Hace cinco años, el Center for Internacional Policy expresó su preocupación porque son los jefes militares de EEUU, y no los órganos del poder civil, quienes estaban definiendo la política de ese país hacia América Latina.
“Es el Comando Sur quien define cada vez más el rol de EE UU en América Latina”, señaló un estudio del CIP, con fecha octubre de 2004.
El centro, una ONG progresista con sede en Washington, consideró “desproporcionado” el rol de los militares gringos en América Latina en relación con el de los funcionarios civiles.
“En comparación con organismos oficiales civiles, el Comando Sur de EE UU cumple un rol cada vez mayor y desproporcionado en las relaciones entre EE UU y América Latina”, señaló.
Cuantifica el informe en 78 los viajes que entre agosto de 2002 y julio de 2004 realizó a América Latina el entonces comandante del Comando Sur, general James Hill.
“Una cantidad que seguramente es imposible de igualar para un funcionario del Departamento de Estado”, subrayó el documento.
Igual o peor
Han pasado cinco años de aquel estudio y nada indica que la situación se haya revertido, a pesar de la viajadera de Thomas Shanon, a quien ahora designaron para quedarse sentado en Brasilia.
La puesta a disposición de un conjunto de bases militares en Colombia al Comando Sur difícilmente signifique una reducción, sino más bien un aumento, del rol del poder militar estadounidense en los asuntos latinoamericanos.
La situación viene de antaño. En 1993, la periodista de The Washington Post, Dana Priest, escribió un libro titulado The Mission donde señala que el Comando Sur tenía, para entonces, 1 mil 100 personas trabajando sobre asuntos latinoamericanos, una cantidad superior a la de todos los principales organismos federales civiles juntos, incluidos los Departamentos de Estado, de Agricultura, de Comercio y del Tesoro, y también la Secretaría de Defensa.
El estudio del Center for Internacional Policy no va más atrás, pero probablemente esto haya sido siempre así. Es largo el historial de intervenciones que demuestran cómo el trabajo de los diplomáticos gringos suele venir acompañado, cuando no proseguido o incluso antecedido, del uso o la amenaza de empleo (abierta o más o menos disimulada) de la fuerza militar por parte de uniformados yanquis.
Un juguete bélico
Cuando uno viene del Este hacia el centro de Caracas por la avenida Bolívar, a la altura del hotel Alba Caracas, puede apreciar un mural que muestra al presidente de EEUU, Barack Obama, con media cara normal y la otra como una especie de robot. Acompaña a la figura la frase: “Peligro: juguete fácilmente manipulable”.
Puede que sea sólo una percepción ingenua, pero da la impresión de que las bases entregadas por Colombia a EEUU están entre las últimas preocupaciones del primer afrodescendiente en llegar a la Casa Blanca, quien en otros frentes, incluido el interno, luce más preocupado por la propia sobrevivencia que por lo que sucede en el patio trasero. Hasta ha tenido que distraer esfuerzos en pelear con su propia Globovisión, encarnada allá en el canal Fox, dedicado día y noche a socavar su base de apoyo popular mediante las más abyectas prácticas de la comunicación de masas, de las cuales los latinoamericanos, y especialmente los venezolanos, hemos sido conejillos de indias.
La guerra o la paz
Aquí en Venezuela, con su estilo característico, el presidente Chávez llamó explícitamente a los militares y al pueblo a prepararse para la guerra, lo cual provocó una alharaca de horrorizadas plañideras, que, sin embargo, poco o nada han objetado al mamarro de cañón que los militares gringos, con la colaboración lacaya de Uribe y las élites colombianas, están colocando ahí mismito y apuntando hacia este lado.
¿Que Chávez lo pudo haber hecho de otra manera? Seguro que sí. Pero de lo que no queda duda es de que la amenaza militar está allí, en manos de unos tipos que han cometido las peores atrocidades bélicas de la historia en éste y otros continentes, a quienes más bien pudiera interesarles abrir un nuevo frente de batalla que justifique más asignaciones presupuestarias en medio de una crisis económica sin precedentes. Zape gato.
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