Cuenta una leyenda de los primeros tiempos de Cumaná, que allá vivía un mozalbete andaluz llamado Juvencio, que a diferencia de la mayor parte de sus compatriotas, antes de soñar con tesoros y encomiendas se dedicaba a la pesca en la plácida bahía que se asoma al Golfo de Cariaco. Un tío suyo, viejo voraz, sediento de riqueza le echaba en cara su ausencia de bríos.
Así no llegarás a ninguna parte, yéndote de pesca todas las noches como cualquier indio, en vez de abrirte paso con la espada, como hacemos todos.
Pero, tío, si no le hago mal a nadie, y por lo contrario mucho bien, ya que el pescado que sobra lo doy a los viejos mendigos, o lo cambio por unas pintas de vino.
¡Valiente vago el que me ha dado Dios como sobrino! ¡Y deja ya de tocar esa guitarra, que no es propia de hombres de pelea!
Esa noche, como todas las noches, Juvencio se prepara para echar al mar su piragua, sin más compañía que su guitarra y sus arreos de pesca. Los viejos marinos le advierten que no es bueno pescar al filo de la medianoche. Antes de la hora nona y después del lucero del alba; pero nunca entre ellas.
Juvencio: pero, dime ¿por qué todos dicen lo mismo y nadie me da respuesta?
Yo que se lo digo, niño Juvencio. Hágame caso y déjese de tentar al destino.
Juvencio no sospechaba la sorpresa que esa noche le ofrecería la Mar.
Juvencio: Ya cayó uno… Menudo pargo. Quieto amiguito que me tumbas el farol y me quedo sin luz en esta noche de lobos. Ya me dejaste a oscuras… Bueno, por lo menos, contigo salve la noche. Déjame tocar algo suave para atraer a tus paisanos.
(Por 15 segundos una melodía lánguida de guitarra. Como a diez metros se eleva un canto agudo y sonoro de mujer.)
Juvencio: (Sorprendido) ¡Atiza! ¿Quién canta a esta hora y en medio de la Mar?
(Una risa cristalina se escucha a cinco metros.)
Juvencio: (Abocinando la voz) Eh tú, hermosa sirena, acércate acá y déjate ver.
(Un cuerpo emerge bruscamente del agua, una mujer ríe.)
Juvencio: (Muy jovial) ¿Vaya con la niña que se baña sola de noche en la mar sin miedo a los tiburones!
Bañista: (vuelve a reír.)
Juvencio: ¿Cómo te llamas?
Bañista: (Con extraña entonación, propia de india que no habla bien el castellano.) Maa-ryy…
Juvencio: ¿Con que Mary? Pero no te veo bien, por culpa de ese maldito pescado…
Mary: (Vuelve a reír.)
Juvencio: Pero ¿no sabes hacer otra cosa que reír? (Pulsea una cuerda de la guitarra.)
Mary: (Mismo acento) Guitar, guitar…
Juvencio: (Suave seductor y didáctico) Guitar no, esto se llama guitarra.
Mary: (Misma risa) No, guitar, guitar… Tu guitar.
Juvencio: Ah, ¿quieres que toque?
Mary: (Misma risa.)
Juvencio: Bueno, vamos a tocar algo de mi pueblo… (Una melodía por 20 segundos.) ¿Que te pareció el canto de mi guitarra. (Silencio) (A gritos) Mary, Mary, ¿dónde estás Mary? (A cinco metros en medio del rumor del agua se oye la risa de Mary.)
Juvencio: (A gritos) Vuelve mujer, vuelve… (A diez metros se oye el mismo canto melodioso. Rápidamente se aleja, y desaparece en la noche.)
Juvencio: (Con resignación) ¡Vaya cosa rara la que me ha sucedido! ¿Quién será tan extraña mujer? (Reflexivo) Es india y es muy joven. Valiente hasta la temeridad. Debe ser una india caribe, tan fiera como sus hombres. ¿Será hija de algún cacique? ¿Será guapa, será fea? Este maldito pescado no me la dejó ver. Ya sale el lucero del alba. Mejor regreso a casa.
Juvencio: ¡Al fin llegamos! Cómo pesa este pargo. Es el mayor que jamás haya visto. Déjame limpiarlo y sacarle las tripas antes de llevarlo a casa. (Con sorpresa) Pero ¿Qué es esto Dios mío? Una bolsa llena de perlas… Uno, dos, cuatro, siete, once, veinte perlas. ¡Y de qué tamaño! (Jubiloso) ¡Estas de suerte Juvencio! Dios protege a los pobres de corazón. Un pargo me ha hecho rico sin más esfuerzo que pulsear una guitarra. A parte de haber conocido a tan extraña mujer.
Por más de una semana Juvencio celebró con sus amigos la venta de una sola perla. Aquella noche tuvo necesidad de volver a la mar. Brillaba la media luna sobre la bahía y por más que canto y tocó la guitarra, esa noche y las noches siguientes, la extraña bañista no volvió a aparecer. Ya se olvidaba de la ninfa de la bahía cuando en la primera noche de luna nueva un pez del mismo tamaño que el pargo de su fortuna mordió el anzuelo y como el otro coleteó en la barca apagando el farol. De inmediato se oyó en la distancia el canto y la risa de Mary. Emergiendo bruscamente al lado del bote
Juvencio: (Con arrebato) Mary… ¿Dónde estabas, mujer?
Risas: Tú guitar, yo Mary… (Pulsea la guitarra.)
Juvencio: ¿Quieres tocar la guitarra? Bien, te enseñaré, se toma así: pero sube al bote, cabemos ambos.
Mary: No, yo, Mari… Mari-guitar…
Juvencio: Vaya nombre el que te has puesto. Mariguitar. Es nombre de reina; de reina de Mar. Pero qué manos tienes mujer: suaves y finas cual si fuesen de porcelana… y tus brazos parecen torneados por el mejor de los orfebres. Déjame palpar tu cara. Recta y bien tallada es tu nariz, pulposos tus labios, suave y largo tu pelo. Yo te amo Mariguitar. Déjame besarte.
Al día siguiente lo encontraron desvariando en la playa. Hablaba de una mujer muy bella llamada Mariguitar, que tenía un cuerpo y escamas de pez de la cintura hacia abajo. Hasta su muerte, pocas semanas después, se le escuchaba todas las noches, llamando a gritos a Mariguitar. Un día no volvió más; y todos supusieron que la ondina se lo llevó consigo a sus viviendas submarinas. Dicen que por esa razón se llama Mariguitar a una de las más hermosas regiones del Oriente venezolano.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!