La estatua de Cristóbal Colón, ubicada en el paseo
del mismo nombre en la ciudad de Caracas, ha sido
derribada. Es un acto simbólico que reivindica los
deseos de justicia de los pueblos indígenas de todo el
continente americano. Se puede pensar que el derribo
de una estatua no va a trascender, y algunos lo
calificarán de acto vandálico. Pero la historia
expresa cómo los pueblos que inician procesos de
transformación social derriban y destruyen los
símbolos de los regímenes oprobiosos contra los cuales
se han levantado.
Los Comuneros de París, durante la primera revolución
obrera del mundo, derribaron la estatua de Napoleón,
tal como lo había predicho Carlos Marx 20 años antes.
Más recientemente, el pueblo ruso derribó las estatuas
de Lenin al momento de insurgir contra la dictadura
partidista que se hacía llamar comunista. Aquí en
Venezuela, las propiedades de los dictadores Juan
Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez fueron asaltadas
y saqueadas al momento de morir el primero y ser
derrocado el segundo. En otro sentido, pero buscando
igual significado, las fuerzas de ocupación
estadounidenses derribaron la estatua del dictador
Hussein en Irak, no sin antes colocarle una bandera
gringa en el rostro.
Colón, aunque se nos aparezca siempre en los retratos
con cara de buena gente, dio inicio a un proceso de
destrucción cultural, aniquilación física y saqueo
económico que hasta ese momento la humanidad jamás
había presenciado. Grandes civilizaciones, como los
Imperios Azteca e Inca, fueron borrados del mapa,
saqueadas todas sus riquezas y esclavizados sus
pueblos. Según datos del Archivo de Sevilla, sólo
entre 1503 y 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda
(España) 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos
de plata provenientes de las colonias españolas en
América. Este dato es una simple muestra de las
dimensiones de la expropiación a la cual fueron
sometidos los pueblos americanos por el imperio
español.
Aquí mismo en Venezuela, los invasores españoles no
sólo liquidaron a los valientes jefes indígenas que
como Guaicaipuro resistieron por años la penetración
extranjera en nuestros territorios. Liquidaron a la
etnia completa. Hoy día ni siquiera podemos saber con
certeza la raíz lingüística del grupo étnico al que
pertenecía Guaicaipuro, pues desde hace siglos fue
exterminado todo su pueblo. No quedan rastros de los
indios Caracas, ni de Los Teques, de los Guaiqueríes,
de los Caquetíos, de los Jiraharas y de decenas de
grupos étnicos que poblaban nuestro territorio al
momento de llegar los españoles, que habían vivido
aquí durante milenios, en armonía con la naturaleza,
practicando una agricultura que permitía la
conservación ambiental de esta hermosa tierra
venezolana.
Es una reacción contra un símbolo del genocidio
cometido en tierras americanas. Colón simboliza a
quienes picaron en pedazos el cuerpo decapitado del
rebelde Túpac Amaru. A quienes practicaron la atroz
condena del empalamiento contra los heroicos caciques
que defendían sus tierras y su modo de vida.
El símbolo de la dominación occidental sobre la
América española ha sido derribado. Vivimos tiempos de
cambios, tiempos de revolución. Los pueblos indígenas
de Venezuela y de toda América Latina exigen una
verdadera justicia. No actos bonitos donde se
presentan a los indígenas como si fueran piezas de
museo, mientras los derechos constitucionales a sus
tierras ancestrales continúan sin ejercerse. Una
revolución va a la raíz de las cosas, no se queda en
meros discursos rimbombantes. Esperemos que esto sea
el inicio de conquistas concretas y palpables para los
pueblos indígenas de Venezuela.
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