1. Hugo Chávez en la contrainsurgencia latinoamericana
En entrevista concedida al diario El Tiempo de Bogotá, el Ministro de Defensa de Colombia, Rodrigo Rivera, proporciona la clave de interpretación para el caso de Joaquín Pérez Becerra. Para destruir a las FARC, dice Rivera, hay que “cerrar cualquier posibilidad de lo que se llama salida política a esta confrontación”. Eso se logra “por el camino de la cooperación internacional”. "El caso de Joaquín Pérez es verdaderamente rutilante… La inteligencia de la Policía…logra establecer que viajaría a Venezuela. Y de forma resuelta, sin vacilaciones, el gobierno de Venezuela, en un tema coordinado con el presidente Chávez directamente, nos ha respondido enviándolo a Colombia. Y nos han dicho que frente a cualquier información como esta que les demos, ellos van a responder de la misma manera".
La
esencia de la información de Rivera es estremecedora: Santos no quiere
una paz negociada en Colombia, sino la destrucción militar de la guerrilla.
Tal fin requiere la cooperación del gobierno venezolano. Chávez ha
aceptado jugar ese papel.
2. Chávez acepta la reimposición de la Doctrina Monroe
La
entrega de Becerra es solo la punta del iceberg de la macabra alianza
grancolombina entre Santos y Chávez. La esencia de la política actual
de Chávez consiste en que acepta el restablecimiento de la Doctrina
Monroe en la Patria Grande, negociando, a cambio, su permanencia en
el poder. Desde hace tiempo atrás trata de reconciliar su futuro político
con la burguesía nacional (caso Samán), la latinoamericana (Santos,
Lobo) y su amo y brazo armado internacional, la Casa Blanca. Esta estrategia
se asemeja estructuralmente a la política de appeasement
(reconciliación) de Gadafi, quién creyó equivocadamente que podía
llegar a un modus vivendi con el imperialismo, después de su
fase radical-nacionalista; aunque en Venezuela la situación no ha avanzado
todavía a la fase de ingobernabilidad abierta, como en Libia.
3. El costo político del appeasement
La
entrega de Becerra al régimen colombiano fue, por lo tanto, una decisión
consciente y deliberada de Chávez, congruente con su política de reintroducción
de la Doctrina Monroe, a cambio de su futuro político. Lo que él y
su equipo subestimaron groseramente, fue el alto costo político que
este nuevo sometimiento a Washington iba a tener en la Izquierda mundial.
Confiando en su alto prestigio y el poder nacional y global de sus aparatos
de propaganda, pensó que el secuestro y la extradición de Becerra
pronto iban a ser olvidados. Consignó entonces a dos de sus funcionarios
incondicionales, pero altamente incompetentes, el damage control
como dicen los gringos: al canciller Nicolás Maduro y al Ministro de
Comunicación e Información, Andrés Izarra.
4. Maduro e Izarra
Ambos
funcionarios, al dar la cara, metieron la pata. El jefe de la diplomacia
venezolana dijo en su habitual lenguaje bravucón que, "No estamos
sometidos ni estaremos sometidos al chantaje de nadie, ni de la ultraizquierda
ni de la ultraderecha”. A la luz de la estrecha cooperación de Miraflores
con la pareja Obama-Santos --quienes no son más que reencarnaciones
perfumadas de George W. Bush y Álvaro Uribe-- en el restablecimiento
común de la Doctrina Monroe, la afirmación de Maduro es simplemente
patética.
Más
patético aún es el caso de Andrés
Izarra, jefe de propaganda del gobierno “bolivariano”, cuya
principal aportación a la “Revolución bolivariana” ha consistido
en llenar Telesur con “ineptos, contrarrevolucionarios en el amplio
sentido de la palabra” (Aram Aharonian), que malograron lo que debía
ser un samán de la comunicación mundial, en un bonsái.
El control del daño político del escándalo lo hizo Izarra, amante de los hoteles de seis estrellas en la Ciudad de México, con el estilo que le caracteriza a él y a gran parte de los funcionarios de la Nueva Clase Política “bolivariana”: imponiendo la censura a los medios estatales, amenazando a sus empleados y movilizando a la sección venezolana de ese elefante blanco, que se conoce como la Red de “Intelectuales en Defensa de la Humanidad”, con un comunicado llorón que pide solidaridad a los revolucionarios internacionales.
No lo va a lograr, porque es un intento contra la verdad. Y la verdad es que esta extradición ---a diferencia de la entrega de vascos exiliados a la policía franquista de Aznar y el contubernio de funcionarios subalternos en los secuestros políticos de guerrilleros colombianos en Caracas--- representa una nueva calidad: el fin de la fase progresista del gobierno de Hugo Chávez y su retorno a la normalidad burguesa en América Latina. Y esa normalidad es y ha sido, neocolonial y monroeista.
5. Aparece Chávez
Ante el fracaso de sus subalternos aparece finalmente el Presidente Chávez (30.4.). En el Teatro Teresa Carreño, reivindica su responsabilidad en la decisión de deportar al periodista y sigue con la bravuconería cantinesca de Maduro: “A mí nadie me va a estar chantajeando, ni de la extrema derecha ni de la extrema izquierda”. No hay explicación de lo sucedido. Solo el perenne intento de acallar con la autoridad. Pero, esta vez no convence. El lenguaje corporal de muchos delegados es claro. Desaprueban el vil acto monroeista de su Presidente.
6. ¿Qué hacer?
Obama tiene que decidir, si le conviene mantener a un Chávez debilitado en el Palacio de Miraflores, que garantice el petróleo y la reimposición de la Doctrina Monroe, o si prosigue con la agenda de los fascistas del PNAC (Project for the New American Century) ---que ha adoptado--- para sustituirlo. Chávez tendrá que pensar en una nueva estrategia de sobrevivencia, ahora que su proyecto de reacomodo con el imperialismo ha sido revelado.
La Izquierda en general no ha querido entender y aceptar el brutal cambio en la política del proceso venezolano. Y, de verdad, causa un profundo dolor ver que esa gran oportunidad de cambio se disipa. Sin embargo, el deber de todo revolucionario e intelectual crítico es la comprensión de la realidad, por dolorosa que sea. Y, comparado con la tragedia del Socialismo soviético, en cuya construcción y defensa perdieron la vida más de 30 millones de personas, la actual crisis de la “Revolución bolivariana” no justifica una tristeza inmovilizadora o una parálisis de la moral de transición anticapitalista y antimonroeista.
La lección del grupo de Gorbachev en la destrucción de la Unión Soviética es que ante el viraje de una élite estatal, la causa popular solo puede salvarse por la temprana y consciente intervención de las masas organizadas. Esta es la situación de la “Revolución Bolivariana” después de la entrega de Becerra.