Su llegada a la Casa
Blanca vino envuelta en expectativas, tanto a nivel interno en su país
como en el resto del mundo. La llegada a la presidencia de la mayor
potencia de la tierra de un afrodescendiente (hecho insólito hasta
hace poco tiempo atrás), un impecable discurso seductor, y las promesas
de “enderezar entuertos” y rescatar lo mejor del espíritu que hizo
de los EE.UU. una gran nación, generaron en muchos esperanzas -sobre
todo después de la negra época de las dos presidencias de George W.
Bush- de que se produjeran cambios importantes que afectarían no sólo
a los estadounidenses sino también al resto de los habitantes del planeta.
Y había razones para
creer que esos cambios eran posibles de enfrentar. La biografía de
Obama mostraba no sólo a un “hombre de éxito” en el sistema norteamericano,
sino también los rasgos de un outsider, con potencial para intentar
las reformas que prometía.
La política exterior
Pero aún desde el arranque
de su gobierno, comenzaron a aparecer síntomas de que esas expectativas
no se cumplirían. El primer acontecimiento importante fue la constitución
de su equipo de gobierno. La elección de Hillary Clinton (un halcón
demócrata) como representante de la política exterior, combinada con
la continuidad en los cargos tanto en la Secretaría de Defensa como
en los altos mandos del pentágono de los hombres que habían sido designados
y habían trabajado para los dos anteriores períodos del gobierno republicano
radical de George W. Bush, anunciaron que la agresiva y guerrerista
política exterior que los Estados Unidos venían manteniendo, estaba
lista para ser prolongada.
A lo largo de estos casi
dos años se ha venido confirmando esta situación, las promesas electorales
relacionadas con un cambio en la política exterior (fin de las guerras
de Irak y Afganistán, cierre de la cárcel de Guantánamo, suspensión
de las torturas a detenidos ilegales, etc., no han sido cumplidas (a
pesar de haber retirado 60.000 soldados de Irak la guerra continúa,
y en Afganistán ha elevado su nivel). Además, el uso de la tortura,
que prometió eliminar, aparentemente sigue estando vigente en las instalaciones
secretas localizadas fuera del territorio norteamericano. Igualmente
el bloqueo a la isla de Cuba se ha mantenido sin cambios significativos.
Y han venido aconteciendo
los otros hechos y actitudes que van conformando la imagen real de la
Doctrina Obama. Algunos de ellos a modo de ejemplos, son: La incambiada
política invasora y guerrerista de Israel ha seguido siendo apoyada
incondicionalmente (aunque en algún momento se intente un discurso
de supuesta presión por atenuarla) por el gobierno de Obama, del mismo
modo se ha mantenido la intervención norteamericana en la península
coreana, buscando presionar a Corea del Norte hacia un conflicto; se
llevan a cabo los ataques con drones (aviones robot) a Pakistán, con
cuyo gobierno aparentemente los EE.UU. mantienen buenas relaciones;
con creciente intensidad se mantiene la constante y creciente provocación
al gobierno de Irán, a través de la imposición de sanciones unilaterales
y una agresiva campaña en su contra, que llega a ignorar el convenio
logrado por Brasil, Turquía y Rusia para reducir la tensión con el
gobierno persa, llevando además una flota (junto con Israel) al Mar
Rojo para crear un cerco militar al estado persa.
En América Latina la
intervención e injerencia han continuado en forma más acentuada aún
que en los gobiernos de Bush (algunos ejemplos: activación de la IV
Flota, apoyo indirecto al golpe en Honduras y apoyo total al gobierno
ilegítimo de Porfirio Lobo; acuerdo con la Colombia de Uribe para el
establecimiento de 7 bases militares e impunidad legal a la operación
de las tropas estadounidenses en ese país –aunque luego las autoridades
colombianas hayan echado atrás el acuerdo-; persistencia en el financiamiento
del Plan Colombia; continuación del apoyo y financiamiento a movimientos
desestabilizadores en toda la región; soporte indirecto al intento
de golpe en Ecuador; ataques discursivos, tanto de altos funcionarios
del gobierno como del propio Obama hacia los países -y sus gobiernos-
que configuran la avanzada anti-imperial en el continente (Venezuela,
Bolivia y Ecuador); la persistencia en la creación de matrices de opinión
(repetidas hasta volverlas verdad por las cadenas corporativas de medios
de comunicación) descalificadoras de todo movimiento de resistencia
o de oposición a la economía de mercado y a los intereses norteamericanos.
La política interior
En lo que respecta a
lo interno, la principal característica del gobierno Obama ha sido
el incumplimiento de sus promesas electorales. El gran slogan de su
campaña fue la propuesta de cambio, sin embargo una vez asumido el
poder, esta propuesta se fue esfumando. Había conquistado por ejemplo
el voto latino con promesas de generar legislación que protegiera a
los emigrantes, sin embargo ha sido notorio el silencio de la Casa Blanca
al respecto en estos últimos tiempos. De la misma forma otra de sus
promesas tenía que ver con la manera de enfrentar la crisis económica
general, que desde 2006 tiene su epicentro en los propios Estados Unidos.
Sin embargo la mayor parte de sus medidas no han ido más allá de las
del gobierno anterior, como el inyectar dinero del estado norteamericano
hacia los grandes capitales, dejando el pago del grueso de la crisis
a las grandes mayorías. El desempleo, uno de los más graves síntomas
de esa crisis, se ha mantenido en ritmo creciente, golpeando no sólo
a los sectores más desposeídos, sino sobre todo a la clase media.
Ninguna de las medidas tomadas por el gobierno ha logrado revertir esa
tendencia.
Algunas tibias reformas
propuestas, como por ejemplo la legislación sobre salud, o cambios
en la política impositiva interna, fueron perdiendo en la negociación
para su aprobación en el congreso el mínimo de efectividad que hubieran
podido tener. No han tenido ningún peso en una supuesta recuperación
frente a la crisis.
En general la sensación
interna es que no se han producido cambios en la orientación de gobierno
desde Bush, y que Obama no ha cumplido con las propuestas que lo llevaron
a la Casa Blanca. No es suficiente el discurso impecable del presidente
para conformar a una población que siente cotidianamente la espiral
de caída de su modo de vida. Algunos progresistas norteamericanos (como
Michael Moore) que apoyaron a Obama en su campaña electoral, ya están
claros en su decepción y lo expresan públicamente.
Mientras tanto, se deja
traslucir la sensación de que el presidente no toma realmente las decisiones.
Que estas siguen estando en las mismas manos que estaban a la vista
en el gobierno de Bush, sobre todo el poder corporativo y el complejo
militar-industrial. Al respecto es sintomático lo sucedido con el derrame
de petróleo que la BP y la Halliburton provocaron en el Golfo de México,
aparentemente uno de los mayores desastres ecológicos de la historia.
A pesar que las primeras declaraciones de Obama hablaban de patear los
traseros necesarios, en realidad su única acción al respecto fue anular
el límite de 75 millones de dólares que el gobierno de Bush había
puesto como límite para compensar desastres ecológicos, y negociar
con la BP un fondo de 20.000 millones de dólares para compensación
(suma menor que las ganancias declaradas anualmente por la corporación
petrolera). La propia Casa Blanca mantiene el silencio sobre las graves
consecuencias que el derrame está teniendo sobre el propio litoral
estadounidense y como afecta a millones de sus ciudadanos.
El Destino Manifiesto
y la Doctrina Monroe
Ya desde los tempranos
1630, el pastor John Cotton había esbozado la doctrina del Destino
Manifiesto de los Estados Unidos, que fuera enunciada con detalles en
1845 por John Sullivan, el derecho de los EE.UU. a hacerse cargo de
los territorios que necesitara “El cumplimiento de nuestro destino
manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado
por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad
y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un
árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo
pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.”
En 1823 James Monroe enuncia la doctrina que lleva su nombre y que complementa
la visión del Destino Manifiesto: “América para los americanos.”
Lo que comenzó reivindicando el derecho a no permitir que los estados
europeos intervinieran en el continente americano, se convirtió rápidamente
en el derecho de los Estados Unidos a considerar el resto de América
como de su propiedad. Finalmente, en la última década del siglo XIX,
el presidente William Mc Kinley, a través de un momento de iluminación
divina, decretó el derecho de los Estados Unidos de invadir y hacerse
cargo de cualquier territorio que lo necesitara (con el caso concreto
de Filipinas). El corolario a este precepto lo colocó Teodoro Roosevelt
a principios del siglo XX, cuando especificó que los Estados Unidos
tenían la obligación de intervenir militarmente en cualquier lugar
dónde fuera necesario proteger a ciudadanos y propiedades norteamericanas,
o los propios intereses de la nación.
Todos estos enunciados
son los que han justificado la política imperial con la cual los Estados
Unidos han manejado su política exterior. A lo largo de casi toda su
historia, los distintos gobiernos de EE.UU, tanto demócratas como republicanos
han sido fieles en mantener esta doctrina1. Es curioso como
contabilizando doscientos años, de guerras emprendidas por esa nación,
se observa que si bien los gobiernos republicanos han promovido y llevado
adelante un número ligeramente mayor de conflictos bélicos que los
demócratas, ha sido bajo el gobierno de éstos últimos, cuando han
muerto más soldados norteamericanos en combate2, alrededor
de 1.200.000 en épocas demócratas y alrededor de 700.000 en épocas
republicanas (la estimación de las víctimas de los otros bandos es
del orden de 5 a 10 veces estas cantidades).
En definitiva, que tanto
demócratas como republicanos, han mantenido coherentemente la acción
colonialista e imperial. Sus gobiernos se han diferenciado sobre todo
en lo formal. Los republicanos no ocultan en general sus objetivos de
promover el capitalismo y dominar el mundo. Los demócratas disfrazan
su discurso, hablando de leyes, derechos humanos, justicia internacional,
pero siguen invadiendo, interviniendo y haciendo la guerra.
Posiblemente sus mayores
diferencias tengan que ver con la política interna. Es innegable que
los demócratas tienen una cierta preocupación social de la cual los
republicanos (promotores del más rancio individualismo) carecen. El
máximo ejemplo de esto lo dio Franklin Delano Roosevelt, con la aplicación
del “New Deal” que permitió afrontar la grave recesión posterior
al “crack” de 1929.
La doctrina Obama
A la vista tanto del
entorno histórico expuesto como del análisis de los hechos y actitudes
del gobierno de Barak Obama, podemos ver que sus acciones no se diferencian
en lo fundamental de las tradicionales de los gobiernos demócratas.
Las que presentan una cara algo más liberal que la de los republicanos,
pero que llevan igualmente adelante las pretensiones hegemónicas de
los Estados Unidos, con todo el sistema de agresión consiguiente operando
fluidamente. Quizá lo más cercano a una excepción a esta forma de
actuar haya sido el gobierno de Jimmy Carter, quien cuando intentó
mantener la defensa de los derechos humanos a nivel planetario, generó
una alta contradicción con el resto de las acciones imperiales, lo
que aparentemente le costó la reelección.
Nuestro análisis nos
lleva entonces a estar claros que desde nuestro continente latinoamericano,
no podemos esperar nada del gobierno Obama. El contrario, una
de las variaciones respecto al de Bush ha sido una mayor atención sobre
lo que siempre han considerado como su “patio trasero”.
La Doctrina Obama esconde
bajo palabras aparentemente progresistas la misma subordinación a los
intereses de los grandes capitales de las corporaciones, a la visión
del Destino Manifiesto y a la política imperial resultante. Posiblemente
la novedad consiste en que en pleno siglo XXI estos intereses manejan
(por ser una parte de ellos) toda la inmensa y compacta red de medios
corporativos que proporcionan cerca del 90% de la información y difusión
de eventos del planeta, y por lo tanto tienen una mayor capacidad operativa
para generar las matrices de opinión convenientes a sus intereses (la
realidad virtual). Esto último es lo que provoca la llamada “guerra
de cuarta generación”, la lucha que hemos emprendido por desmontar
el globalizado sistema de adoctrinamiento en que se han convertido los
medios de comunicación.