En pocos días se realizarán las muy anticipadas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Hay expectativas alrededor del mundo sobre el cambio en Washington y el fin de la época Bush-Cheney que causó tanto daño y terror al mundo. Lo que si es cierto, es que George W. Bush no volverá a la vida política por un largo tiempo, probablemente nunca. Su mandato fue posiblemente lo peor en toda la historia del país; su política internacional incrementó de manera sustantiva la cantidad de ciudadanos en el mundo que detestan a Estados Unidos; su política financiera destruyó la economía del país y dejó el gobierno, los ciudadanos y hasta los bancos en bancarrota; su política interior acabó con los programas sociales (los pocos que quedaban), favoreció a la clase alta y resultó en un deterioro grave en la calidad del sistema educativo nacional; y las guerras iniciadas (o mejor dicho, continuadas) por su gobierno han resultado en millones de muertos en el Medio Oriente sin obtener ningun beneficio para nadie, menos para la “democracia” y la “libertad”.
Bush se va y estamos felices, más porque ya no tendremos que escuchar sus patéticos discursos del teleprompter que ni siquiera leyéndolos en letra grande era capaz de pronunciar y articular bien. También estamos contentos porque con Bush se va Dick Cheney, el verdadero poder del duo dinámico. Cheney es uno de los arquitectos de la última perversión de la política imperial con su sed insaciable para la dominación mundial. Junto a sus compatriotas Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Robert Zoellick, John Negroponte, Elliot Abrams y otros del club de neoconservadores, lograron implementar el plan del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC) que habían diseñado desde el año 1994. Su objetivo era asumir control sobre las reservas energéticas mundiales, enfocándose en el Medio Oriente. Los miembros del PNAC, que incluían a Condoleezza Rice, Cheney, los otros mencionados anteriormente, George H.W. Bush (papá del actual presidente) y otros de la misma ideología, abogaban por la invasión a Irak, el asesinato de Saddam Hussein y la occupación de sus pozos petroleros. Cheney también fue el impulsor de la “privatización de la guerra”, entregando contratos multimillonarios a empresas del Complejo Industrial Militar, incluyendo a su empresa personal, Halliburton, cuyas ganancias han asegurado Cheney y su familia una vida lujosa.
Se va Bush y su combo, pero lamentablemente con ellos no se va el sistema capitalista-consumista. No se va el Complejo Industrial Militar que controla la política internacional de Washington, ni se van las grandes multinacionales y corporaciones que controlan el mercado global. Entonces, ¿cuál es el cambio?
Si John McCain ganara la presidencia de Estados Unidos el próximo 4 de noviembre significaría un gran retraso ante la posibilidad de mejorar la imagen de Washington en el mundo. McCain traería consigo asesores y políticos de la vieja guardia, como Henry Kissinger, James Woolsey (antiguo Director de la CIA y ex presidente de Freedom House), Richard Armitage (ex Subsecretario de Estado del 2001-2005 bajo George W. Bush, miembro del PNAC), William Kristol y Robert Kagan (directores del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano “PNAC”). McCain también favorecería un aumento de tropas estadounidenses en Irak porque ve ese conflicto como parte de una lucha mayor contra el extremismo islámico que según él y sus asesores, “amenaza la seguridad de Estados Unidos”. Su candidata a la vicepresidencia, la gobernadora del Estado Alaska, Sarah Palin, abogaría por una invasión en Venezuela para derrocar “ese dictador Chávez” y garantizar el control sobre las reservas petroleras en el país suramericana (para no tener que explotar más las de Alaska). Entonces, con un McCain, Washington seguiría el camino de la guerra y la destrucción de la humanidad. Sería más de lo mismo, una continuación de la era Bush-Cheney, sin los mismos personajes, pero con el mismo espiritu guerrerista e imperialista. Y aunque McCain como Presidente de Estados Unidos sería un retraso para los pueblos del mundo, sería un paso adelante para la caída el imperio.
Si Barack Obama ganara la presidencia de Estados Unidos el próximo 4 de noviembre cambiaría la cara de Washington ante el mundo, pero no necesariamente cambiaría lo demás. Claro, con Obama haríamos historia: primer presidente afro-americano de Estados Unidos; primer político con tan poca experiencia en llegar al cargo más poderoso de la nación; uno de los más jóvenes en llegar a la presidencia; y primer presidente de Estados Unidos con un nombre tan extranjero. Si, Obama sería un cambio fresco con su gran intelecto y discurso inteligente y poético (que también lee del telepromter) sobre la “esperanza” y el “cambio”. Cualquier presidente que puede pronunciar una palabra con más de dos sílabas sería un gran cambio para Estados Unidos después de ocho años de lenguaje vaquero.
Pero un Obama no podría detener el Complejo Militar Industrial, ni lo va a querer hacer, porque pronto se daría cuenta que las empresas, personas y agencias que componen esa industria son quienes lo mantendrían a él en el poder. Y Obama tampoco podría controlar las transnacionales y corporaciones que manejan la economía global; tendría él que subordinar su política a los deseos de Exxon, Chevron, Coca Cola, Disney, Warner, Monsanto y otras multinacionales que dominan el mercado internacional.
¿Y su política exterior? Pués, su asesor principal es Zbigniew Brzezinski, antiguo Asesor de Seguridad Nacional del Presidente Jimmy Carter y arquitecto de la política de dominación mundial de Washington. Brzezinski es miembro fundador de la Comisión Trilateral, entidad compuesta por grandes empresarios, políticos, dueños de medios de comunicación y gobernantes de Europa, Asia y Estados Unidos, que formulan las estrategias que manejan la economía y la política mundial. Es miembro también de instituciones y centros de estudios (think tanks) como Freedom House, International Crisis Group, Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) y Council on Foreign Relations (CFR), que promueven la política imperial de Washington en el mundo. Todas esas organizaciones también son críticas de Venezuela y el Presidente Chávez y abogan por una acción más directa y efectiva de Estados Unidos para “detener” la influencia y la amenaza del jefe de estado venezolano en la región.
Entonces, tal vez Obama buscaría retirar las tropas estadounidenses de Irak dentro de unos años, pero no pararía la Guerra Mundial que ejecuta Estados Unidos contra la humanidad. No transformaría el sistema capitalista-consumista que está devorando el planeta tierra y acabando con los recursos naturales a algo más decente y amistosa para los pueblos del mundo. No, Obama no cambiaría mucho en el final, al menos si bajo su imagen oportunista y ambiciosa existiera un verdadero radical revolucionario que solo estaba esperando su juramentación en la Casa Blanca para quitarse la cara del establishment y romper con las cádenas del imperialismo. Esa es la esperanza que tenemos muchos; queremos, deseamos un verdadero cambio profundo en Estados Unidos. Por eso me duele decirlo a los que están agarrándose de esa esperanza, que lamentablemente el próximo líder de Washington simplemente sería el mismo de antes: el capitalismo.
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