Las palabras, aunque gozando de autonomía en sí mismas, una vez creadas, (influjo de las exhalaciones que las liberan), van haciéndose dependientes de las ideas, incluso de algunos sistemas de ideas que las contienen. El capitalismo tiene su lenguaje estructural, al igual que lo tiene el socialismo. Son aquellas palabras que sustentan sus bases, levantan sus columnas, las que fundamentan sus significantes. La palabra: masa, o mejor dicho, las masas, es típicamente una expresión capitalista. Ella determina la primera unidad de magnitud ideológica que sobre el mapa político-territorial a gobernar, tiende como escala. Es decir, las masas son el punto de partida desde el cual, el capitalismo comienza a construir su estructura administrativa. He aquí una de sus principales contradicciones (necesitando segmentar en lo profundo a las sociedades, para la mayor eficacia explotadora y de gobernabilidad, el capitalismo, llega a su tuétano: fomentando el individualismo, al que exalta a sus más encumbrados escalones, como paradigma del desarrollo, pero a su vez necesita en la práctica, convertir a todos y cada uno de esos individuos exaltados, en un “sujeto colectivo”, cuantificable y auditable solo por la estadística, convertirdos en una unidad de medida de fácil lectura, ajustada a los parámetros de la producción destinada a satisfacer las necesidades de consumo del mercado capitalista. He allí la exaltación-negación del individuo y la exaltación-negación de lo colectivo. Contradicciones insalvables de un sistema antinatural).
Pero las contradicciones del capitalismo, objeto de innumerables estudios e investigaciones de indudable bases científicas, no es lo que quiero analizar en este texto. En él me propongo argumentar razonadamente, la cientificidad de “La Comuna” como aproximación al Estado Humanista (socialista) que aspiramos, y como la única respuesta viable a la barbarie depredadora del planeta.
Decíamos que el estado capitalista empieza a organizar su estructura administrativa desde el convencimiento de que la urbe-ciudad es el núcleo-motor de la industria y los servicios, atendiendo a su origen: la concentración de población en un perímetro reducido, incluso a los límites del hacinamiento. Entre más alta es la densidad poblacional, mayor es el dinamismo producción-consumo.
El Estado, al que también niega el capitalismo (materia para otro texto), debe por obligación, desde su raciocinio acumulativo, tomar como unidad político administrativa, aquello que genera condiciones de mercado, el espacio en cuyo seno se concentra la fuerza de trabajo. Es decir, el criterio que por necesidad se impone, es el de la densidad poblacional, la que se convierte en el sujeto a regular, controlar, dirigir para su explotación: “la masa”, en cuyo territorio nacerá la representación de autoridad (en este caso represora).
Si tal Estado retrocediera a dividir en segmentos más pequeños sus ámbitos productivos y por ende a sus masas poblacionales, las que abrieran espacios para la autorregulación, tendría que igualmente dividir sus emporios acumulativos. En otras palabras, debilitaría su principio fundamental: el crecimiento ilimitado del capital.
Cuando el estado burgués lanza su vara medidora para ejercer su poder y toma a la ciudad-mercado como la primera unidad política-administrativa, obedeciendo a sus principios explotadores, deja un vasto terreno, de alta cuantía humana y material en estado de orfandad, en donde la ambigüedad organizacional se hace presente para generar el primer espacio de crisis sistémica. Desde el individuo (pasando por la casa, la manzana, la comunidad, el barrio, el sector, la parroquia), al concepto de cuidad, hay un trecho largo donde se extravía la idea de pertenencia a un proceso de gobierno que comienza precisamente, por la particularidad individual.
La Comuna viene a llenar geométricamente los inmensos vacíos creados por el estado burgués, empezando por reconocer al individuo (material y espiritual), en su espacio natural, no en la abstracción ideológica surgida del método de explotación. En el colectivismo, con su fundamentación social, el individuo adquiere carácter de esencia, aquello a lo que se reduce el objeto de la política. Es así como, paradójicamente, conjugado en sus diferentes dimensiones existenciales, es su principio y su fin, no para convertirse en una tendencia enclaustrada, sin vínculo alguno con su entorno vital, como sucede con el individualismo, sino para alcanzar su desarrollo integral, entendiendo que sí, y solo si, es un proceso colectivo. Es el primer módulo (o vector susceptible a orientación), para medir palmo a palmo el asentamiento sobre la geografía administrada.
Del individuo a la casa (el hogar) no debe haber ninguna distancia conceptual. De la casa al hábitat tampoco. En ninguno de los tramos que van estructurando la red de convivencia, por el contrario, entre más se avance en la escala asociativa, en cualquiera de los sentidos, ya sea del individuo a los espacios productivos, o viceversa, se debe ir estrechando la cercanía entre sus componentes. A esto se le puede llamar: Comuna.
Desde luego, las masas no forman parte ni del lenguaje estructural del socialismo, ni de su organicidad material, siendo que en ellas el individuo pierde su particularidad para convertirse en la expresión de la uniformidad, la que impone el mercado y que conlleva un estado de alienación, marginalidad, pobreza y ruina espiritual. Más bien el socialismo acepta mejor el concepto de las multitudes en el que el individuo mantiene su identidad, la que conjugada con las de sus iguales, conforman la pluralidad. El individuo, pese a la propaganda negativa de los factores del capitalismo, quien le indilga al socialismo la autoría de su muerte en pos de la supremacía de lo colectivo, tiene en éste un inmejorable escenario para el desarrollo pleno de sus potencialidades creativas.
En palabras sencillas, la Comuna es la primera instancia de gobernabilidad en el socialismo, estableciendo una relación directa, estrecha, humana, del individuo con el espacio en donde ejerce su existencia.
¡Chávez vive, La Hojilla sigue!