Un casus belli es, en Derecho Internacional, el motivo o justificación que utiliza un Estado para declararle la guerra a otro (u otros).
Puede ser un hecho realmente cometido por su contraparte, como por ejemplo la sorpresiva toma militar de las islas Malvinas por parte de Argentina el 2 de abril de 1982, que sirvió de argumento para que Inglaterra iniciara hostilidades con el fin de recuperar su colonia a miles de kilómetros del continente europeo.
El casus belli también puede ser un hecho subrepticiamente cometido, auspiciado o facilitado por el Estado agredido, que le sirve de pretexto o excusa para iniciar o involucrarse en una confrontación bélica.
Fue lo que ocurrió, por ejemplo, el 15 de febrero de 1898, cuando una nave militar de bandera estadounidense, el acorazado Maine, explotó en el puerto de La Habana. Los gringos hicieron volar en pedazos su propio barco para responsabilizar al entonces declinante imperio español, que se negaba a “vender” a Washington sus últimas colonias de este lado del mundo: Cuba y Puerto Rico. Con la voladura del Maine, que había sido enviado a La Habana desafiando a la autoridad española, EEUU fabricó un casus belli que le sirvió de argumento, a pesar de los desmentidos de Madrid sobre su responsabilidad en el hecho, para entrar en hostilidades contra la Corona española. Los yanquis terminarían quedándose con Cuba hasta 1959 y con Puerto Rico hasta nuestros días. En el siglo XX abundaron episodios similares con el mismo protagonista.
Aguaje o desespero
Después de iniciada una guerra, con sus catastróficas consecuencias, pocos suelen acordarse del motivo formal por el cual se iniciaron las hostilidades. Los verdaderos objetivos de la confrontación suelen no guardar relación con el casus belli que la desata. Los pozos petroleros venezolanos, por ejemplo, nada tienen que ver con las FARC, pero son, a no dudarlo, potencial objetivo y botín de guerra para el vecino belicista y su mentor del Norte.
En el caso de estallar una guerra entre Colombia y Venezuela, la existencia de supuestos campamentos de las FARC en territorio venezolano pasaría a un segundo plano. Como en una riña callejera, los golpes mutuamente propinados entre los contendores se convertirían, en sí mismos, en nuevos motivos para avanzar en la confrontación. Una verdadera pesadilla.
Algunos especialistas opinan que la retórica de Bogotá, que apunta hacia un eventual ataque militar a territorio venezolano con el argumento de combatir a la guerrilla, es sólo eso, retórica. Es decir, puro aguaje, como se dice en criollo. ¿El objetivo? Distraer y neutralizar a América Latina, particularmente a Brasil, en vísperas de una invasión de EEUU a Irán, que es la verdadera prioridad militar estadounidense. Según quienes así piensan, un incendio en el vecindario latinoamericano despejaría las condiciones políticas internacionales para que el Consejo de Seguridad de la ONU autorice, en el corto plazo, una acción de las potencias occidentales, con Washington a la cabeza, contra la antigua Persia.
Otra opción es que, por una mezcla de razones ideológicas y económicas, Washington haya decidido entrompar a la Revolución Bolivariana por una vía abiertamente violenta, utilizando para ello a su marioneta colombiana. El petróleo venezolano y la cabeza de Hugo Chávez serían los dos pájaros de ese hipotético tiro. No haría falta, ni siquiera, que nadie gane la guerra en el terreno militar. Sus consecuencias humanas y económicas actuarían por sí mismas contra la supervivencia de la Revolución Bolivariana. Nadie va a una guerra permitiendo propaganda enemiga dentro de su territorio, de modo que adiós televisoras, radios y periódicos con posiciones pro-colombianas, como, por sólo mencionar un ejemplo, cierto canal que retransmite noticieros bogotanos varias veces al día. Adiós, entonces sí, a la libertad de expresión. La propia realización de las elecciones quedaría en entredicho. Suspendidas éstas, o realizadas en tales condiciones, servirían de argumento para un intento de deslegitimación de Venezuela en el plano internacional para tacharla, con base más sólida, como una dictadura. Un negocio sangriento, pero negocio al fin.
No basta rezar
Es de suponer que las plegarias al cielo porque no haya guerra entre Colombia y Venezuela abundarán a ambos lados de la frontera. Pero, como cantaba Alí Primera, no basta rezar. Hacen falta muchas cosas para conseguir la paz. Entre otras, estudiar la historia de las aventuras bélicas imperiales y entender lo que en realidad está en juego.
Si las FARC y el ELN están prácticamente diezmados, como dice Bogotá, entonces esos grupos guerrilleros, rémoras del siglo XX, carecen de entidad suficiente como para convertirse en casus belli de una hipotética guerra con Venezuela. Los vestigios de una guerrilla derrotada no tendrían por qué pesar más que la relación con Venezuela ni que la vida de millones de colombianos y venezolanos expuestos a morir en una guerra de consecuencias aún peores que el conflicto interno colombiano, lo cual ya es bastante decir. Los campamentos guerrilleros primero tendrían que ser detectados y erradicados dentro de la propia Colombia antes de que ésta pudiera atreverse a exigir a otros lo que ella misma no ha logrado fronteras adentro.
Pero, bueno, cuando el sabio apunta a la luna el tonto mira al casus belli, perdón, al dedo.
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