado que se respira en algunos sectores intelectuales no está asumiendo la valoración justa de la importancia de las cosas en el plano político histórico y termina siendo germen para el derrotismo, la decepción y el divisionismo: peligrosísimos factores para nuestra revolución en la actual coyuntura. 

El retorno de Chávez debe convocar nuevamente a la unidad de todas y de todos, a la calma y a la madurez revolucionaria, a la unidad para ser victoriosos y ganar los espacios de tiempo y construcción donde si podamos revisar y reconstruir muchas cosas que se deben corregir, pues eso es lo que nos dice que estamos en revolución: los cambios no indican otra cosa que el desarrollo revolucionario, las cosas que fallan son síntomas del mismo proceso que seguimos, esta revolución no tiene recetas ni es prefabricada, es un camino difícil y de constante revisión y transformación para ir logrando mejores victorias. Saber y repetir todas las innumerables victorias logradas es un deber para que sea el mástil de nuestra lucha en lo adelante. La revolución bolivariana es el camino al socialismo, es la representación de la lucha de las clases explotadas, es la apropiación del poder económico de forma gradual para crear la nueva sociedad justa y equitativa. 

Estoy seguro de que muchos reflexionarán y asumirán nuevamente su compromiso revolucionario, lo que no debe verse como renuncia a sus posiciones sino como una decisión madura y firme que apunte a no dejarnos quitar el poder que ya hemos conquistado. Basta de permitir que nos hagan  frágiles y pongámonos los pantalones bien puestos que  es la hora de la más ardua lucha para vencer y derrotar a la burguesía lacaya e imperial. 

Venceremos. 

ANEXO: 

Recibí Este escrito de nuestro camarada Martín Guedez, me parece una excelente reflexión sobre el tema de mi nota, lo anexo: 
 

POR ESTAS TIERRAS ANDINAS DE LA MANO CON RADIO NACIONAL Y SU PUEBLO

Algunas reflexiones sobre lo que estamos viviendo

Por, Martín Guédez  

Dentro del colectivo revolucionario honesto, exceptuando a los alcanzados por ese cáncer de la corrupción y el burocratismo -ambos se complementan-, esos que trabajan activamente por el gatopardismo revolucionario, por frenar, obstaculizar y contener, se está produciendo un fenómeno que no debería sorprender a nadie pero que resulta peligroso. Mientras unos reconocen la peligrosidad del momento y dedican sus mejores esfuerzos a identificar y combatir las mil aristas de la conspiración, otros parecieran absortos en los ideales de una revolución etérea y perfecta que sólo tiene cabida en sus mentes. Una revolución ideal que poco o nada tiene que ver con los lodos por donde ha de pasar esta carreta de la revolución real. Lucubran sobre teorías y especulan imaginando un camino limpio, pulcro, sin baches ni charcos, un camino ideal que obliga a recordar las palabras de El Libertador en el Manifiesto de Cartagena al analizar la pérdida de la Primera República. 
 
En la construcción de este ideal olvidan lo que es vital: No hay revolución, ni perfecta, ni etérea, ni ideal, ni sucia, ni encharcada, si esa Revolución se pierde a manos de sus enemigos de clase. Construir el Socialismo del Siglo XXI –vale decir el socialismo como transición al comunismo con sus particularidades- exige en primer lugar, tener qué, con qué y donde construir. Observar como se descuida la trinchera para abrir un permanente hueco por donde el enemigo histórico clava su pica es que suicida. ¿Qué se debe tener un debate permanente? ¡Y, claro, como no!, cualquier otra pretensión es hermetismo intelectual y por tanto contrarrevolucionario. Quien tiene su propio repertorio de ideas, también tiene no sólo el derecho sino el deber de expresarlas. Lo grave es ignorar los avances del enemigo o las armas que con alguna postura le ofrecemos en bandeja de plata. 
 
Insistir en esa actitud es vanidad revolucionaria pura y lasa. Infantilismo revolucionario. Denota una convicción ideológica de selección, de perfección, que en el fondo le viene de su propia vanidad. A la postre, una construcción intelectual de carácter ficticio siempre rebelde y problemática signada por la rabieta infantil. Siempre urgida de confirmar una perfección ideal que nunca terminan de asumir para sí mismos, pero que reclaman en los demás. La idea que tienen de si mismos exige la constante confirmación en los otros para sostenerse. Resultan siendo una peligrosa compañía en el combate. Siempre distraídos con las luces que manan de sus dorados ombligos, no solo no se disponen a la defensa de la barricada sino que enganchan a los demás en sus cuitas. ¡Total, al final, siempre estarán limpios, sin una mancha, impolutos, brillantes, como una bola de billar! ¡No se mojan jamás, sólo apuntan hacia los mojados! 
 
Si me lo permiten, -no quiero ofender a nadie- son tontos, y el tonto es siempre peligroso, la tontera no les permite advertirse a sí mismos. Se niegan el supremo acto de inteligencia: la capacidad de huir de la tontería. No se sospechan ellos mismos y eso es muy peligroso. Se sienten cómodamente instalados en su tontería hasta hacer imposible llevarlos de paseo lejos de sus castillos ideales. Anatole France decía que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio lo es a tiempo completo. 
 
No quiero imaginar siquiera que esta especie de infantilismo revolucionario no sea inocente. Como no quiero imaginarlo, les ruego a los camaradas apelar a toda su capacidad intelectual y su adhesión revolucionaria para afinar la puntería hacia el enemigo real. Observar como estas veleidades ideológicas, esta frivolización del debate, este refuerzo constante del deber ser etéreo, aleja y va demoliendo la confianza en el proceso de mucha gente, duele y arrecha. Va siendo también un poderoso instrumento para la estrategia de la derecha. Sobran las amenazas de subversión del proceso revolucionario. Están nuestros barrios minados por drogas distribuidas por paramilitares, los medios de desinformación enloquecen a la población sin descanso, buena parte de la derecha enquistada en el aparato burocrático sabotea a placer la mayoría de las obras del gobierno, el mezclote en que se ha convertido el control por gobernadores y alcaldes de las instancias políticas del partido esterilizando su rol “profético” para convertirlo en apañador de vagabunderías mientras una buena parte de nuestras fuerzas se distrae en buscarle cinco patas al gato teórico, vuelve a doler y duele mucho. El mapa de la batalla está clarito. Distraernos en algo distinto a la defensa del bastión revolucionario, es obrar -por activa o por pasiva- a favor de la contra. No quiero recordarles a donde irían a parar todos nuestros “debates intelectuales” si la contra llegara a triunfar. Imagino que, al modo del Rey Boabdil, nos pondríamos a llorar como niños y niñas -una concesión al género- lo que no supimos defender como hombres y mujeres, claro, esto, para los que queden vivos para poder hacerlo.   

Yo estoy clarito… ¡CON CHÁVEZ MÁS RESTEAOS QUE NUNCA!

brachoraul@gmail.com



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Raúl Bracho


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