El encuentro entre los presidentes de Colombia, Juan Manuel Santos, y Venezuela, Nicolás Maduro Moros, en la ciudad de Puerto Ayacucho, Estado Amazonas, fue sin duda un evento político y diplomático de gran importancia para ambas naciones, pues ratificó la normalidad de las relaciones bilaterales y el “pase de página” ante la tensiones recientemente suscitadas entre Caracas y Bogotá, cuyos mandatarios se comprometieron a “recuperar el tiempo perdido”.
En el marco de la política exterior de Venezuela, que promueve la unión de los pueblos latinoamericanos, la cooperación y la convivencia pacífica entre las naciones, con el debido respeto a su soberanía y autodeterminación, lo oportuno, adecuado y sensato es emprender los esfuerzos que sean necesarios para mantener unas relaciones constructivas con todas las naciones, especialmente con un país vecino y hermano como Colombia.
El encuentro ha despejado de momento, el fantasma de una agudización de las tensiones entre ambas naciones, el cual ha sido ampliamente promovido por sectores de las más rancias derechas de Colombia y Venezuela, las cuales aspiran generar un escenario de confrontación bélica que permita una intervención imperial que dé al traste con el proceso bolivariano, bajo el falaz y sempiterno pretexto del supuesto respaldo del Gobierno venezolano a las guerrillas colombianas, calificadas por Washington y Bogotá como “terroristas y narcotraficantes”.
En ese sentido, no es errado afirmar que se trata de una victoria diplomática para Venezuela y también para Colombia, pero más allá del exacerbado optimismo plasmado por parte de algunos voceros gubernamentales y titulares de la prensa oficial o del desdén y lenguaje descalificatorio del encuentro por parte de algunos medios privados y voceros de la derecha, que exaltan las diferencias de orden político entre Caracas y Bogotá para mantener mediáticamente el ambiente de tensión, hay que orientarse en la situación desde una perspectiva más objetiva de los hechos.
Fin de la era Uribe y reconstrucción de relaciones bilaterales
La recomposición de las relaciones bilaterales colombo- venezolanas comenzó a producirse a partir del año 2010, tras el ascenso al poder de Juan Manuel Santos, veterano político y economista colombiano, quien además es periodista y amplio conocedor de la cultura cafetalera de su país, proveniente de filas liberales y fundador junto con Álvaro Uribe Vélez del Partido Social de Unidad Nacional (Partido de la U).
A pesar de haberse desempeñado como Ministro de la Defensa de Álvaro Uribe y ser responsable de algunas acciones altamente lesivas a sus vecinos, como el bombardeo a territorio ecuatoriano para aniquilar un campamento de las FARC en 2008; Santos llegó a la Presidencia de Colombia con un discurso de acercamiento y normalización de relaciones con Venezuela, hecho que fue recibido de muy buen ánimo por el entonces presidente de Venezuela, Comandante Hugo Chávez Frías, quien manifestó la voluntad de su Gobierno de reestablecer las relaciones desde la confianza mutua.
No obstante, a pesar de que Venezuela y Colombia tienen intereses en común que deben ser preservados más allá de las diferencias ideológicas de sus gobiernos, también están presentes un conjunto de contradicciones entre ambos países que van desde el orden limítrofe (Golfo de Venezuela fundamentalmente) hasta el político, en el cual los choques no han sido pocos en la última década.
Estas contradicciones son hábilmente explotadas por los agentes de la violencia, entendiendo a éstos como esa clase política y económica oligárquica, genuflexa a intereses imperiales en la región, vinculada a las mafias del narcotráfico que movilizan cuantiosos recursos y que hoy por hoy son los aliados claves de Washington y potencias hegemónicas para sus intereses geopolíticos en Sudamérica.
El hecho que desató la polémica entre Venezuela y Colombia
La reconstrucción de las relaciones en todos los órdenes entre Caracas y Bogotá tuvo un serio inconveniente al momento de ser recibido por el presidente Santos el derrotado ex candidato presidencial opositor venezolano, Henrique Capriles Radonski.
Si se tratase del líder de una oposición democrática, representante de un sector significativo pero minoritario de la sociedad venezolana, dicho encuentro no debió haber tenido mayor inconveniente, pero por desgracia, Capriles hoy insiste en desconocer al Gobierno legítimamente electo de Venezuela y fue el promotor de hechos violentos que condujeron al vil asesinato de más de una decena de venezolanos, entre ellos, casualmente, un ciudadano de origen colombiano afecto a la Revolución Bolivariana, sobre quien, por cierto, Santos no hizo ni el más mínimo comentario pese a ser conocido el caso en Bogotá.
Este hecho tampoco debe ser apreciado desde las simples formalidades, considerando que entre Santos y Capriles hay vínculos políticos estrechos, comparten el mismo asesor de campaña y es sabido que tanto el movimiento “Primero Colombia” que dirige Álvaro Uribe, como del “Partido de la U” (Fundado previamente por Uribe y Santos), tienen estrechas y activas relaciones con la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de Venezuela y comparten el objetivo político de liquidar el proceso bolivariano e instaurar un gobierno afecto a sus intereses en Miraflores. No se debe dejar pasar por alto tampoco que Juan Manuel Santos es en Colombia un hombre de confianza de Washington, cuya candidatura presidencial en 2010 fue ampliamente promovida desde la Casa Blanca.
Perspectivas de las relaciones colombo venezolanas
Ante esta situación, lo prudente y pertinente es comprender el terreno sobre el que se está transitando y emplear una diplomacia inteligente, que permita preservar las relaciones con Colombia en términos cordiales, sin incurrir en excesos de confianza que conduzcan a tomar decisiones que en el corto o mediano plazo puedan ser perjudiciales para Venezuela.
El aspecto económico debe tener preponderancia en la agenda binacional, una balanza comercial que el año pasado se ubicó en un intercambio cercano a los 3 mil 289 millones de dólares, según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) y la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (Dian) de Colombia, no puede ser fácilmente despreciada por ambos gobiernos, ya que cualquier perturbación a la normalidad de las relaciones los perjudica directamente.
En ese sentido, Venezuela debe exigir a Colombia mayor cooperación en el combate el contrabando, que perjudica a ambas economías y el cual apoyado en mafias que incluyen funcionarios gubernamentales y efectivos militares corruptos, grupos generadores de violencia, delincuentes comunes y una situación de desempleo, pobreza y ausencia de oportunidades a ambos lados de la frontera, se ha convertido en un severo elemento desestabilizador de la economía, particularmente de la venezolana, que está siendo atacada en la actualidad con la creación de un desabastecimiento artificial con fines políticos.
Otros temas de interés bilateral como la seguridad fronteriza y la cooperación en diversas áreas es importante que sean abordados con la responsabilidad y seriedad del caso, a fin de contribuir a unos nexos constructivos, en el marco de la hermandad entre ambos pueblos.
La pacificación de Colombia y el fin definitivo del conflicto armado que desde hace más de medio siglo vive el vecino país, también es un objetivo que con la prudencia del caso, debe ser acompañado por Venezuela. Sin éste, se extinguiría el pretexto de Washington para incrementar cada vez más su presencia en territorio neogranadino y dejaría de tener sentido su presencia ahí, lo que repercutiría en una importante ganancia para ambos pueblos. Con gran razón el Comandante Chávez decía con insistencia sobre este tema que la paz en Colombia es también la paz para Venezuela.
En conclusión, lo importante es tener presente que las relaciones de Venezuela con Colombia tienen un carácter ampliamente complejo el cual debe ser entendido teniendo en cuenta las variables planteadas y considerando siempre el objetivo fundamental de que prevalezcan los intereses comunes sobre las diferencias entre sus gobiernos, las cuales deben ser atendidas en el marco de la debida prudencia pero con la firmeza necesaria para defender los legítimos intereses de la Nación venezolana.