Durante la segunda parte del mandato de Lula en Brasil, esa nación fue víctima de un grave vejamen por parte de EE.UU. Sucedió lo que comentamos en un aeropuerto de ese país con un grupo de pasajeros brasileros que fueron ultrajados por los funcionarios de inmigración. No fue una novedad ese hecho. El propio presidente Maduro como bien se recordará, en su tiempo como Canciller también en el aeropuerto Kennedy de EE.UU. fue vilmente atropellado. Es una conducta repetitiva de las autoridades estadounidenses que tienen el abuso y la afrenta como algo normal.
El 1 de mayo de 2005, Carolina Barco, en ese entonces canciller colombiana en el aeropuerto de Miami también fue objeto de un trato ignominioso. Su equipaje fue revisado en forma muy grosera, lo que le obligó a llamarle la atención a los funcionarios mostrando su pasaporte diplomático además de señalarles su alto cargo. No solo no le sirvió de nada sino que aumentaron aún más su prepotencia.
El gobierno colombiano no presentó queja oficial contra esos funcionarios, sino que lo hizo con una nota al gobierno de EE.UU donde sugería que fueran más cuidadosos en esas situaciones. El gobierno estadounidense respondió señalando que tomaba debida cuenta de ese hecho, comprometiéndose a ubicar a los funcionarios implicados en ese suceso para llamarles la atención. Hasta ahí llegó todo.
No recordamos qué hizo el gobierno de Venezuela con la ofensa a su canciller. Pero fue seguramente un saludo más a la bandera tanto la queja como la respuesta, si es que la hubo. Tampoco pasó nada.
En el caso de Brasil fue muy diferente. Con Brasil no se juega. Su política exterior es coherente desde hace una punta larga de años. Permítasenos una digresión para que se vea qué es la política brasilera. En la época dictatorial de Brasil el gobierno de Estados Unidos pretendió reclamarle al de Brasil el comercio que este mantenía con Mozambique y otras naciones africanas con cercanías a la URSS. Un militar cuyo nombre no recordamos, canciller en ese momento le señaló a su interlocutor imperial que las relaciones de Brasil y sus intereses solo los manejaba Brasil. Ese era un gobierno de derecha que sabía deslindar. No volvió ese país a recibir reclamo.
Seguimos con la digresión. Dilma Rousseff enterada del espionaje a Petrobras por la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense, además de solicitarle explicaciones al gobierno de EE.UU. canceló en forma escueta sin explicaciones un encuentro que ya tenía dispuesto con Obama. Poco tiempo antes Biden, el vicepresidente estadunidense de visita en Brasil había avanzado una operación con esa nación por 36 cazas. El gobierno de Brasil desistió de esa compra y se la efectuó a Suecia. Así Brasil, sin un grito, sin ninguna alharaca le dio una lección a la potencia.
¿Cómo respondió el gobierno de Brasil al baldón sufrido por sus conciudadanos en el aeropuerto estadounidense? Apenas aterrizó un avión de ese país en un aeropuerto brasileño, sus autoridades examinaron con rigor todo lo que traían sus tripulantes. El piloto que quiso pasarse de listo les mostró a los funcionarios del aeropuerto el dedo mayor de una de sus manos. No la había terminado de bajar (la mano) cuando ya estaba esposado y separado del resto de la tripulación. Ahí mismo se le terminó su bravura y se disculpó. No quiso para nada ser sometido a un tribunal brasilero.
Los distintos gobiernos que ha tenido España han permitido el abuso en aeropuertos, sobre todo en el de Barajas, de Madrid. El trato vejatorio es una constante. En un principio Brasil reclamó diplomáticamente ese maltrato hasta que aplicó la regla de la reciprocidad. Hoy las autoridades españolas, cualesquiera que sean saben que si agreden a un brasileño, inmediatamente recibirán la respuesta apropiada de parte de Brasil. Santo remedio.
Hoy por la mañana leyendo Aporrea nos enteramos que el joven Zeus Márquez Chávez, invitado por un sindicato de estudiantes para participar en diversas actividades en España, fue retenido por más de 7 horas en el aeropuerto de Barajas en Madrid. Se le interrogó sobre su filiación política, y cuestiones totalmente ajenas a los fines de inmigración. Por fortuna Zeus Márquez pudo comunicarse con el sindicato anfitrión que le salvó sobre el filo de la expulsión.
En este mismo año, no recordamos con precisión el mes, cerca de 50 personas de nacionalidad venezolana tuvieron también en Barajas, un problema similar. Varios de ellos estaban calificados por las autoridades para ser expulsados. No sabemos a cuántos de ellos les fue aplicada tal medida. Sí recordamos que una de las personas amenazadas fue una señora de edad avanzada que llegaba solo para conocer a su nieta, para seguir luego rumbo a París. El acoso al venezolano(a) en España es algo reiterativo. Y lo seguirá siendo hasta que les digamos basta.
¿Por qué es que se padece ese calvario en algunos aeropuertos? Porque las cancillerías opacas lo permiten. Damos por descontado que la nuestra ante el agravio vivido por el joven Zeus Márquez nada hizo ni hará. Así ha sido hasta ahora sin que se comprenda que hay que darle seriedad a las relaciones exteriores. Es inaceptable que un venezolano o una venezolana, blanco o negro, flaco o gordo, alto o bajo, pobre o rico, opositor u oficialista, sea ofendido en el exterior sin que respondamos de inmediato la agresión. Hay que entender de una buena vez que no cabe improvisación en la política exterior del país.
Solo se pide que se apliquen en los casos reseñados políticas de reciprocidad. Cuando se envíen de regreso a España los primeros expulsados es que comenzarán a respetar al país. Porque el respeto solo se logra con decisión y una conducta clara y pertinente.