El año amaneció consternado por los hechos de violencia, unos más mediáticos que otros, pero todos terribles, consecuencia de una sociedad enferma determinada por los intereses de los poderosos del mundo, compañías transnacionales que actúan contra campesinos, contra los pueblos originarios, contra los trabajadores y contra todo el que ose defender su tierra, su trabajo, sus derechos. Pero el poblador del campo o la ciudad, en la cotidianidad no ve lo profundo del tema de la violencia, no ve cual es el origen del sicariato, no ve de donde viene tanta droga, no ve que hay una industria armanentística lo suficientemente poderosa para generar guerras como la de Iraq, como la de Siria y, como las que no parecen guerras, que matan “al detal”, a cualquiera por encargo, como el caso de la familia del Cacique Sabino Romero, que ha venido siendo exterminada, sin que las autoridades del estado lo impidan.
Es pues la violencia en el mundo, un asunto que requiere ver más allá de lo aparente y más allá de la esquizofrenia que se observa al menos en nuestro país cuando la terrible realidad se revela y las páginas y bolsillos de los dueños de diarios que viven del crimen, se engordan.
De un lado, los gobiernos progresistas, que producto de las luchas de los pueblos, se hicieron del poder y luego en su mayoría, han dejado de activar los mecanismos de la participación y aunque muy progresistas, se erigen sobre los pueblos dictaminando las políticas, entre otras las de seguridad, volviendo al mas de lo mismo: “es un problema de policías y mas policías”.
Los partidarios de estos gobiernos, se esmeran en argumentar los esfuerzos realizados, como en Venezuela, la creación de la Universidad de la Seguridad y de la Policía Nacional, y aunque los acontecimientos gritan que hay que evaluar, que hay que revisar, que algo no está funcionando y que nos estamos pareciendo a lo viejo, a lo que queríamos destruir, los partidarios defienden y defienden y los mas enceguecidos dicen que la mediática opositora crea una percepción de inseguridad, pero que esta no existe.
Del otro lado, desde los partidarios de los gobiernos de derecha, que ellos llaman democráticos, se observa su capacidad para reaccionar, solo cuando la victima de la violencia es de su espectro social y económico. Hacen silencio cuando son los Yukpas, los campesinos, los pobladores de barrios, los afectados. Se hacen los desentendidos cuando ganaderos arremeten, cuando transnacionales desplazan un pueblo pagando sicarios y cuando el propio gobierno que ellos adversan tiene las manos metidas en el negocio transnacional que ellos apoyan, como el caso de la Carboeléctrica en el Zulia.
Y a todas estas… ¿Dónde esta el pueblo en lucha?, ese que fue capaz de dar al traste con el sistema corrupto que instaló AD y COPEI con su “disparen primero y averigüen después”, ¿Qué fue de la vida ese pueblo que cambió el rumbo de la historia el 27 y 28 de febrero del 89? ¿Qué fue de la energía creadora que salvó el hilo constitucional en 2002 y la industria petrolera? ¿Dónde esta la indignación popular y la capacidad de lucha autónoma, que tenemos como herencia desde Guaicaipuro y que generó al propio Chávez? ¿Qué fue de esa energía irredenta libertaria?
Este es un asunto de primera importancia para entender porque no basta defender a un gobierno por muy progresista o revolucionario que parezca y mas aún, porqué no basta estar en su contra, pensando equivocadamente que si se cae todo mejorará sin reparar en el proyecto que sustenta la oposición en Venezuela y en toda Latinoamérica. El asunto es mucho más complejo y quienes no quieren que como pueblo abordemos esa complejidad, se esmeran en mantener dos bandos enfrentados sin revelar jamás la verdadera naturaleza de los problemas de nuestras sociedades disociadas y depredadoras de la naturaleza.
Pero como pueblo en lucha no podemos esperar que nos den permiso para “darnos cuenta”, ha sido esa alienación la que generó derrotas culturales de las revoluciones llevadas a cabo en el mundo. Ya se trate de soviéticos, chinos, cubanos y demás intentos transformadores, en algún punto esos procesos se han enfermado de lo mismo: la incapacidad para construir una sociedad participativa y la capacidad cada vez más renovada de convertir al pueblo revolucionario en pueblo beneficiario.
De allí la gran tarea que tenemos los movimientos sociales, hoy desmovilizados y convertidos en promotores de los planes de los gobiernos progresistas. La trampa es la misma que históricamente impusieron los gobiernos socialistas: Como no queremos que la derecha avance, todas las energías deben estar contra esta y por tanto está prohibido revisarnos, está prohibido evaluar, está prohibido criticar
Pero sucede que como todos los pueblos somos creadores y hemos de sacudirnos este letargo, esta postergación para continuar avanzando en nuestra liberación, valorando lo avanzado y reinventando el porvenir, revisando, evaluando, activando, cantando, andando, como pueblo en lucha pues.